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Las feministas italianas denuncian nuevos casos de abortos clandestinos

Juan Arias

Los grupos feministas han declarado la guerra a aquellos médicos que, de un modo u otro, pondrían obstáculos a la actuación de la nueva ley que permite, libre y gratuitamente, la interrupción de la maternidad por motivos sociales, económicos y psicológicos. La prueba de que este desafío de las feministas no era sólo una amenaza acaba de demostrarse con dos casos clamorosos: uno en Génova y otro en Pordenone.

El pasado martes, en Génova entró en la cárcel el primer ginecólogo que practicó un aborto pagado después de la nueva ley. Se trata del doctor Doménico Sessarego, famoso ginecólogo de 56 años de edad. A las diez de la mañana, los carabineros del núcleo judicial se presentaron en su casa y le pusieron las esposas, mostrándole una orden de prisión por «aborto clandestino». La orden estaba firmada por el juez Bruno Fasanelli, un católico convencido y defensor de la objeción de conciencia, pero muy severo contra los médicos que no objetando se permiten de realizar abortos clandestinos y pagados.La historia circuló de boca en boca y llegó inmediatamente a todas las agencias de noticias porque se trata de la primera detención de un médico después de promulgada la ley. Y las feministas añaden que no será la última.

¿Cómo llegó el caso a la Magistratura? Una joven soltera de 27 años, que vive con sus padre, en Génova, al saber que estaba embarazada pidió al médico de familia que le ayudase para poder abortar. La aconsejó el ginecólogo Sessarego, muy conocido en la ciudad. La joven se presentó en su despacho para que le diese un certificado que le permitiera ser hospitalizada gratuitamente, como autoriza la ley. Pero el ginecólogo genovés, experto en el uso de la «cucharilla de oro», y por lo mismo, no muy contento con la nueva ley, hizo todo lo posible para que no se le escapara el caso. Le dijo a la joven que estas operaciones son horribles en el hospital:« Las hacen sin anestesia, sin ninguna higiene, sin ningún secreto y contra la estética porque "depilan completamente".» Y después de un lavado de cerebro muy bien organizado, con tonos paternales, le hizo esta propuesta: «Si usted quiere yo se lo puedo hacer en mi despacho clínico, con un equipo muy preparado. Le daremos la anestesia total. Todo será perfecto.» Existía sólo un pequeño inconveniente: la joven debería pagar anticipadamente ochocientas mil liras (unas 72.000 pesetas) que los cheques son peligrosos. Quizá Sessarego recordaba la sabia máxima campesina: «Lo que se escribe se lee.» Sobre todo, ahora que en Italia, Hacienda ha empezado a leer en las cuentas corrientes de los médicos famosos que hacen declaración de «pobreza».

La joven, asustada, volvió a su casa, y se puso a recoger el dinero entre parientes y amigos. El doctor y su equipo cumplieron su palabra: todo resultó perfecto. Hubo sólo un inconveniente y es que cuando la joven hablaba con un grupo feminista supo que el médico le había tomado el pelo, le había engañado y estafado y que había pisoteado la nueva ley en defensa de la mujer. Además, tuvo la valentía de denunciarlo. El ginecólogo se defendió diciendo: «Yo no soy un objetor de conciencia.» Pero las feministas, que no callan fácilmente, le refrescaron la memoria al doctor Sessarego. Le recordaron que durante nueve años (desde 1963 a 1972) trabajó en el hospital de Génova, cuyo presidente es el cardenal Giuseppe Siri, uno de los eclesiásticos más reaccionarios de la Iglesia, que, cuando murió Juan XXIII, declaró en la catedral que harían falta por lo menos cincuenta años para rehacer lo que el Papa había destruido en cinco. En este hospital todos los médicos son objetores.

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