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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Aplazamiento indefinido

ANTES DE que el ministro de Asuntos Exteriores informe a la Diputación Permanente del Congreso sobre las motivaciones que asisten a nuestros intereses diplomáticos para que el Rey visite en noviembre Argentina, el viaje real ya está seriamente tocado de ala. Hasta cierto punto, es ocioso argumentar a favor o en contra de este viaje de Estado por cuanto la opinión pública, aunque no llegara a ser abiertamente beligerante, es mayoritariamente hostil a esa posible imagen, en las primeras de los periódicos o en las pantallas de televisión, del Rey que ha propiciado el desmantelamiento de una dictadura abranzando al teniente general que ha instaurado una dictadura en Argentina de perfiles ciertamente siniestros. Los principios sensatos y realistas que inspiran toda «realpolitik» (sirva la redundancia) han chocado en este caso con los intereses políticos del primer partido de la Oposición y, como ya queda apuntado, con un estado de opinión popular tocado acaso de sentimentalismo pero respetabilísimo en cualquier democracia que si precie de tal. En primer lugar, debe quedar claro que no cabe poner objeciones al Partido Socialista por la hábil utilización que está haciendo del error cometido por el partido en el poder. Es su ocasión para reafirmar sus criterios diplomáticos y para constatar su presencia como principal partido de la Oposición. Al PSOE le asiste toda la razón en su exigencia de explicaciones parlamentarias al Gobierno y está en su derecho político de poner en dificultades a los ministros de UCD. Por otra parte, resulta un punto sorprendente que un Gobierno que lleva dos años pactando sus tareas ejecutillas con la Oposición no haya buscado el tan traído y llevado consenso para este viaje real evitándose el embarazo de la protesta de toda la izquierda parlamentaria. En segundo lugar, el Gobierno, al organizar este viaje, ha desdeñado la opinión pública con criterios tan realistas como impolíticos. Es cierto que las visitas de Estado del Rey a otros países no legitiman ni apoyan determinados regímenes políticos, Es cierto que el Rey ya ha realizado viajes a naciones de contrapuestas filosofías políticas, sin que ello entrañe su identificación con alguna en particular. Es cierto que el Rey ha visitado oficialmente un país de régimen tan severo y antipático como Irán, sin que los partidos de la Oposición hayan criticado el viaje. Pero la opinión pública tiene su razón aunque sus argumentos no sean siempre razonables. Argentina -como podría serlo Chile o Uruguay-, es un país de nuestra cultura, del que aún estamos recibiendo miles de exiliados y sobre el que los españoles tienen una ini"ormación sobre la violación continua de los más elementales derechos humanos superior a la que puedan tener de otras autocracias no menos crueles.La argumentación de que ya se han efectuado, sin queja parlamentaria, viajes de Estado a países socialistas no regidos por los principios políticos de las democracias occidentales tampoco va a encontrar excesivos apoyos y comprensiones populares, por cuanto los regímenes socialistas (si hacemos excepción de la demencia camboyana) contrapesan su falta de libertades burguesas con logros generalizados de orden social. El problema reside en que dictaduras como las de Videla, Pinochet, Stroessner, etcétera, son antipáticas, burdas, inútiles, carecen de contraprestaciones sociales, secuestran la libertad pero desprecian al hombre. No es de extrañar que Videla, hasta ahora, sólo haya recibido la visita de Pinochet y de Hugo Banzer. A la postre, el problema reside en la necesidad de dar estado parlamentario a los viajes reales, impidiendo que los viajes del Jefe del Estado sean organizados o consultados exclusivamente con el partido en el poder. Es obvio que los viajes del Rey no pueden quedar a merced de una diplomacia administrada por servidores de ideologías distintas. Y en el momento político que vive este país, con una Constitución a medio hacer, todo tacto, todo cuidado en el matiz a la hora de programar las intervenciones públicas de la Corona son pocos. Tarde o temprano el Rey visitará Argentina como visitará Cuba o la Unión Soviética. Visitará todas aquellas canitales a donde le lleven los intereses del Estado, pero será de gran prudencia política que el Congreso, y no el Gobierno, respalde de alguna manera el desplazamiento, o, cuando menos, que el Gobierno evacue consultas con el partido mayoritario de la Oposición. Por lo demás, no sería la primera vez que se suspende un viaje de Estado al mediar problemas parlamentarios o de opinión pública. La práctica diplomática está sobrada de recursos para salvaguardar los intereses exteriores sin alterar los equilibrios de la política interior. Si los partidos de izquierda lo desean, muy difícil le resultará al ministro de Asuntos Exteriores convencer a la Diputación Permanente del Congreso de la necesidad y la oportunidad de la estancia real en Argentina. La diplomacia de UCD realizará un trabajo más útil solicitando del Gobierno argen tino el aplazamiento indefinido de un viaje que hoy por hoy sería mejor no hacer.

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