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Juan Pablo II inaugura hoy su pontificado

Juan Arias

Esta mañana se celebra en la plaza de San Pedro lo que antes se llamaba coronación del Papa y ahora misa de inauguración del pontificado, porque el papa Wojtyla, como había hecho ya el papa Luciani, ha renunciado al antiguo rito con resabios de sabor temporal para empezar su pontificado con un acto solo litúrgico. La misa será concelebrada con todos los cardenales presentes en Roma y la ceremonia será transmitida por Mundovisión.

Ya desde ayer, todo estaba preparado en la plaza de San Pedro. Para el maestro de ceremonias, monseñor Noe, esta vez es todo muy fácil porque la ceremonia será exacta a la de Juan Pablo I, hace apenas unas semanas. La novedad mayor es que ha sido anunciada la presencia al acto de personalidades que nunca han asistido a esta ceremonia. Por ejemplo, vendrá por vez primera a la inauguración de un pontificado católico el arzobispo de Canterbury y jefe de la comunión anglicana, doctor Coggan. Por vez primera estará presente el jefe de un Estado comunista: Henrich Jablonski, presidente de Polonia, quien invitará oficialmente al nuevo Papa a visitar su país.De las demás personalidades políticas y religiosas, la oficina de prensa de la Santa Sede no ha dado noticia oficial a la hora de despachar esta crónica. Al parecer, este silencio se debe a medidas precautorias de orden público. Pero se sabe que, como ninguna otra vez, los representantes de casi todos los países del mundo estarán presentes. Entre otros jefes de Estado estarán presentes los Reyes de España.

Tres mil polacos

La nota más emotiva será la presencia de más de 3.000 polacos que están llegando en avión, tren, coche, auto-stop... Vienen felices como unas castañuelas. Muchos se echan a llorar ante los periodistas que los entrevistan. Sólo a algunos intelectuales católicos les ha sido negado el pasaporte en Polonia. Pero el hecho que haya sido autorizada la televisión para transmitir en directo la ceremonia ha sido acogida como el primer signo de verdadera distensión entre la Iglesia y el Estado.Si el tiempo lo permite, como se dice en los carteles, la ceremonia se celebrará en la plaza. Existía en los peregrinos un cierto miedo porque desde hace tres días llueve continuamente pero en las últimas horas de ayer el sol se presentó como para calmar los ánimos.

Existe mucho interés por el discurso que pronunciará el papa Wojtyla durante la misa. Se sabe que hablará en polaco, además de otras lenguas. Ayer, recibiendo a los periodistas, el Papa, más que una audiencia, tuvo, como comentó la televisión, media conferencia de prensa. Fue una sorpresa increíble. Hacia siglos que un Papa no respondía a las preguntas de los periodistas de todo el mundo a micrófono abierto, que no cogía en sus manos una máquina fotográfica para sacar una foto a un grupo, que no reía con ganas hablando en todas las lenguas. La radio comentó que este encuentro con la prensa revelaba que estaba para declinar todo el ceremonial del Vaticano. Y, en realidad, prelados, guardias y secretarios parecían como desbordados. No sabían que hacer. Entró en la sala de audiencias sin modales místicos. Eso sí, a las once menos un minuto, es decir más puntual que un reloj. Un periodista detrás de mí comentaba: «Oye, hijo, pero sí no parece un Papa. Tiene hasta cara de sorna.» O un grupito de monjas, que no se sabe cómo se colocaron allí, un poco asustadas, respondieron: «Sí, pero es igualmente muy santo.»

Una cosa es cierta: este Papa no sabe estar sentado. Se le veía con una gran desazón: se apoyaba a un lado y otro de los brazos del sillón mientras leía en francés, movía las piernas. Por primera vez pudimos ver al Papa no sólo las babuchas rojas, sino también los calcetines: eran blanquísimos. Y es que de cuando en cuando alargaba una pierna. Un periodista polaco me dijo: «No está acostumbrado a llevar sotana.»

«Vosotros os preocupáis mucho de la libertad de información y de expresión: tenéis razón. Sentíos felices de usarla», dijo el Papa. Comentó que no es fácil, sin la luz de la fe, poder comprender ciertos fenómenos de la Iglesia, y que existe el peligro de no abordar en lo que es verdaderamente esencial, que, «como sabéis muy bien -añadió el Papa-, no es de orden político, sino espiritual». Recogiendo las críticas que tantos informadores habían hecho a la oficina de prensa del Vaticano durante estos dos últimos cónclaves, Juan Pablo II subrayó que la Iglesia debe dar a los informadores religiosos «una información adecuada y objetiva» para «que podáis hacer vuestros reportajes con la competencia específica que requieren los temas religiosos».

Terminado su discurso, el director de la sala de prensa del Vaticano, P. Panciroli, empezó a presentar al Papa a algunas personalidades del mundo de la prensa italiana. Entre ellas, el director de L'Osservatore Romano, del periódico católico L'Avvenire, el director de la revista jesuita Civilta Cattolica, P. Sorgé; el director del diario conservador de Roma Il Tempo, y esta vez, el director del vespertino comunista, Aniello Coppola, que, dicho sea de paso, se le vio muy conmovido cuando el Papa lo abrazó. El aplauso explotó cuando el papa Wojtyla abrazó y besó repetidamente a su viejo amigo y colaborador el periodista polaco Jerzy Turowicz, director de una revista en la cual el Papa ha escrito durante treinta años.

El Papa no estuvo sentado y poco a poco empezó a bajar las gradas del trono. Los monseñores, asustados ante tanta democracia, se lo volvieron a llevar al trono, pero no se sentó. Apenas terminados los invitados de honor, se escapó literalmente y se lanzó en medio de todos los periodistas que, asombrados, se dieron cuenta que el Papa reía con ellos, hacía preguntas y respondía a todo. A un polaco le dijo: «Iré a Polonia todas las veces que me sea posible.» A un italiano que le preguntó «¿Por qué no nos convoca una vez al mes?», le respondió: «Depende de cómo me tratéis». Con una joven guapísima habló mucho, pero no entendimos: hablaban en polaco. A la pregunta del corresponsal de EL PAÍS «¿Tiene intención de hacernos trabajar mucho?», respondió con una frase típica italiana: «Mi pare proprio di si», es decir: «De eso no cabe duda.»

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