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XXXI FESTIVAL DE CINE DE CANNES

Clausura del certamen

Ángel S. Harguindey

Con la proyección del filme yugoslavo Bravo maestro, de Derajko Grlic, concluyó ayer, lunes, la sección competitiva del Festival de Cannes. Hoy se clausurará el certamen con la proyección de la última película de Billy Wilder, Fedora, producida en Europa y que se convertirá, a no dudarlo, en el gran homenaje de las gentes del cine a uno de sus maestros más sólidos, un homenaje que ni siquiera se verá empañado por el hecho de que la última película tuviera dificultades de producción en Estados Unidos -país en el que realizó toda su carrera- por obra y gracia del pragmatismo mercantilista norteamericano, un pragmatismo que impide a los productores arriesgar su dinero en el proyecto de un anciano.Las combinaciones de premios posibles son muy variadas, lo que redunda en el convencimiento de que esta XXXI edición del Festival de Cannes tuvo en su sección a concurso un nivel medio de gran calidad. Los Pakula, Ullman, Chalais, etcétera, tendrán una de las papeletas más difíciles a la hora de discernir sobre la Palma de Oro, los premios de interpretación y los especiales del jurado y, todo ello, si utilizan como baremos criterios de calidad y honestidad.

El fin de semana fue prolijo en proyecciones, como lo demuestran los programas del festival y, sobre todo, las crónicas de críticos y cinéfilos. En primer lugar se proyectó Coming home, de Hal Ashby, película que venía precedida de cierta expectación y, -lo que probablemente sea más importante, de la compañía de Jane Fonda. Un tema trascendente, los estragos de la guerra de Vietnam en un sector social norteamericano, tratado con una frivolidad barata, hacen de Coming home una película confusa. Ashby ha demostrado ya en vanas ocasiones su admiración por ese tipo de cine del que el Claude Lelouch de la primera época fue pionero, para seguirle de cerca los Norman Jewinson y Peter Yates, que en el mundo han sido. No se trata de una mala película, se trata, a mi juicio, de la obra de alguien que no sabía muy bien lo que quería hacer: de una parte, evidentemente, denunciar los estragos de una guerra y de todas las guerras. En este sentido es una película directamente antibelicista. De otra, el realizador parece fascinado por los objetivos de largo alcance con música de los Beatles en off lo que, en verdad, es bello, aunque más propio de una analítica.

El resultado final es un extraño sabor de boca en el que el espectador no sabe: si aplaudir o comprarse una casa en Malibu. Tuvo una acogida bastante fría en la crítica, y cálida en los espectadores.

Carlos Saura presentó su última película, Los ojos vendados, que era, sin dudarlo una de las más esperadas por la crítica internacional. La rueda de prensa realizada tras la proyección del filme, a la que asistieron su director, su productor, Elías Querejeta, y sus actores principales, Geraldine Chaplin y José Luis Gómez, penúltimo premio de interpretación en Cannes, ratificó esas expectativas, puesto que, se concentraron más de cien periodistas de todo el mundo y varias televisiones. Durante la proyección, en la sesión de gala del Grand Palais, se produjo uno de los escasos momentos de emoción colectiva en el certamen: nadie se movió de su asiento durante las dos horas de proyección, en un silencio absoluto, roto sólo al final por una larga y acogedora ovación. Al día siguiente, Gilles Jacob, director del certamen, Volvería a proponer a Carlos Saura la posibilidad de ser jurado en la próxima edición del certamen, insinuando incluso la posibilidad de presidirlo. Con Carlos Saura está ocurriendo un fenómeno sintomático y, desde luego, nada infrecuente en nuestro país: su obra se comienza a admirar y a comprender con más intensidad y rigor en Europa y Estados Unidos que en su propio país. Los ojos vendados será estrenada en París, el próximo 14 de junio, en los cines importantes de los principales circuitos comerciales franceses y en los medios de comunicación norteamericanos de primera magnitud comienzan a publicarse los primeros comentarios elogiosos sobre esa reflexión personal que sobre la tortura realizó el director aragonés. Citar como colofón de este comentario el caso de Luis Buñuel sería excesivamente fácil y, sobre todo, enmarcaría esta crónica en una especia de lamentación no pedida. Saura seguirá realizando sus películas en España porque, entre otras cosas, es lo suficientemente sensato como para crear a partir de lo que conoce profundamente, lo que no impedirá el que su obra alcance cotas comunicativas internacionales inimaginables en cualquier otro cineasta español.

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