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De La Paz al caos

«Callaos, c..., que hay enfermos.» «Pero no son graves.» Hall de la planta sexta de maternidad. Detrás de cada puerta, ojo de pez sobre la madera marrón claro, una mujer espera en la cama que se presente el parto. Pasan unos minutos de la 1.30 del mediodía. «Que suba la policía.» «No, hombre, hasta aquí no llega.» «Será porque no les sale de los c..., porque ayer bien que nos corrieron por las plantas.» «Que sí, que avisa el conserje de abajo que sube la policía. Vamos a la cuarta.»Pasan unos minutos del mediodía, planta baja de la residencia general de la Ciudad Sanitaria de la Seguridad Social La Paz. La junta de gobierno del centro se encuentra reunida. Tema: la posible convocatoria de huelga por parte de los médicos para el próximo día 27. Lo están votando mediante urna, y parece que saldrá la huelga. «Los responsables del centro están preocupados por esta huelga. No es lo mismo que paren los celadores, enfermeras y algún que otro MIR, a que paren todos los médicos.»

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Faltan unos minutos para las ,dos de la tarde. Una serpiente de huelguistas -cabezas asomadas al hueco de la escalera tratando de adelantarse a los movimientos de la policía- desciende de la planta sexta de maternidad a la cuarta. Van a celebrar una nueva asamblea. El comité de huelga explica: «Nos reunimos en las plantas porque la proximidad de los enfermos parece evitar la presencia de la policía, aunque ayer los pasillos parecían el campus de la Universitaria. Tendrías que haber visto cómo pegaban. »

«Mire usted, uno está ya tan acostumbrado a verlos por la calle, que el verlos aquí no me extraña. A mí no me han dicho nada, no me han molestado. Yo comprendo que esta gente esté en huelga y también comprendo que estos hombres, si lo ha decidido el Gobierno, tengan que estar aquí. A mí no me molestan», explica un enfermo -«yo trabajo en el metal y sé lo que son las huelgas»- que aguarda pacientemente, entre grupos de sanitarios de verde y blanco que, con paso decidido, se dirigen a nadie sabe bien dónde. Se trata de no formar corros.

«Por favor, no se agrupen.» Cerca de unos ochenta, vestidos de gris, con la visera del casco levantada, las manos cogidas a la espalda, el policía nacional -«muchos policías nacionales, muchísimos, llegaron el día 3. Por lo menos eran veinte furgonetas que prácticamente ocuparon el aparcamiento, y aquí los tenemos todo el día»-, vigilan en el interior del centro sanitario y tratan de impedir la celebración de asambleas, prohibidas por el Gobierno Civil, de quien dependen actualmente los hospitales intervenidos por el Gobierno, para evitar la huelga.

El hall de la residencia general de La Paz ofrece una primera impresión de lo que enfermos y personal sanitario se encuentran al llegar al centro. Incontables grupos de policías antidisturbios escrutan los movimientos de cuantos recorren las instalaciones. En todos los rincones, junto a las puertas, por los pasillos, desde hace once días es habitual la presencia de la policía en los hospitales. «Que se vayan». Esta es la unánime petición de los sanitarios, que junto con la puesta en libertad de los compañeros detenidos y la inmediata negociación de las demandas económicas y sociales, constituye la trilogía reivindicativa de los huelguistas para deponer su actitud.

Los responsables de la sanidad ya han conseguido, pues, que la huelga de los hospitales tenga tres motivaciones, frente a la única que la originó, es decir, la negociación a la que el INP se niega ante la imposibilidad de poder incrementar los salarios en tanto no sean aprobados los presupuestos de la Seguridad Social por las Cortes que han de salir de las elecciones generales.

«Esto es una huelga política. Está claro que desde el Gobierno, con su actitud, hasta los grupos más radicalizados de la izquierda y la derecha, están interesados en mantener el conflicto hasta el 1 de marzo», argumentan desde la responsabilidad de su cargo un grupo de enfermeras sobre las que recae el peso de la jefatura.

«Lo peor de la situación es la falta de organización. Una huelga en un hospital no puede estar nunca tan desorganizada como ésta», comenta un trabajador vestido de blanco que sigue la serpiente humana que, sin saber hacia dónde, recorre una y otra vez las escaleras para conseguir reunirse en asamblea sin que lo impida la policía.

El propio comité de huelga reconoce, con muchas reservas -«la imagen es la imagen, macho »-, que el control de la huelga no lo tiene nadie salvo la asamblea. Y la asamblea ¿quién la controla? «Acabo de pedir a unos celadores que retiren un muerto que desde hace casi una hora está rodeado de los demás enfermos graves, mientras sus familiares esperan en el pasillo, y me han replicado que están en ello. La verdad es que cuando tratas de averiguar cuál es la auténtica situación a que da lugar la huelga, te resulta muy dificil, porque parece que todos están en sus puestos. Sin embargo, ese muerto aún no ha sido retirado, por ejemplo.» Esta lamentación proviene de una enfermera jefe para la que la utilización política de los intereses de los trabajadores está clara.

«La verdad es que no todos están en huelga. El paro afecta fundamentalmente a los servicios que no son urgentes. Por ejemplo, los de mantenimiento están absolutamente parados. Claro que algún enfermo se ha tenido que hacer él mismo la cama, y que a alguna habitación ha llegado la comida fría. Pero nosotros no somos responsables de una situación a la que nos ha forzado el INP.» Para el comité de huelga está perfectamente clara la legalidad del paro, aunque admitan no tener la necesaria organización para asegurar el control.

Una y otra vez se insiste en que el control lo tiene la asamblea. Nadie, sin embargo, supo explicar quién controla a la asamblea.

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