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En el Madrid rural habitan sesenta mil "chabolistas" del campo

En el campo madrileño viven 60.000 personas, tantas como chabolistas en la ciudad, que desde hace años asisten a un proceso de empobrecimiento rápido. Sus mejores tierras de labor son hoy suelo urbanizable, las fincas están marcadas de gasoductos y oleoductos, mientras las carreteras locales esperan arreglo también desde hace años. El agua que riega las huertas de Madrid, en su gran mayoría, está fuertemente contaminada. Informa .

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Madrid no es la capital de la provincia, sino del Estado. De ahí arrancan prácticamente la mayoría de los males que aquejan al cada vez más pobre campo madrileño. Al ser una ciudad de proyección nacional, todas sus manifestaciones lo son asimismo, en detrimento de sus necesidades provinciales. Es muy significativo que se dediquen miles de millones para la construcción de autopistas nacionales y que los 1.331 kilómetros de carreteras provinciales y de caminos y vías vecinales estén prácticamente abando Autopistas, gasoeductos, oleoductos, que además rompen la continuidad de las tierras de cultivo, que quedan aisladas unas de otras y sin posibilidad de aplicar técnicas modernas de gestión, para las que se necesita la concentración de grandes extensiones de terreno.Las urbanizaciones han ayudado no poco a esta degradación del campo. Las mejores tierras fértiles desaparecen progresivamente, transformadas en suelo urbanizable. Los once pantanos o embalses importantes de Madrid no está concebidos para el regadío de las huertas, sino para suministrar agua a los nuevos núcleos de población y zonas industriales. Núcleos que no se han preocupado de las imprescindibles depuradoras, por lo que el agua que riega las tierras de la zona meridional de la provincia, las más apropiadas para la agricultura, están fuertemente contaminadas.

Y como el 90% de los habitantes de Madrid están conformados por la vía urbana, sus formas de ocio también lo son, a costa, naturalmente, de la degradación del campo. Así, la no demasiado abundante fauna madrileña se ve diezmada anualmente por las 79.000 licencias de caza, concedidas por el Ministerio de Agricultura, que abaten conejos, perdices, liebres, corzos, gamos, ciervos y jabalíes, entre otros. La sierra no ha logrado en todos estos años ver reconocido su derecho a convertirse en parque nacional, pero proliferan los chalets, los hoteles de temporada, las pistas de esquí o el motocross, que arrinconan aún más las especies animales.

Nuestros bosques no reciben mejor trato. Hasta 1968 no se crea el servicio contra incendios de la Diputación Provincial, y las manchas forestales de encinas, hayas o pinos, incluidas las de cierto renombre, como la dehesa de San Sebastián de los Reyes, la famosa Casa de Campo o el monte de El Pardo, están a punto de verse rodeadas por las omnipresentes urbanizaciones.

El centralismo de la Administración es tan exacerbado que se limita a Madrid capital. No existe un sólo hospital en condiciones en las zonas rurales, ni un instituto de bachillerato -excepto en los pueblos-dormitorio-, ni servicios de formación profesional. No es raro, pues, que actualmente en Madrid vivan del campo apenas 60.000 agricultores, pequeños propietarios, más unos 10.000 jornaleros agrícolas, que aseguran las cosechas de pepinillos, trigo, ajos, espárragos y melones, principales productos. En cuanto a la ganadería, ésta se reduce a 35.000 cabras, unas 300.000 ovejas, 67.000 vacas y 13.000 equinos.

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La vida cotidiana en el agro sufre un proceso paralelo de empobrecimiento. Envejecimiento de la población, degradación de sus viviendas y de sus aspectos asistenciales. Uno de los pueblos de Madrid, La Hiruela, aún depende para su suministro eléctrico de un generador de carburo. En comarcas enteras de la sierra pobre el servicio sanitario se reduce a un médico, con su maletín negro, que cuida de la salud de cuatro o cinco localidades dispersas en cuarenta o cincuenta kilómetros cuadrados. El mal estado de las carreteras, la inexistencia de ambulacias y de hospitales comarcales no ayuda precisamente a su labor. La medicina preventiva no existe -tampoco en la ciudad-, y que haya unos 80.000 niños subnormales, de los que el 35% podrá recuperarse, parece ser que no es demasiado importante.

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