Plaza de Oriente
Franco -lo he dicho muchas veces- no innova nada en la vida española, sino que se limita a potenciar totems y tabúes de la tribu que estaban funcionando entre nosotros desde que acuchillaron a Escobedo en el Madrid laberíntico y aun desde antes. En Franco cristaliza una cierta España en rama que no es precisamente canela, pero es La plaza de Oriente, un suponer.Otros pueblos necesitan la democracia, el voto, el escrutinio, la cosa, porque no tienen una plaza de Oriente. Aquí calculamos la voluntad nacional a ojo cúbico de mal cubero. Cuando las democracias putrefactas nos retiraban los embajadores, Franco no hacía un referéndum ni una estadística para saber lo que pensaban los españoles de eso: mucho más fácil. Llenaba de personal la plaza de Oriente y desde allá arriba, desde el balcón, calculaba a ojo:
-Esto parece que marcha, Raimundo- le decía a Raimundo, o al que tuviese al lado.
Y esto marchaba.
Unas elecciones generales, un referéndum, una Constitución, todo eso supone un tiempo y un dinero. Aunque usted pueda, España no puede. En cambio lo de la plaza de Oriente se resuelve en un par de horas, procurando que caiga en día feriado. Es más o menos el principio de Arquímedes: «Todo cuerpo político sumergido en un líquido desaloja la cantidad de líquido (sangriento) equivalente a blablablá...» Para tener la opinión del personal, doña Isabel II ya tenía el cernedero de la gran plaza, que por algo pusieron allí el palacio: para que palatinos, áulicos, detentadores del poder -detentadores, sí, no representantes- y estadísticos de farola puedan calcular a ojo de cubero aficionado el volumen del motín, el pronunciamiento, la asonada, la baza de espadas, el levantamiento, la sanjurjada, la sanjurjadilla o el «Franco, Franco, Franco, a ti te lo debemos».
Se llena y se vacía el molde de la plaza de Oriente con la masa del pueblo español y así la gran plaza se convierte en una inmensa urna antidemocrática y demagógica donde cada hombre es un voto, aunque no vote.
Luego viene la prensa afín a la manifestación y calcula por las nubes. Vienen las agencias de prensa y calculan con la objetividad que las caracteriza. Lo que pasa es que sus objetividades no coinciden nunca. Kant, Hegel y las agencias de prensa manejan siempre objetividades y absolutos, pero cada uno el suyo. José Mario Armero, de Europa Press, coleccionista como yo de fetiches de postguerra, suele ser un poco más objetivo que Kant y Hegel. Y no digamos más que otras agencias: se da por sabido.
Armero deja lo del 19-N en plaza de Oriente, en unos 150.000. El primer acierto de Piñar, Girón, Fernández Cuesta y demás caudillos del neofranquismo es haber, insistido en los métodos estadístico/democráticos de Franco: las urnas mienten, los votos engañan, la democracia delira. Aquí no hay un dios que diga la verdad soberana del pueblo, salvo la plaza de Oriente.
Ahí las ganan todas. Luego, en la batalla por la prensa, por el voto, por el escaño, pierden siempre. Pero la sartén al sol de la plaza de Oriente la tienen por el mango. La plaza de Oriente tiene un inquilino raro y excepcional: el sorprendente, candente, fundente, intemporal e inmemorial José Bergamín, que se asoma a una de las buhardas de la plaza, como bruja de Brueghel o capítulo de Vélez de Guevara. Bergamín podría decirnos, si quisiera, mejor que la Policía Municipal y que los periódicos dubitativos (un matutino sacaba ayer por dentro la portada que sin duda confeccionó para afuera), cuánta gente hubo en la militarada contra doña Isabel, en la famosa y fermosa plaza, cuánta en el último mitin Franco/José Antonio y cuánta cuando vino Evita Perón moviéndose mejor que las olas. Pero don José no va a querer y hace bien. Lleva toda la historia de España asomado a su buharda de la plaza.
Bueno, el eurofranquismo ha vuelto a llenar el molde, como yo me vengo temiendo cada año, desde hace tres, y creo que, efectivamente, sobran constituciones, papelas (me voy a presentarla en New York), votaciones y consensos. Hay que seguir gobernándose por la plaza de Oriente, que es una democracia asamblearia, festera, populista, peatonal y demagógica. Desde siempre, la izquierda copa las elecciones y la derecha copa la plaza de Oriente, que se llena mediante autobuses, bocadillos y gritos. Orilla está el busto de Larra, en Bailén, para recordarnos que aquí siempre se muere de la otra media.
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