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Santiago Martín El Viti y su sombra

Plaza de Aranjuez, hace tres días. Un toro va a morir. El Viti le quitará las penas de un sablazo, en previsión de que se las quite a él, no el toro (que ni es toro ni tiene resuello para tanto), sino un bote de los muchos que arroja al ruedo el público enfurecido. Muletero de excepción, El Viti se va -sin retiradas ni solemnidades, nos ha dicho- y quizá sea sin gloria, pues lleva años mancillando su brillante ejecutoria de figura del toreo. Es la sombra de lo que fue, no por su edad -que aún está fuerte y ha madurado sus conocimientos de lidiador-, sino porque, empeñado en ser figura pasota, exige la comodidad, hasta romper los límites del decoro. A Aranjuez no va, a ir con un corridón, una tía; pero ni allí, como en tantas otras partes hace, puede presentarse con tan ridículo género como el de la fotografía, y además lisiado. La seriedad de El Viti no importa que la lleve en la cara; en su sentido de la responsabilidad debe estar. Y no hay tal cosa.

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