Manolo Quejido
El lugar donde se pinta, el lugar donde el pintor habita, su entorno inmediato, es un espacio sacralizado por la práctica misma de la creación. Allí donde el artista se mueve de continuo, libra sus batallas, imagina, reflexiona y ejercita su técnica, todo cuanto le rodea se impregna del sentido que el peculiar fenómeno de la creación le otorga. No es sólo la elección previa del lugar y el acondicionamiento al que el pintor lo somete, ni la relación fetichista que pueda establecer con los objetos que acumula, sino, y sobre todo, los fenómenos que en ellos se asientan quienes crean, con el transcurso del tiempo, un estrecho vínculo de identificación entre el artista y cuanto le rodea. Esta frontera sutil es difícilmente identificable, no siendo posible de marcar la persona de su prolongación en las cosas, en el espacio. La casa y el hombre, como el feto y el útero, no son ya sino framentos de un objeto hoImogéneo. Como apuntaba Bataille en «La mutilación del sacrificio y la oreja cortada de Vicent Van Gogh» (Documents, 1930) un objeto, tal como una silla, puede substituir, en el lienzo, a la persona que lo posee. Así, cuando Manolo. Quejido quiere, en los trabajos de, la exposición, volverse hacia fuera, no hace sino autorretratarse de nuevo y, con toda seguridad, de forma más precisa que en la mera reproducción del propio rostro: Esta suerte de recapitulación del lugar en el que uno se encuentra, acaba por convertirse en la visión del lugar que uno es. En los rincones de la casa, en sus objetos habituales, el artista nos ofrece una acumulación de sí mismo. De este modo, lo que se plasma en el lienzo tiene menor' sentido como narración autobiográfica que como expresiónanalítica de la personalidad dequien se observa en los objetos.La serie que motiva esta crónica responde al expresivo título de « Sitio ». Dentro del plan general en el que Quejido gusta insertar su
Manolo Quejido
Galería Buades. C/ Claudio Coello, 43.
obra como conformando un todo perfectamente articulado, estas
obras vendrían a suponer un a modo de balance reflexivo, el resumen que cierra varios años de investigaciones. En efecto, muchos de los elementos presentes en lás reproducciones fotográficas de cartulinas en su anterior exposición son aquí reconocibles. Sin embargo, el carácter sintético otorga una gran
homogeneidad a la serie. La presencia de los objetos cotidianos, las máquinas, los espacios se resuelven con una técnica de ciertas resonancias fauves. Y ello incluso en un sentido literal de salvajismo, en lo agresivo de la pincelada, del color, de la mera presencia de los objetos; agresividad que se encuentra matizada por una cierta contención que confiere a esta serie un equilibrio que antes quedaba dispersado entre la violencia de la «Tontágrafa» o la frialdad de sus objetos más «pop».
Colofón, pues, parece ser es serie, puerta con la que queda cerrada una etapa de invenciones puerta que se abre no sabemos todavía a qué. Junto a ella se expone una cartulina de 1976, «A la huerta de Juan», que servirá de punto de unión con cuanto precede a « Sitio». Se trata aquí de un paisaje antropomórfico, a la manera de los de Giovanni Battista Bracelli, en el que los campos labrados metamorfosean en un cuerpo mujer que se nos ofrece por gracia de perspectiva. Alegoría de la Madre Tierra, esta imagen enlaza con la casa-útero y con el lienzo ausente del « Parto», para cerrar el círculo de una exposición que da cumplida medida de ese extraordinario pitor que es Manolo Quejido. Sepa verlo quien quiera.
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