El INIA: un propósito firme de evolución
Presidente del INIA
Todo organismo responsable debe exigirse un periódico planteamiento reflexivo de la situación en que se encuentra, en la búsqueda de una continua y permanente evolución correctora de errores pasados y de adaptación a las nuevas circunstancias o demandas sociales que se le planteen. Permanecer de espaldas a estos nuevos condicionantes o cerrar los ojos a los errores cometidos es suicida e irresponsable. De este inmovilismo tenemos los españoles pruebas irrefutables y recientes en lo político, en lo empresarial y en cualquier otro orden de la sociedad.
Esta autocrítica la hace, la está haciendo, el INIA (Instituto Nacional de Investigaciones Agrarias), persiguiendo una mayor eficacia en su actuación y partiendo de un análisis y asunción de errores, logros y experiencias pasadas. Esta reflexión es, hoy por hoy, interna y está prevista una contrastación posterior de los resultados, de la misma con quienes no siendo del INIA tengan interés en la labor de este organismo. El que lea EL PAÍS, en su «tribuna libre:» del martes día 6, surja a la luz pública la disyuntiva entre la evolución o desaparición del INIA, constituye una buena ocasión para hacer patentes los firmes propósitos de responsable evolución que tiene el INIA y que se harán ciertos e, no en la medida en que el propio organismo sepa y pueda y que el sector agrario -productor, comercial e industrial- se lo exija y contribuya a colaborar en el diseño de lo que es necesario investigar, en el seguimiento de la tarea investigadora y en la aportación o en la demanda de mayores recursos humanos y financieros para la consecución de los objetivos que: el INIA se marque y que a la investigación agraria se le establezcan.
Pero de nada valdrá el propósito si los primeros pasos hacia la evolución se impugnan; si se pone de entrada en tela de juicio, sin fe y sin confianza, los deseos de evolución. Parece como si se quisiera -se nos ocultan las razones- que no se avanzara en esa evolución y, que no existiera una responsable investigación oficial. O, quizá, lo que se pretende con artículos como el que nos ocupa es servir de acicate, estimular y acelerar esos propósitos de evolución que ya se están haciendo realidad. Sin embargo, la ocasión que se utiliza para aquella o esta finalidad se interpreta equivocadamente, se le presumen intencionalidades que, curiosamente, no encaminarían al INIA, si fuesen ciertas, más que por vías socialmente inaceptables.
Que la investigación española, en general, y la agraria, en particular, es escasa, es una aseveración no por manida menos válida y por todos, también por el INIA, reconocida; que nuestro país no ha desarrollado una investigación autónoma y suficiente para responder a la demanda planteada por la sociedad española y, dentro de ella, por el sector agrario es también premisa de la actuación que hoy ya está llevando a cabo el INIA.
Partiendo de aquí, no impugnemos de entrada iniciativas como la de buscar colaboraciones de científicos, de equipos, de organizaciones a las que todos reconocemos solvencia científica y probados deseos de aportar conocimientos, experiencias y métodos eficaces de trabajo. Iniciativas como la de invitar al doctor Borlaug, fitopatólogo y fitomejorador de cereales y, por ello, premio Nobel de la Paz, no persiguen capitalizar para el propio INIA la labor y los resultados y éxitos del CIMMMYT (Centro Internacional de Mejoramiento del Maiz y Trigo), que el doctor Borlaug dirige, sino capitalizar para el país y su sector agrario esos logros y éxitos. Porque si importante y necesaria es una labor autónoma de creación, de innovación investigadora, irresponsable sería ignorar una tarea complementaria de incorporación a nuestra agricultura de los avances científicos que se consigan fuera de nuestras fronteras. No caígamos en el error de cerrar los ojos y oídos a «lo que inventen ellos», por Linos utópicos y equívocos deseos de cerrada autonomía, de autosuficiencia científica, todo ello antítesis de lo verdaderamente científico. Ello nos llevaría a una mayor dependencia tecnológica, que sólo reportaría beneficio a los países obtentores de avances investigadores y a quienes, dentro del nuestro, quisieran capitalizarlos comercialmente con exclusivismos. Admítase, al menos, el sano intento de disminuir para el país la sangría económica que se produce por el pago de royalties al exterior_y de extender la utilización por nuestros agricultores y ganaderos de aquellos logros foráneos, adaptados y abaratados por una complementaria tarea investigadora nacional.
Que tales intentos plasmen en realidad, que los referidos propósitos tengan éxito, son cuestiones que el tiempo juzgará. Lo que evidentemente es cierto es que si no lo intentamos no saldremos del colonialismo tecnológico en que estamos inmersos.
El autor del artículo INIA: evolucionar o perecer reconoce lo acertado de la búsqueda de la colaboración del doctor Borlaug, por su talla personal y valía científica; reconoce lo acertado de tratar de introducir o reforzar en la investigación agraria española los métodos de trabajo y el espíritu de superación, iniciativa y de capacidad creativa que él tiene y exige. Sin embargo, ignora que, por su talla y, valía, el doctor Borlaug, invitado por el Ministerio de Agricultura a visitar España el próximo mayo, estaba, en su condición de director del programa de trigo del CIMMYT, interesado en buscar una posible colaboración con el INIA. Iniciativa del CIMMYT es buscar la más idónea localización, dentro del área mediterránea, para la instalación de un centro filial de investigación sobre cereales para estas condiciones ecológicas y buscar el organismo agrario que, en esta misma área, pudiera aportarle mayores garantías de responsable colaboración. La acogida y respuesta española a este sondeo inicial procede del convencimiento de que la instalación de un subcentro CIMMYT en España reportaría sustanciales beneficios a nuestros agricultores, ya que las nuevas variedades de cereales que aquí se obtuvieran las tendrían nuestrso agricultores más próximas y las podrían utilizar más pronto y más baratas. Además, tal subcentro, al crearse cerca del INIA -si lo fuera-, potenciarla nuestra capacidad investigadora de más eficaces métodos de trabajo.
El pragmatismo del doctor Borlaug y de sius colaboradores les lleva a querer crear una especie de CIMMYT mediterráneo y norafricano, que sería tan centro internacional como el ubicado en México, ajustado en personal y medios a la labor pragmática y eficaz que ptetenden llevar a cabo. No cabe, entonces, ni planteamientos ambiciosos ni triunfalistas por parte del INIA y, tampoco, de quiertes tienen la iniciativa internacional y buscan su plasmación.
Reconoce el autor del referido artículo la existencia en el INIA de investigadores con anhelos y vocación, con una trayectoria de dedicación y esfuerzo, pero teme un nuevo desencanto y una nueva claudicación de sus ilusionados planteamientos. Aquel hecho es cierto: existe un equipo INIA de investigadores, personal técnico de apoyo y personal auxiliar y laboral amplio, preparado y esperanzado. Se ha realizado un importante esfuerzo de formación y capacitación de ingenieros y licenciados, que caracteriza hoy al INIA como uno de los institutos investigadores más rejuvenecidos del país. Sin embargo, no menos cierto es la carencia en unas áreas de equipos investigadores; en otras, su insuficiencia, y en otras terceras, la escasez de equipos humanos auxiliares o de recursos materiales y financieros para un mejor desarrollo de la actividad investigadora.
Evitar el desencanto de: los investigadores, motivar y facilitar su tarea, engarzarla con los más urgentes y relevantes problemas de nuestra agricultura, es labor y responsabilidad de todos: del propio INIA, del sector agrario y de la sociedad española en su conjunto, y cuyos frutos sólo podrán obtenerse si se produce un reconocimiento social de la actitud y tarea investigadora, una aportación adicional de medios humanos y económicos a la misma y una exigencia de respuesta válida a los principales problemas de nuestra agricultura.
Creemos, en suma, que para el país resultará positiva una aproximación del INIA a lo que puede aportar el CIMMYT en experiencia, métodos de trabajo y logros; aproximación que será aquí, en España, si se llegara a situar un centro regional de aquél en nuestro país, o, en caso contrario, se hará en México y en terceros países, en los que, el CIMMYT tiene su sede central o está desarrollando su trabajo. Si tal colaboración no se ha producido antes, quizá obedezca a razones políticas o a errores que, de haberlos cometido, parece obligado no volverlos a cometer. Si nos dolemos -por falta de visión, por recelo, orgullo o falta de realismo- de no haber accedido en su día a los logros investigadores de otros países, parece coherente que valoremos un intento que, bien planteado y desarrollado, sólo ventajas ha de reportar al INIA, para que pueda ofrecer una mejor y más amplia labor y, en definitiva, al sector agrario, destinatario último y único del esfuerzo que todos estamos obligados a realizar.
Que esta salida a la luz pública del INIA, necesaria, por otra parte, sirva para hacer conocer sus deseos de superación y sus firmes propósitos de evolución, dentro de unas premisas de desburocratización, creciente coordinación con otros entes investigadores e íntima colaboración con el sector agrario.
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