Por una Euskadi libre y en paz
ERA UN hecho cantado que ETA y la izquierda abertzale que se mueve en su órbita iban a dedicar todos sus esfuerzos a sabotear la manifestación convocada para hoy por el PNV con la consigna Por una Euskadi libre y en paz. Efectivamente, la previsible ofensiva se ha desplegado en varias direcciones y con furia. No era para menos: el éxito de la iniciativa del PNV constituiría para ETA la más estrepitosa derrota política e histórica.La primera y principal línea de ataque continúa expresándose en el brutal lenguaje de las armas. A partir de la convocatoria de los nacionalistas vascos, los terroristas de ETA han reduplicado su sangriento trabajo. A las nuevas víctimas de las fuerzas de orden público se ha sumado la de un civil ejecutado tras un juicio sumarísimo: sin acusación formal, sin magistrados identificables, sin pruebas, sin defensa y sin conceder al acusado el derecho a la palabra.
Es de sobra conocido que los objetivos fundamentales de esos crímenes es sustitar en las fuerzas de orden público un grado tal de cólera e indignación que provoque una respuesta represiva ciega, global e indiscriminada de los cuerpos de seguridad contra segmentos de la población civil. Los terroristas de ETA buscan, que los miembros de las fuerzas de orden público pierdan los nervios y traten de hacer la justicia por su mano mediante arreglos de cuentas particulares. En este sentido, las actuaciones en el pasado de los «incontrolados», esto es, de funcionarios de los cuerpos de seguridad vestidos de civil, pero portadores de sus armas reglamentarias, en razzias de represalia contra población Civil indefensa en Guipúzcoa, constituyeron uno de los mayores éxitos de la estrategia desequilibradora de ETA. Y cuando esa venganza adopta formas institucionales, como ocurrió el pasado verano, con la ayuda de la intoxicación ultraderechista propagada desde dentro y desde fuera de las fuerzas de orden público, en Pamplona y en Rentería, las consecuencias para la democracia pueden llegar a ser catastróficas. Se trata. en suma, de que esas represalias borren las fronteras entre el régimen anterior y la democracia naciente, no siempre claras para un pueblo que, como el vasco, sufrió durante el último decenio del franquismo la arrogancia y la arbitrariedad de una aberrante política de orden público y no percibe todavía, en la vacilante y contradictoria política de autonomías del Gobierno, una perspectiva diáfana de futuro.
Los asesinatos de oficiales del Ejército y de miembros de las fuerzas de seguridad se proponen, también, crear grietas y fisuras entre el aparato militar y el poder civil. Los Incidentes de Basauri son un alarmante síntoma de la eficacia del método. El objetivo último es que las contradicciones dentro de las instituciones estatales se manifiesten en plantes, sediciones o rebeliones que puedan incluso desembocar en un golpe que acabe con la Monarquía parlamentaria y el sistema pluralista. Los terroristas trabajan en esta perspectiva catastrófica, por cuenta propia o por cuenta ajena, en la enloquecida esperanza de que su causa y sus métodos de lucha se convertirían, en tal caso, en la única alternativa. Lo cual con independencia de la inhumanidad del proyecto, demuestra la profunda ignorancia que los teóricos del terrorismo tienen de la historia contemporánea y de la estructura social de nuestro país; pues el salto involucionista no sólo implicaría un altísimo costo de sufrimientos para el pueblo español (y especialmente para los vascos), sino que cancelaría durante décadas cualquier posibilidad de transformación democrática..
Los crímenes de ETA tienden también a crear un clima de intimidación entre la población civil que facilite la gangsteriaría recaudación de «impuestos revolucionarios» e impida la libre manifestación de la voluntad de los ciudadanos (amenazados por las mismas metralletas que asesinaron al señor Portel) en las urnas, en las calles o en las columnas de la prensa. Los mamporreros de los terrorístas suelen recordar con insistencia el clima creado por la represión franquista; pero no hablan, sin embargo, del ambiente de silencio y,de amedrentamiento provocado en Euskadi, en el último año y medio, por la violencia de ETA.
Por esa razón, la convocatoria del PNV, pese a las discrepancias que se puedan tener con su ideario o con algunos de sus comportamientos, es un admirable ejemplo de valor. Hora es ya de señalar que la vinculación del valor con la fuerza física, la agresividad criminal y la destreza en el manejo de las armas es un rasgo característico fascista. Para quienes sitúan en lo más elevado de la escala de valores de la Humanidad la racionalidad, la libertad y la igualdad democrática, el valor es, en cambio, un acto esencialmente moral. No resulta fácil predecir si el clima de intimidación creado por ETA. y sus aliados durante las últimas semanas reducirá el número de asistentes a la manifestación de hoy en Bilbao, que desean pronunciarse contra la violencia, pero, a la vez, teman su eventual despliegue; lo que sí cabe afirmar es que tanto quienes la han convocado como los que acudan a la cita van a demostrar un valor del que carecen quienes asesinan por la espalda a miembros de las FOP y justifican esos crímenes.
Por lo demás, el comunicado de ETA replicando al documento del PNV tras su reunión en Vitoria es, a la vez, un intento de intimidar a los dirigentes nacionalistas y una tentativa para cortarles la hierba bajo los pies, suscitando la rebeldía de sus bases. Si de los etarras encargados de los golpes de mano no se puede predicar valor, sino cobardía, de los redactores de sus documentos sólo cabe señalar su nivel dé indigencia teórica. Según estos pintorescos falsificadores de la historia pasada y de la historia presente, la lucha del pueblo vasco por la independencia se remonta, nada más y nada menos, que ¡a la batalla de Roncesvalles! La causa absolutista, teocrática y reaccionaria del pretendiente don Carlos, junto al cual Fernando VII parecería un volteriano peligroso y un liberal a ultranza, es transformada por los mitificadores de un inexistente pasado en una guerra de independencia nacional pura y progresista, aunque, para ello, haya que ignorar los apoyos oscurantistas prestados al carlismo en otras tierras españolas. El combate actual de ETA -protestan los terroristas- es semejante al de los argelinos, los vietnamitas, los angoleños y los mozambiquenos y, en general, al de «los pueblos oprimidos que se han liberado del colonialismo o del imperialismo». La homologación es tan aberrante que resulta incluso difícil apostillarla. ¿Fueron acaso los franceses en Argelia, los norteamericanos en Vietnam o los portugueses en Angola la mano de obra barata utilizada por la burguesía árabe, las clases dominantes vietnamitas y los angoleños nativos para desarrollar sus industrias? Porque tal ha sido la función desempeñada por los inmigrantes castellanos, andaluces y extremeños, presuntos imperialistas y colonialistas, en el despegue vizcaíno y guipuzcoano.
El día de hoy puede ser decisivo para la pacificación de Euskadi. No cabe sino desear que el gesto de valor moral del PNV sea secundado por sus seguidores y por los partidarios de la democracia y la libertad en todo el País Vasco. Los desairados militantes de UCD tienen que saber que ha sido su partido, y no sus personas, el rechazado por el PNV, temeroso de que su lucha en dos frentes contra el terrorismo de ETA y el centralismo quedara desequilibrada. Y sería deseable que los convocados por la izquierda abertzale para romper mediante la provocación y la violencia la manifestación pacífica convocada por los nacionalistas hallaran un momento para reflexionar sobre la extraña concepción de la democracia que tienen quienes, como los fascistas, sólo piensan en sofocar la libre expresión de la voluntad popular, en las urnas o en las calles, mediante la dialéctica de los puños y las pistolas.
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