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La oposición boliviana teme una ola de represión tras el golpe de Pereda

En una vertiginosa sucesión de acontecimientos, Bolivia vivió el viernes la más tensa jornada de los últimos siete años, cuyo resultado final fue el derrocamiento del general Hugo Banzer y la proclamación del también general Juan Pereda como nuevo presidente de la República. Las fuerzas armadas han tenido una participación muy directa en el incruento golpe que colocó a Pereda al frente de la jefatura del Estado, quince días antes de la fecha fijada para la transmisión de poderes al vencedor de las elecciones generales celebradas el pasado día 9.

Los bolivianos se despertaron el viernes con la sorpresa de que el Gobierno había decretado el estado de sitio en todo el país. La razón, el levantamiento de Juan Pereda en la localidad de Santa Cruz (novecientos kilómetros al sur de La Paz), exigiendo la inmediata entrega del poder. Pereda, apoyado fundamentalmente por la fuerza aérea, de la que fue comandante en jefe, encabezó un movimiento cívico militar que ocupó las principales emisoras de la ciudad y proclamó su voluntad de desconocer la decisión de la Corte Suprema Electoral, que veinticuatro horas antes había anulado los comicios del 9 de julio.Mientras el movimiento se ex- tendía a otras ciudades, como Cochabamba y Oruro, Banzer envió emisarios a Juan Pereda para que éste depusiese su actitud. Los enviados presidenciales hicieron saber al general rebelde la firme decisión del presidente de entregar el poder en la fecha fijada, el 6 de agosto. La posición de Pereda fue inflexible: exigía la inmediata dimisión de Banzer y el traspaso de la presidencia.

En las primeras horas de la tarde, los más altos jefes de las fuerzas armadas de Bolivia hicieron saber a Banzer que apoyaban sin reservas a Juan Pereda. En esa circunstancia, el hasta entonces presi ente no tuvo más remedio que dimitir. Dirigió un patético mensaje al país, leído entre lágrimas, en el que dijo haber cumplido su deber «como presidente y como boliviano» y tomó juramento al triunvirato militar que, por espacio de dos horas escasas, gobernó el país.

Los miembros de esta junta hicieron saber su propósito de entregar inmediatamente la presidencia al general Pereda, quien aún se encontraba en Santa Cruz. Por vía aérea, Pereda se trasladó a la capital boliviana y alrededor de las diez de la noche juró su cargo ante los miembros del triunvirato. También leyó un mensaje al país en el que aseguró asumir tal responsabilidad «en nombre del pueblo, que tanto en las urnas como en la contienda final ha expresado su voluntad mostrando el tipo de gobierno que desea» y llegar a la presidencia «obedeciendo la voluntad popular y el apoyo de las fuerzas armadas, como respuesta revolucionaria a la crisis planteada por el extremismo».

Democratización truncada

Esa es, a grandes rasgos, la película de los hechos. Las interpretaciones surgen a partir de este momento. Y la primera de ellas es que, una vez más, se ha demostrado en este país la imposibilidad de que un proceso político concluya sin traumas. La decisión del presidente Banzer de convocar elecciones generales abrió larga expectativa de esperanzas para el retorno democrático de Bolivia. La campaña electoral, aun a pesar del gran apoyo oficial recibido por Juan Pereda, puede considerarse libre y limpia. En las urnas los partidos de la oposición, y sobre todo la Unión Democrática Popular, cuyo candidato era el ex presidente Hernán Siles, demostraron contar con el respaldo de muchos bolivianos.El general Pereda, apoyado, según sus opositores y diversos observadores internacionales, en un fraude electoral de grandes proporciones, apareció como vencedor de los comicios. Todo parecía indicar que, aun con estas irregularidades, Pereda asumiría constitucionalmente la presidencia en la fecha Fijada y que la oposición, pasados los primeros momentos de frustración, acabaría trabajando para la consolidacíón de la democracia en Bolivia. La decisión de la Corte Suprema Electoral de anular los comicios truncó el proceso y dio origen a la presente situación.

La oposición, escondida

Nadie se aventura a asegurar qué va a pasar a partir de ahora. Algunos políticos temen que el nuevo Gobierno, amparándose en su posición de fuerza, inicie una etapa represiva, dirigida esencialmente hacia los políticos de la oposición, organizaciones sindicales y algunos órganos de prensa. El nuevo presidente ha aludido en varias ocasiones a que los partidos de izquierda tratan de instaurar en Bolivia un sistema comunista y que a esto se opondría con todas sus fuerzas. Un miembro del triunvirato que durante dos horas gobernó el país el viernes afirmó que las uerzas armadas apoyaban sin reservas al general Pereda «en su lucha contra el comunismo».La Paz amaneció ayer en aparente calma. La presencia de tropas es más visible en las zonas altas de la ciudad que en el centro. La mayor concentración de fuerzas se halla en las cercanías de la casa de Gobierno, en la plaza Murillo.

No hay noticias de que se haya producido algún incidente grave en el país. Al menos este hecho resulta un consuelo, sobre todo si se tiene en cuenta la larga y triste tradición de los golpes de Estado en Latinoamérica, en los que casi siempre corre la sangre. La opinión pública aguarda con expectación el pronunciamiento de los dirigentes de los principales partidos de la oposición. No ha sido posible, hasta ahora, tomar contacto con ninguno de ellos. Muy posiblemente habrán trasladado sus domicilios en espera de que la situación se aclare y haya posibilidad de saber el rumbo que toma el nuevo Gobierno.

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