Orgullo gay
Los gais madrileños han celebrado el Día Mundial del Orgullo de la cosa, pero en el fondo sabemos que más que de orgullo se trata de súplica, de intercesión, de anhelo de integración. Yo sólo tengo que decirles una cosa a los gais: que los que no somos gais tampoco nos divertimos tanto. Ya lo saben ellos.El gay, la feminista o el periférico autonómico tienden a creer, por natural hipóstasis de su tragedia y marginación, que los machos, los mesetarios y los señores corrientes lo pasamos bárbaro. No hace falta recurrir a la Microfísica del poder, de Foucault, para saber que todos estamos humillados en nuestro orgullo, gay o no, y que si el amor está difícil para el que se prenda de su compañero de oficina y escalafón, no está menos difícil para el que se prenda de su sobrina, su prima, la mujer de su prójimo o Ann Margret.
Porque tan frustrante como no poder ponerle cartas de amor a un bizarro paracaidista, siendo uno funcionario de Aduanas, es no poder darle citas de amor a Ann Margret para el que se ha enamorado de la estrella en sesión continua, un día que bajó con su señora, puesta de rulos («ya que es ahí, a la vuelta»), a ver una película de Ann. No descubro nada nuevo.
¿Que a usted, querido lector, delicado giocondo, amigo mío, le gustaría pasar las vacaciones en Ibiza con un campeón de los cien metros braza que fuese un poco loca? Claro, y a mí me gustaría pasarlas también en Ibiza con Isabel Tenaille, pero tendré que pasarlas en Madrid con mi gata, escribiendo artículos.
Parece, en principio, que el Estado es más tolerante con las relaciones heterosexuales. Pero sólo parece. Lo que pasa es que todavía no hemos proclamado nosotros el Día del Orgullo del Tío Alopécico Enamorado de su Sobrina, o el Día del Funcionario Padre de Familia Numerosa Enamorado de Bárbara Rey.
Eso que nos lleváis por delante, queridas locas. Quisiera darle a esta crónica la menor ironía posible («la crítica de arte no tiene por que ser artística», dijo alguien), pero lo cierto es que las manifestaciones gay quedan bien hoy, quedan progre, democráticas, ácratas, modernas e incluso modelnas.
Es muy de la España actual salir a la calle con la bandera del pueblo de uno, o con el sostén incendiado en la mano, o con la pancarta gay. Pero los varones domados -y no por la mujer, sino por la sociedad y el Estado- sólo asoman su protesta en los dibujos del hoy panteonizado -prematuramente- Mingote.
L'Express de esta semana me llama el comunista Umbral. Los franceses son dados a estas simplificaciones con sus vecinos. Para los franceses, España ha sido un país de reyes idiotas pintados a brochazos por Goya. Y una cosa tan compleja como yo es sólo el comunista Umbral. Los comunistas también pueden manifestarse y celebrar reuniones y cosas, y ahora se han congregado los de Comisiones Obreras en el Palacio de Congresos que hizo Fraga cuando los 25/Paz para comer lubina con los poetas del Régimen y los corresponsales extranjeros que tragaban (había algunos). Pero en el Este y en el Oeste, los Estados, socialistas del dinero o capitalistas del socialismo, son represivos y represores con la vida sexual, que es el jardín interior de toda vida individual.
Si el folklore gay se queda en eso, habremos perdido otra oportunidad, como con el folklore feminista: habremos parcelado nosotros mismos una lucha que es total. La lucha por el derecho a uno mismo, desde lo sexual a lo profesional, desde el clima de la persona, que nos lo da hecho un decorador, al clima de La Vaguada, que nos lo va a transformar el alcalde, señor Alvarez, con sus hipermercados.
Sabed, queridos gais, y quizá esto os sirva de consuelo, que no sólo está reprimido el hombre que mira al hombre, por el Estado moderno, sino también el hombre que mira a la Cantudo. Fracasados todos, sólo que vuestro fracaso, por lo menos, es más brillante.
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