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Crítica:TEATRO/"EL HORROROSO CRIMEN DE PEÑARANDA DEL CAMPO"
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Baroja, con amor

El horroroso crimen de Peñaranda del Campo, de Pío Baroja. Dirección: José Luis Alonso de Santos. Escenografía: Marco Herreros. Intérpretes: Teatro Libre: Concha Rivas, Margarita Piñeiro, Rafael Alvarez, Héctor Roskín, Marco Herreros, Angel Barreday Arturo Martínez. En la Sala Cadarso.

Es muy importante que hayamos visto a Baroja representado seriamente. Su popularismo y su áspero sentido del humor sirven aquí a una pasión nada oculta de don Pío: el teatro.

Los tres textos farsescos que Baroja legó al teatro tienen en común una inclinación muy marcada hacia el análisis por el envés de las más comunes normas sociales, análisis que se hace justamente dando la vuelta al teatro de las rimbombancias y volviéndose hacia la gran tradición de las «minoridades» dramáticas: bailes, sainetes, jácaras, entremeses, plástica de los famosos pliegos acordelados, centón de cartelones populares, composición de ferias y retórica de mascaradas. Claro está que el fondo y forma de los relatos populares, la gravitación y compostura del público al que se destinaban y la materia general utilizada son los ingredientes ya muy conocidos, del esperpento. Ese fondo común genera reacciones parecidas -sobre todo en el caso de la pena de muerte- que han permitido cierta comparación entre el trabajo de Valle y el de Baroja. No, debe insistirse en el tema porque las distancias son tan notorias como los parentescos. La estructura dramática de El horroroso crimen propone dos actitudes, una en el prólogo, otra en el epílogo, suficientes para mostrar el absurdo de lo visto y representado. Ello elimina lazos de familia literaria con Valle y va a buscar, directamente, a las personas, a quienes encuentra en un marco «un tanto harapiento, gólfico y castellano». Todo Baroja, pues, con su mecánica de planos sueltos, su burla directa, su causticidad zumbona. Todo Baroja con su vitalismo, su agresividad y sus piedades.

El Teatro Libre ha hecho, antes que nada, un gran trabajo de concentración del texto y de articulación dramatúrgica. Ha respetado las frescas y divertidas propuestas del original. Ha puesto mucha alegría en su representación -salvo en el epílogo, en que hay una fortísima caída de tensión- y en la composición de los personajes. Ha abultado la burla barojiana. Ha escamoteado, quizá demasiado, los sentimentalismos de Baroja. Ha resuelto estupendamente el tema mayor de mantener los mecanismos, reforzar las síntesis y evitar, con sencillez, las tentaciones reverencialistas. Y algo más, muy de agradecer: los contenidos ideológicos están salvados con imaginación y alegría. No se quiebra el discurso con la habitual trascendentalización. El grupo muestra seres humanos. Lo hace con amor. Y lo hace con talento.

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