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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
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Autonomía de los pueblos y federalismo

¿Son hoy en día soberanos países como Alemania, Gran Bretaña, Francia o España? Formalmente, si, pero de hecho no.En la actualidad son soberanos Estados Unidos y la Unión Soviética, tanto formalmente, de derecho; como realmente, de hecho.

Frente a las potencias gigantes, los diecisiete países europeos no son más que microestados que pretenden defender su soberanía individual, pero que se encuentran cada vez más satelizados, política y económicamente, por los dos supergrandes. La política mundial la llevan ellos, los grandes. Para ser realmente soberanos, los países europeos tendrían que federarse, crear un Estado: con una moneda, con una defensa y con unas leyes comunes a todos.

Recuperarían así una capacidad interna de crear una solidaridad entre sus pueblos, muy distinta del simple intercambio económico y de intereses.

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Recuperarían una capacidad de influir en la política mundial, de tener un papel determinante en la vida y evolución del planeta.

Centralismo europeo

¿Quiere esto decir que Europa necesita de un Estado centralista que pretenda imponer una sola lengua, una sola cultura y una sola filosofía?

¿Quiere esto decir que todo tendría. que resolverse desde una capital, esté situada en París, Londres, Roma, Luxemburgo u Oslo?

Creo que ante esta concepción europea, el español más centralista rechazaría semejante proposición por motivos obvios. Entre ellos, el respeto a la personalidad colectiva de España, que consideraría parte de su propia personalidad y de su propia libertad individual. Defendería, seguramente, la necesidad de mantener una gestión autónoma de nuestro país por motivos no menos; obvios de eficacia.

Esa misma persona consideraría, con casi total seguridad, el respeto al pluralismo de los pueblos, como una condición previa a la unidad europea. Consideraría, seguramente, que una unidad armónica de los pueblos europeos semejante a la unidad sinfónica de una orquesta, enriquecería el concierto de aquellos pueblos.

Frente a un centralismo hegemónico, europeísta o mundialista, defendería seguramente la unidad federal europea descentralizada.

Federalismo y centralismo ibérico

Curiosamente, el mismo centralista carpetovetónico aún duda de la necesidad de construir un pluralismo interno en España. Teme toda forma de reparto del poder y de respeto al hecho de las nacionalidades, como si equivaliera a disgregar a la Patria. Cree que se va a romper la unidad, la solidaridad, el acervo común.

Pero, sobre todo, pretende mantener la unidad por unos métodos de dominación desde el centro, de resolver todo desde Madrid, y no por un método que potenciara la solidaridad profunda de los ciudadanos y de los pueblos. Así provoca el separatismo, que quiere evitar.

El procedimiento preautonómico

El procedimiento preautonómico actual refleja, en gran parte, este temor.

Delegar algunas funciones del Estado, mínimas y además diferentes según las regiones o nacionalidades, crear entes autonómicos de primera y de segunda categoría es, o un engaño, o un error fundamental.

Es un engaño si se les da a esos entes tan poco contenido que luego resulten incapaces de autogobernarse. En este caso se habrá jugado con un profundo sentimiento popular, un deseo de participar activamente en la vida de la propia comunidad, que puede dar lugar a una decepción, peligrosa por sus consecuencias.

O es un error fundamental porque se crea, inevitablemente, un legítimo deseo de emancipación, de realizar la emancipación prometida, pero deseo que se va a manifestar «en contra» del poder central, que aparecerá como dominante y no como liberador. Se crea entonces el separatismo.

Sentimiento nacional y autodeterminación

El sentimiento de los países, pueblos y nacionalidades puede, al contrario, tomar una dinámica opuesta, no anti y centrífuga, sino solidaria y centrípeta.

La meta debe ser realizar una unidad que evite el centralismo ni burocrático absorvente y el independentismo inviable, pero partiendo del principio democrático de que los grupos humanos o pueblos tienen pleno derecho a determinarse en las tres opciones posibles: la separación, la fusión y la federación.

La separación radical, con su inconveniente: la pérdida en los hechos de una soberanía que se proclama, pero que se queda en el aspecto jurídico formal, resultando impotente y además insolidaria.

La fusión, o autodeterminación en el sentido de absorción, con la consecuencia del abandono de toda personalidad colectiva.

La federación, o el procedimiento que persigue salvar la soberanía jurídica y fáctica, creando democráticamente una unión apoyada en la solidaridad.

Porque federar es unir en solidaridad y realizar una de las formas más sólidas de unión: la que se apoya en la libertad. Aunque estos modelos no correspondan al proceso histórico español, ¿duda alguien de la solidez de los grandes países federales modernos, como Estados Unidos, Alemania Federal o la Confederación Helvética, cuya unión se ha producido por el camino democrático federal?

El profundo sentimiento de la necesidad de unos autogobiernos en las nacionalidades, regiones, provincias, comarcas, municipios, nace de dos fuentes. El sentimiento de que la democracia es la participación del ciudadano en la cosa pública y la convicción de que toda sociedad moderna solamente será eficaz si se descentraliza la decisión.

La democracia limitada simplemente a dar al ciudadano el derecho de votar cada cuatro años, abdicando simultáneamente de toda responsabilidad, es un progreso inmenso sobre el sistema dictatorial, pero representa apenas un paso hacia la creación de un ciudadano responsable: lo será solamente una vez cada cuatro años.

La democracia de participación o la democracia con rostro humano, moderna, posible, deseable e imprescindible, es la otra. La que, además del derecho de votar, de elegir un parlamento cada cuatro años, abra unas vías más prácticas y más inmediatas de intensa participación. Participación en la empresa, participación en el sindicato, participación en el partido político, participación en el municipio, en la comarca, en el pueblo, en la nación.

Esta dimensión de la democracia de participación es la democracia del futuro y se apoya en el federalismo. La que libera la capacidad creativa del ciudadano, la que hace al hombre responsable.

Además, esta democracia es la única eficaz cara a la inmensa complejidad de la Administración pública en la sociedad moderna, que por necesidad cada vez asume más funciones.

La autodeterminación -que no es sinónimo de separatismo, conviene dejarlo bien claro- no se da en el aislacionismo insular y estéril, con una soberanía puramente teórica, pero realmente impotente, sino en una unión sinfónica que haga compartir esta soberanía del poder en distintos niveles.

Así se recupera la soberanía pura y simplemente. Soberanía política de los Estados, soberanía democrática de los pueblos, soberanía social de los ciudadanos.

El federalismo pluridimensional

Reparto del poder hacia arriba y hacia abajo. Hacia arriba, hacia Europa, traspaso de aquellas funciones o actividades que no pueden realizarse ya en los niveles de los actuales Estados. Esto es el reparto de poder hacia el futuro federalismo que mañana será europeo y pasado mañana mundial. Hacia abajo, traspaso de parte de las funciones estatales hacia las regiones o nacionalidades Y, por supuesto, de aquéllas hacia las provincias, comarcas o municipios.

Esta visión pluridimensional del federalismo es la que permitirá construir «una sociedad» y no solamente un Estado. Es la que permitirá realizar una soberanía repartida y una democracia de participación. Es la que permitirá devolver al ciudadano una parcela de soberanía, actualmente concentrada monopolísticamente por el aparato estatal moderno.

El modelo de la construcción federalista de la sociedad es el que evitará los separatismos y los centralismos. Para muchos españoles es el modelo de sociedad que nos permitirá construir un modelo político apto para el futuro inmediato de nuestro pueblo o de nuestra comunidad occidental y útil para la comunidad mundial.

Frente al centralismo mundial o europeo, que produciría un separatismo nacional o, incluso, local o de campanario, proponemos la concepción federalista de la unidad.

Esto no es un sueno ingenuo ni una amenaza a la unidad. Es, simplemente, la constatación de que si la unidad hace la fuerza, esa unidad debe ser pactada y respetuosa con los que la componen.

La unidad hace la fuerza, sí, pero sólo una unidad federal, solidaria, permite conjugar fuerza y libertad.

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