Los sindicatos intentan el asalto al poder
El presidente de Túnez, Habib Burguiba, cumplirá el próximo 3 de agosto 75 años, según su biografía oficial. El mismo ha declarado públicamente que no puede fijar exactamente la fecha de su nacimiento. En cualquier caso, su avanzada edad y su frágil salud, minada por la arte rioesclerosis, le han obligado a reducir sus actividades públicas y los asuntos políticos han quedado en manos del primer ministro, Hedi Nuira.Durante los graves acontecimientos de enero, del «jueves negro», el «Combatiente Supremo», enfermo y recluido en su palacio de Cartago, guardó silencio. El «Padre de la Independencia» se limitó a firmar el decreto que estableció el estado de emergencia y delegó su confianza total en el primer ministro, Nuira, su sucesor, mientras logre mantenerse en el cargo, ya que, según la Constitución, el heredero de la presidencia, cuando desaparezca su actual titular, será quien esté en ese momento al frente del Gobierno.
Esta cláusula constitucional hace que la batalla del «postburguibismo pase por la lucha sin cuartel para alcanzar el cargo de primer ministro. Y los sucesos del 26 de enero formaron parte de ella, con un saldo oficial de una cuarentena de muertos (el número real pudo superar una cifra tres veces superior a la suministrada por las autoridades).
En esta batalla por el poder, la poderosa central sindical, la Unión General de Trabajadores Tunecinos (UGTT) tiene, tenía al menos, algo que decir. Junto con el Partido Socialista Destur (PSD), partido único, la UGTT constituye el puntal decisivo del Estado levantado por Burguiba tras la independencia de Francia en 1956.
Como organización de masas, ha llegado a superar el poder del partido único. A la UGTT están afifiados 500.000 de los 900.000 asalariados tunecinos, que con sus cotizaciones han aportado una independencia económica a la UGTT. Por otro lado, la liberalización política iniciada en 1974 y los tiempos de bonanza económica de Túnez permitieron que la central sindical acogiese a tendencias políticas de izquierda y a los nacionalistas musulmanes.
Estas incorporaciones dieron un nuevo aire a la UGT, propiciado por su secretario general, Habib Achur, hasta que se convirtió en el principal blanco de la represión desatada a partir del «j«ueves negro». La UGTT se convirtió en punta de lanza de las reivindicaciones de la clase trabajadora desbordando incluso a su dirección, a la vez que la sindicación de profesionales, profesores e intelectuales permitió, en muchos casos, la eliminación de la antigua burocracia imperante.
Una alianza rota
Por otro lado, la interrupción de la tendencia socializante en la economía tunecina, protagonizada por Ahmeb Ben Salah, hasta 1969, abrió al paso a una resuelta opción liberal en el campo económico. Este giro fue posible gracias a la alianza entre el primer ministro Nuira y el secretario general de la UGTT, Achur.
Ahora bien, esta alianza fue degradándose a partir de 1975, a medida que se iban incorporan do a la UGTT nuevas tendencias y, sobre todo, al degradarse la situación económica tunecina. La central sindical, paulatinamente, dejó de ser un anexo del Estado y se convirtió en una verdadera oposición. Este hecho suponía una profunda y peligrosa contradicción en el régimen implantado por Burguiba en 1956.
Esta situación no fue obstáculo para que Achur firmase el pasado año un auténtico pacto social con el primer ministro, lo cual no impidió que, a partir del verano del mismo año, las huelgas se sucediesen en oleadas en el sector público. La dirección, rebasada, no tuvo otra salida que colocarse al frente de esas reivindicaciones, para capitalizar las políticamente.
La jornada del 26 de enero conjugó, por un lado, la oleada reivindicativa que afectaba fundamentalmente al sector público, con la cólera de los marginados y desempleados y la protesta contra la creciente carestía de la vida. Pero también supuso la abierta entrada le la UGT7 en la batalla de la sucesión, en especial en lo que se refiere a su secretario general, Achur.
Las cartas de Achur
Consciente del peso político del sindicato, Achur había presentado sus cartas políticas desde el pasado año. «Para ser presidente, de la República es necesario ser tunecino, tener cuarenta años cumplidos y ser varón yo reúno esas condiciones», declara a un periódico. Poco después, se traslada a Trípoli, y ante el líder libio, Muamar el Gadafi, expresa su apoyo al « frente de resistencia árabe», que condena el encuentro Sadat-Begin.
Es esta una toma de posición política que entra en contradicción con la moderada política oficial tunecina con relación al diálogo egipcio-Israelí. Por otro lado, supone un acercamiento a Libia que no es nuevo en Achur: en 1974, junto con el entonces ministro de Asuntos Exteriores, Mohamed Massmudi, preconiza la fracasada unión con Libia, lanzada por Gadafi y que caminó demasiado deprisa a los Ojos de Burguiba y del primer ministro, Nuira, que la cortaron en seco. Este fracaso costó el cargo y el exilio a Massmudi. Achur consiguió salir airoso del problema.
¿Se ha repetido meses atrás el triángulo Achur-Massmudi-Libia? En el Parlamento tunecino, tras el «jueves negro», hubo veladas alusiones a la «conjura interior y exterior», pero sin precisar quién era el o los protagonistas exteriores. En cuanto a la alianza con Massmudi, no resulta extraña, es la práctica en la lucha de personalidades por acercarse al poder.
Massmudi presenta entonces su solución: la alternancia y la cooperación; «ninguno de nosotros es capaz de reemplazar por sí solo a Burguiba», declara. Achur ha ido más lejos. «Hay que poner fin a un régimen que ha destruido nuestra autenticidad árabe. Dios ha querido que nuestra organización (la UGTT) sea la depositarla de las esperanzas de los trabajadores para salvar la patria.»
Hoy Achur espera en la cárcel ser juzgado por un tribunal por atentar contra la seguridad del Estado. La ofensiva sindical sirvió para que otras personalidades políticas tomasen también posiciones de cara a la sucesión de Burguiba (los ex ministros Ahmed Mestiri -52 años, líder del Movimiento de Demócratas Socialistas, de ideología liberal- o Ben Salah, que fue, desde el Ministerio de Agricultura, el impulsor de la tendencia socializante hasta 1969 y que hoy se encuentra en el exilio).
Uno de estos hombres políticos que hoy se mantienen en la reserva en espera de su oportunidad es el ex ministro del Interior, Tahar Belkhoja, un hombre «duro» del Partido Socialista Destur (encarceló a Ben Salah), que giró a la izquierda para captarse el empuje de la central sindical. Durante las huelgas de los últimos meses del pasado año se negó a dar órdenes a la policía para que disparase y aplastase a los huelguistas.
Fue destituido fulminantemente en diciembre y, en solidaridad con él, dimitieron otros cinco ministros. El puesto de ministro del Interior fue ocupado durante tres días por el ministro de Defensa, y su despacho fue registrado a fondo por los. militares.
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