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Nuestro criterio sobre la polémica bibliotecaria

Algunos trabajadores de bibliotecas españolas asistimos, tan atentos como sorprendidos, a la polémica que sobre ellas se desarrolla en estos días. Somos, por decirlo de algún modo, lumpenbibliotecarios que trabajamos en esto desde hace bastantes años. Profesionales de variada procedencia. Entre nosotros hay médicos, bachilleres superiores, abogados, físicos, economistas, sociólogos, etcétera. No pertenecemos al Cuerpo Facultativo de Bibliotecas, entre otras cosas, porque para acceder a él es preciso ser licenciado en Filosofía y Letras. Tampoco ostentamos ninguna representatividad de nadie.Muchos de nosotros hemos trabajado y trabajamos en la actualidad, catalogando libros antiguos y modernos (por cierto, don Antonio Palau también catalogaba y nunca fue facultativo). Nos son familiares el Haebler y el Science Citation Index, el Hain-Copinger y Chemical Abstracts y, aunque parezca mentira, somos capaces de contar puntizones y corondeles y sabemos que Elzevirios y Plantinos no son ninguna extraña especie de legumbres.

Exhibimos tan abrumador bagaje cultural, para que no se nos tache de zafios atilas de los sagrados recintos biblioteconómicos y se entienda que lo que decimos será acertado, o no, pero en ningún caso producto de mentes calenturientas ajenas a la tan reivindicada profesionalidad.

La polémica sobre bibliotecas y bibliotecarios estalló, de entrada, por culpa de unas oposiciones convocadas recientemente, a lo que se vino a añadir una serie de acontecimientos que ampliaron su marco considerablemente: la reconversión de la Sección Femenina, las afirmaciones del senador Benet, el artículo de EL PAIS en el que Caro Baroja nos mostraba sus curiosas ideas sobre los profesionales de las bibliotecas y sus compañeras de facultad, etcétera.

Cuando se convocaron las oposiciones en cuestión, nos pareció estimable el cambio habido sobre otras anteriores, aunque, a fuer de ser sinceros, pensamos que los responsables no se habían atrevido a romper los tabúes del cuerpo facultativo. La sorpresa al leer el preámbulo de la convocatoria, a pesar de todo, fue grande. Se justificaba allí el acceso únicamente para los licenciados en Filosofía y Letras, en función de la necesaria formación humanística que debe poseer el bibliotecario. Los autores del preámbulo, sin duda previendo la reacción que después efectivamente se produjo, iniciaban su reforma de manera tímida, pensando que así sería más fácil de digerir para algunas mentalidades. Sin embargo, el hecho fue que descalificaban de un plumazo, como hasta entonces se venía haciendo, a una serie de doctores, estudiantes, licenciados, convencidos todos ellos de que sus profesiones son tan humanísticas como la que más. A partir de ahora, los abogados, los sociólogos, los economistas, etcétera han de saber que se les sigue arrojando a las tinieblas exteriores, como siempre, en este ámbito profesional. Al hilo de esta reflexión, nos permitimos sugerir al Cuerpo Facultativo de Bibliotecarios la conveniencia de que en futuras convocatorias, los organismos competentes exijan la licenciatura en Trivium y Quadrivium, que asegurará, sin lugar a dudas, lo humanístico de la formación del aspirante. Podría, asimismo, considerarse como mérito haber sido discípulo de Luis Vives.

Aún con estas limitaciones, algo se había avanzado. Evidentemente en el programa no aparecían algunas materias tan necesarias para un documentalista, como la ya antigua Teoría de la Información, o, al menos, alguna introducción a la Semántica moderna, pero ya se sabe que estas cosas del cambio son lentas.

Rebus sic Stantibus, leimos con asombro la nota firmada por un «Colectivo Bibliotecario» aparecida en EL PAIS. el pasado día 9 de mayo, a la que respondió otra, divertidísima, del Ministerio de Cultura, al día siguiente. Nota que agradecemos a la Dirección General del Libro y Bibliotecas, que ha tenido la valentía de poner en letra impresa lo que hace tanto tiempo muchos teníamos ganas de oír: ¿Cómo es posible que en 120 años no se hay a podido catalogar todo lo catalogable? A estas alturas no debía quedar un incunable por catalogar, un catálogo colectivo por realizar, ni un libro de conventos suprimidos por inventariar. Bien por el director general, que por cierto no es humanista, sino economista.

La tesis fundamental del Colectivo Bibliotecario, al arremeter contra el programa de la oposición y de paso contra un artículo en su defensa firmado por tres facultativos, viene a ser que la profesión se desvalorizaría al poner el listón, más bajo de lo conveniente. Evidentemente, se trata de unas reivindicaciones exclusivamente gremiales, si bien amparadas en la cultura.. Y aquí viene lo gracioso: Algunos nos preguntamos si la formación humanística de la que alardean los firmantes del colectivo les habrá proporcionado el don de la ubicuidad, o, por el contrario, les habrá vuelto incapaces para cualquier cuestión numérica. Si existen 6.000 bibliotecas en el país y los bibliotecarios oficiales no pasan de quinientos, existen, al menos, 5.500 bibliotecas atendidas por personas al margen, o a pesar de la organización oficial. Pues bien, para este colectivo nosotros no existimos. Primero, se nos descalifica culturalmente y a continuación se ignora nuestra existencia. A partir de ahora y por decisión del Colectivo Bibliotecario no existimos los que trabajamos en bibliotecas universitarias, los encargados de bibliotecas municipales, los de las bibliotecas de la Seguridad Social, los de los centros de documentación, los de las bibliotecas especializadas, etcétera. ¡Caramba!, para este colectivo no existe más que su ombligo.

Nos habríamos alegrado profundamente si la reivindicación del Colectivo Bibliotecario hubiera sido progresista. Si lo que hubieran cuestionado, en nombre de la cultura, hubiera sido el sistema de oposiciones; si, en nombre de la cultura, hubieran propuesto soluciones que permitieran que el aire fresco entrara en la biblioteca, ahuyentando de ellas a los ratones; si hubieran pedido la protección del latín, pero también la del griego cuando fue su momento; si hubieran defendido la vigencia de la Paleografía, pero exigiendo además enseñanzas más acordes con la documentación de hoy.

Si hubiera sido así, nos habrían recordado a esa entrañable bibliotecari de Farenheit 451, por ejemplo, y no a la adusta funcionaria con la que todo español, en algún momento, se ha enfrentado al entrar en una biblioteca. Habría significado que, por fin, los bibliotecarios conectaban con la realidad en vez de transformarla a su antojo, que intentaban sumar a sus reivindicaciones culturales al cuerpo de ayudantes, que habría dejado su papel de pariente pobre. No ha sido así. En la polémica aletea un espíritu de incentivo de cuerpo y la cultura es el pretexto. Lástima, otra vez será.

*Siguen diez firmas más de bibliotecarios no facultativos.

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