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Tribuna:Serrano Súñer responde a Antonio Marquina/1
Tribuna
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Puntualizaciones sobre las relaciones de Franco y Hitler durante la segunda guerra mundial

Hay que presumir, con presunción juris tantum, como decimos los juristas, la buena fe en quienes escriben sobre temas importantes con el propósito de hacer historia. Para llevar a cabo con el debido rigor esta tarea hay que pensar que los hechos son su material propio; los hechos históricos en su descarnada y fría realidad, los hechos tal como son y se producen. Los hechos son brutales, decía Castelar, que, además del orador de elocuencia extraordinaria que todo el mundo conoce, era historiador con una muy sólida formación cultural producto de muchas lecturas bien seleccionadas y meditadas.Ahora bien, las fuentes de donde se extraen los hechos que se utilicen no pueden ser sólo los documentos más o menos auténticos. La historia llamada de los textos, que durante mucho tiempo estuvo en boga, está hoy considerada como insuficiente, porque el texto puede ser dudoso -y lo es con frecuencia- ya en su realidad, ya en su certeza y fidelidad. Por eso al «texto» hay que añadir otros factores; al «documento» hay que incorporar el «monumento», entendido éste no sólo en su significado vulgar y más inmediato, sino en la acepción de todo dato, objeto o testimonio, de utilidad para la historia.

Así entendidas las cosas, a quien trabaja con seriedad no puede molestar el afán legítimo de puntualización, de aclaración y aun de rectificación, tan pronto como se adviertan dudas, lagunas o errores.

Claro es que a los que sólo se proponen realizar un servicio con designios interesados o para dar satisfacción a odios y pasiones, como también a las personas de mente perezosa que reciben sin depurar informaciones y deformaciones propagandísticas, sin tomarse la molestia de un análisis racional, es inútil tratar de corregirlos en sus opiniones o actitudes: persistirán en su error -interesado o perezoso- y acaso gustosamente alimentado, y aun se mostrarán recelosos de que pueda alguien descubrir sus guaridas.

Hitler sí pidió a Franco colaboración

No es este el caso de los artículos de Marquina, en los que hay laboriosidad en la búsqueda de datos y documentos; pero incurre sin embargo en errores y confusiones que quiero resaltar como aportación a la verdad histórica. Así, al hablar de la entrevista Franco-Hitler en Hendaya, dice el articulista que

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«Hitler no pidió a Franco entrar en guerra, en Hendaya. Que HitIer se limitó a repetir sus ideas sobre el inminente aniquilamiento de Inglaterra, sobre Gibraltar, Marruecos y Canarias». Y eso no es así. Soy testigo presencial, como asistente a aquella conferencia, de que fue todo lo contrario: Hitler le pidió a Franco la colaboración en la guerra empezando por el ataque a Gibraltar, y prueba de ello es que llevaba preparado un documento -un protocolo- para que España se adhiriera al Pacto Tripartito (pacto de alianza militar entre Alemania, Italia y Japón), pasando a la acción en el momento en que las conveniencias o la marcha de la guerra, apreciadas por él, lo exigieran. Fue así y no podía ser de otra manera, pues para Hitler y sus mariscales Gibraltar era el tema principal.

El mariscal Keitel dijo melancólicamente «que la historia hubiera sido diferente si nosotros hubiéramos tomado Gibraltar». Tanto interesaba entonces al Führer la posesión de Gibraltar que hay un testimonio suyo -documento C 134 de Nuremberg- en el que se dice: «Para la toma de Gibraltar nosotros habíamos hecho tales preparativos, que teníamos la certeza del éxito. Y una vez en posesión de la plaza habríamos.estado en condiciones de instalarnos en África con fuerzas importantes y de poner así fin al chantaje de Weygand» -el general francés-, y añade: «Si Italia puede aún decidir a Franco a entrar en la guerra, esto representará un gran éxito.»

Y aparte del proceso verbal recogido en aquel documento a que nos estamos refiriendo, existe la carta que Hitler dirige a Mussolini diciéndole: «Si vos, aprovechando vuestras relaciones personales con Franco, podéis obtener que éste modifique su punto de vista, habríais rendido un inmenso servicio a nuestra coalición. » (¿Qué importancia se puede dar frente a esa realidad a papeles y manifestaciones ocasionales y secundarias sin valor?)

La negativa de Franco a que se realizara esta operación tuvo enormes consecuencias sobre el desarrollo ulterior de los acontecimientos. Ya estaba próximo a su fin el año 1940 cuando el proyecto de atacar a Rusia no estaba todavía en la cabeza de Hitler, y fue preci.samente el fracaso de su plan de ataque a Gibraltar el que le hizo volverse hacia el Este y, con ello, como han señalado autorizados estudiosos del problema, se incubaba el desastre alemán en Rusia y el desembarco angloamericano en Africa.

Hitler pidió a Franco su participación en la guerra y Franco no aceptó porque no le ofrecían compensaciones de interés nacional suficiente y, además, porque en aquellas fechas, aunque Franco creyera -como creía- en la victoría alemana, estaba ya convencido de que la guerra iba a ser larga, y no quería por ello tomar ningún compromiso inmediato de participación en la contienda. Y fue precisamente allí, en Hendaya, donde se afirmó en Franco esta convicción cuando, de un modo que parecía puramente incidental, pero con toda intención, pregunio al Fülirer por la batalla sobre Inglaterra y expuso su extrañeza de que no se librara, escuchando de Hitler, a este respecto, sólo palabras vagas -«en cuanto mejore el tiempo será aniquilada»-, en las que se apreciaba un tono propagandístico y falto de sinceridad.

La verdad es que Franco no creyó nunca en que aquella batalla sobre Gran Bretaña llegara; y si lo mismo que a él nos parecía a los profanos, diré, sin embargo, que hombre tan inteligente y competente como el gran almirante Raeder, persona, además, simpática y bien educada, me manifestó entonces, en conversación privada conmigo, y luego públicamente también lo hizo, que, a su juicio, la operación era posible y debía de llevarse a cabo cuanto antes.

Ni presiones ni malos modos

Terminaré este punto diciendo que es saludable comprobar cómo Marquina consigna, frente a tanto disparate que se.ha escrito en relación con este tema, el hecho cierto de que no hubo presiones. Así fue; no hubo presiones ni malos modos ni allí, en Hendaya, ni luego durante nuestras conversaciones -patéticas- en el Berghof, pero también es cierto que HitIer dio comienzo a su exposición diciendo que tenía a su disposición doscientas divisiones, que era el dueño de Europa y que había que obedecer. (Palabras que recojo en mi ultimo libro no sólo -en base de mis recuerdos, que difícilmente se apagarán en mi memoria, sino, también, por las notas que me entregó firmadas -y que conservo- el barón de las Torres, que fue con Franco y conmigo el único español que estuvo allí presente, como por la parte alemana no estuvieron más que Hitler, su ministro Ribbentrop y su intérprete, Gross).

Aunque de la estación de Hendaya saliéramos sin firmar aquel protocolo, pensando que podía constituir peligro rechazarlo en absoluto, horas después, ya de regreso en San Sebastián, de madrugada, redactamos en Ayete un contraproyecto con la adhesión al Pacto Tripartito, pero desvirtuando tanto el preparado por el Gobierno alemán que, en el nuestro, quedaba exclusivamente en manos de España la determinación del momento para pasar a la acción. Y al amanecer del día 24 entregamos nuestro texto al embajador de España, que se apresuró a llevarlo al ministro Ribbentrop.

En cuanto a lo que se dice en el trabajo a que nos referimos de que Franco, pocos días después de la entrevista de Hendaya, intentara reanudar las negociaciones, se trataba más bien de lamentarse del desconocimiento del derecho español sobre los territorios africanos a que se refiere, considerado por Franco mejor y más fundado que el de Francia, como puede leerse en la carta de éste a Hitler, publicada en el libro mío citado, Entre el silencio y la propaganda, la Historia como fue.

En asunto tan grave como este, el acuerdo entre Franco, que decidía, y el ministro -yo-, que negociaba y discutía, fue absoluto.

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