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Una expresión de trastonos mentales y afectivos

en el Gran Hospital de Madrid, y Jesús Lago, de la sección de Neuropsicología A. Lescure, servicio de Neurología Nicolás Achúcarro.La dislexia es la incapacidad del niño o del adulto, cuando la presenta desde la infancia, para interpretar los signos gráficos que constituyen la escritura y para reproducirlos, es decir, para leer y escribir. La dislexia era conocida hace mucho tiempo, pero más como curiosidad que como proceso anormal. El rey Carlos XI de Suecia, por ejemplo, leía con toda seriedad cartas y documentos puestos al revés, porque los elementos gráficos y su orientación en el espacio no significaban nada para él.

En todo niño disléxico se pueden encontrar alteraciones de muy diverso signo: neurológico, psicosocial, escolar, etcétera. El disléxico presenta casi siempre, dos veces de cada tres, trastornos afectivos, emocionales, con o sin trastornos del comportamiento asociados. Se trata de niños que se encuentran mal con su familia, entre sus compañeros de escuela, con sus profesores. A veces, el trastorno emocional, de origen familiar, existía ya antes de que el niño entrara en la escuela, siendo considerado éste por los especialistas como «un caso más grave».

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Se constata también que el niño disléxico, cuando presenta trastornos emocionales, suele gozar de un marcado espíritu de contradicción, es decir, se siente débil y se defiende a ultranza y sin criterio. El disléxico, casi siempre, presenta rasgos visibles de ansiedad y puede ser obsesivo, lo que agrava automáticamente sus trastornos.

Hasta aquí los hechos, en cuya descripción podría haber, más o menos, acuerdo entre corrientes y tendencias. Pero es a la hora de interpretar estos hechos para proceder a su tratamiento, al intentar modificarlos, cuando se dividen las opciones.

Por una parte, se encuentran las interpretaciones estáticas que, ante éste, como ante otros hechos, consideran fijados los signos neurológicos por una lesión cerebral. Esa sería la causa de los trastornos, según esta corriente interpretativa. Especialistas en la materia, sin embargo, consideran que «no se tiene en cuenta, dejando otras consideraciones que estamos tratando de niños, de sujetos, por lo tanto expresamente en evolución. No parece lícito interpretar como estables y fijados tales signos, sino en los sujetos de 18-22 años, en los que a maduración ha tenido tiempo de realizarse de sobra», En la otra vertiente, está la interpretación dinámica, dialéctica, que contempla la constante reación entre la evolución espontánea del organismo y la acción del medio ambiente sobre éste. Existen normalmente en el niño funciones-dominancia, imagen del esquema corporal que evolucionan a un ritmo variable. Si las estudiamos en niños con un cierto retraso madurativo, hallaremos siempre signos que ya hubieran debido desaparecer cronológicamente. Pero si lo hacemos un año más tarde, ya han desaparecido: el niño se ha normalizado en este aspecto.

El problema que se plantea ante los niños disléxicos es saber si esos mini-signos neurológicos que en ellos detectamos son ya un residuo estable o, por el contrario, constítuyen el simple perfil de una maduración retrasada. Retrasada por una lesión orgánica del sistema nervioso, o por un medio social o pedagógico hostiles, perturbadores, para la maduración del niño, maduración que alterase por la acción de cada uno de ellos y no sólo por la de los factores lesionales, más groseros.

Desde perspectivas dinámicas, entre las que se incluyen las hipótesis y métodos psicoanalíticos, por ejemplo, se enriquecen las posibilidades interpretativas. El hecho, antes señalado, de que muchos niños disléxicos tienen un marcado espíritu de contradicción tendría mucho que ver con una profunda protesta inconsciente, un manifestarse como ser distinto del individuo que se rebela.

Un discípulo de Freud, Oscar Pfister, explicó, por ejemplo, cómo el empeño de muchos niños en escríbir con faltas de ortográfia o en confundirse en las cuentas puede ser una protesta contra un padre o profesor autoritario. Aunque, en el caso de la dislexia, las cosas son más complejas y el ejemplo anterior no sirve, lo que sí que cabe es investigar las profundas conexiones existentes entre la aparición de los trastornos -síntomas- y la dinámica del inconsciente humano.

Es evidente cómo la ansiedad, por poner otro ejemplo, puede agravar los síntomas disléxicos. A veces la ansiedad no es la del niño disléxico, si no la angustia de sus padres o profesores. También se constata el hecho de que familias rígidas, profesores castrantes, hacen más intensa la dislexia y los trastornos emocionales a ella asociados. Se presenta otras veces la circunstancia de que padres o madres, con profundos conflictos inconscientes, ejercen una profunda influencia no consciente sobre sus hijos. Partes o aspectos destructivos de la personalidad, que todos tenemos, pueden ser colocados en el hijo disléxico, sobre el que la familia entera proyecta sus propios trastornos. El disléxico es el distinto, el blanco o chivo expiatorio de los aspectos diferentes o anormales de otros miembros del grupo familiar, aspectos no asumidos por aquéllos. El tratamiento, pues, del problema abarcaría el análisis y terapia del niño disléxico y de su grupo familiar y demás grupos de pertenencia.

Una complejísima investigación se abre camino en el campo de la dislexia, investigación sobre la que pueden incidir las más variadas ciencias. En todo caso, un hecho se muestra evidente: cualquier trastorno humano, por orgánico, mental o fisiológico que parezca, es el resultado de una interacción entre agentes internos, de tipo biológico, y agentes externos, de tipo psicosocial. Las hormonas y demás mecanismos biológicos que regulan el desarrollo de las funciones de cada ser humano, están en permanente relación dialéctica con las relaciones interpersonales, con la familia en la que se nace, el colegio en el que se estudia, la sociedad en la que se vive y los encuentros personales que configuran nuestra biografía, también orgánica

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