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Reportaje:Viaje al canal centroamericano /y 3

Torrijos intenta impedir el fin de su dictadura

En cualquier caso, no le va a ser fácil a Omar Torrijos sostenerse en el poder, al menos con los omnímodos poderes de que hasta ahora ha disfrutado. Pasada la primera euforia de la aprobación de los tratados, cálidamente apoyada desde países latinoamericanos vecinos, el jefe del Gobierno panameño va a tener que enfrentarse a la multitud de críticas interiores, que ya se han comenzado a observar, por los «recortes» que los senadores norteamericanos han realizado en los acuerdos, y que le han restado la mayor parte de su importancia simbólica inicial.La oposición, según se manifestó ¿le forma inequívoca en la primera reunión pública que realizaron en la capital panameña después del regreso de los exiliados, va a arrebatar a Torrijos la bandera nacionalista que el general ha enarbolado durante largos años. Los partidos van a tratar de demostrar a su pueblo, y a los regímenes democráticos latinoamericanos, que los tratados ratificados por el Senado no solamente no significan avances notables en la devolución de la soberanía a Panamá de la zona del canal, sino que en algunos puntos son extremadamente regresivos con respecto a pactos anteriores. Y no va a ser fácil que Torrijos puede neutralizar esta operación.

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En el otro frente, los partidos de oposición van a tener permanentemente en su punto de mira el plan de reformas políticas que Torrijos, ambiguamente, ha anunciado. Según se desprende de las declaraciones hechas por los opositores, no van a permitir ningún tipo de componendas y van a trabajar por la instalación, lisa y llanamente, de un régimen abiertamente democrático, como el existente antes del golpe de Estado de 1968.

Las opciones de Torrijos

El año pasado, los representantes de los corregimientos panameños (circunscripciones electorales sui generis, que eligen cada una a un delegado, sea el corregimiento de tres o de mil votantes) acordaron pedir a Torrijos que la Constitución de 1972 fuese reformada para que se alargase el mandato del general por otros seis años al frente del Gobierno. Torrijos ni rechazó ni aceptó la sugerencia.

Ahí está deshojando la margarita. Constitucionalmente, en agosto próximo se cumple el plazo, marcado en la carta constitucional, de la permanencia de Torrijos como jefe del Gobierno.

En este mes deben celebrarse elecciones generales, de las que saldrán elegidos nuevos representantes de los corregimientos y el presidente de la República. Y debe decirse que el desinterés de los panameños ante esos comicios es muy grande. Una buena prueba de ello es el hecho de que solamente 350.000 de los 900.000 panameños con derecho a voto han cumplido el requisito indispensable de inscribirse en las listas de electores.

Una salida airosa para Torrijos sería su presentación como candidato a la presidencia de la República. Y en este sentido parece que le están animando sus consejeros más próximos. La operación consistiría en formar un partido (parece que el nombre sería Nuevo Panamá), que, de aquí a agosto, contando con todo el apoyo del aparato del Gobierno, asegurará la elección de Torrijos como presidente.

El proyecto tiene, para el general, ventajas e inconvenientes. Por un lado, permitiría al jefe del Gobierno nombrar un sustituto de su cuerda y fácilmente manejable, y seguir, desde la presidencia de la nación, con todas las riendas del poder en la mano durante otros seis años. Pero por otro, obligaría a Torrijos a dejar el mando activo de las fuerzas armadas, ahora férreamente bajo su control. Torrijos, además, desprecia con ferocidad los fastos, protocolos y burocracia que trae aparejado el ejercicio de la presidencia.

Lo que parece estar claro es que Torrijos no muestra ningún deseo de retirarse en las presentes circunstancias, ni es previsible que se lo permita la cohorte de familiares, amigos y consejeros, ensoberbecidos y enriquecidos al amparo del general.

Pero además, en todo este planteamiento juega un papel importante Norteamérica. Carter no va a encontrar a nadie mejor que Torrijos para neutralizar los indudables malos momentos que va a sufrir en los próximos meses la presencia estadounidense en la zona del canal. Y, sin embargo, le ha presionado (como reconocen incluso los dirigentes de la oposición) para que abra la mano a los políticos exiliados y a la libre actividad de los partidos.

Es muy posible que si Torrijos decide que la única solución de continuidad en el poder es su candidatura a la presidencia, reciba el apoyo, estadounidense. Y es también casi seguro que con esta ayuda y la de la maquinaria del poder, Omar Torrijos pueda colocar a su hipotético partido y a sí mismo en una ventajosa posición durante otros seis años.

La oposición, en busca de identidad

Diez años de inactividad, sobre todo en un pequeño país como Panamá, son muchos años. Este es el más grave obstáculo con el que se encuentra la fragmentada oposición panameña en la hora en que, ambiguamente, se les anuncia desde el poder que pueden desarrollar libremente sus actividades.

En diez años, la composición poblacional del país ha cambiado casi radicalmente. Miles de jóvenes (niños cuando Torrijos ascendió a poder) forman una fuerza potencial muy aprovechable para lo partidos cuando consigan organizarse.

Precisamente porque so conscientes de su fragmentación los grupos de la oposición han tratado de unirse desde el principio, a menos, en los objetivos inmediatos. Así, pocos días después de que Torrijos anunciara que los exilia dos podían regresar al país, once de los más representativos, ya en Panamá, realizaban una rueda de prensa y explicaban su posición resumida en un documento conjunto: rechazo a los tratados Torrijos-Carter, exigencia de un nuevo plebiscito, con plenas garantía para la imparcialidad y pureza de sufragio, oposición a la visita de Carter a Panamá, petición de un Asamblea Nacional Constituyente y denuncia de la «apertura politica » anunciada por Torrijos.

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