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Estreno mundial de una misa del siglo XVII en la Semana de Música de Oviedo

En el teatro Campoamor, de Oviedo, la Orquesta de Cámara de Asturias, bajo la dirección de Benito Lauret, con la participación de las sopranos Celia Alvarez Blanco y Ana Cristina Tolívar y la coral Polifónica Ciudad de Oviedo, se ha llevado a cabo el estrene, mundial de dos extensos fragmentos de la Misa en honor de la Virgen del Pilar, del compositor aragonés del siglo XVIII Joaquín Lázaro. El concierto se incluía dentro de la IV Semana de Música, de la Universidad ovetense, este año dedicada al clasicismo.La partitura de la Misa, de Lázaro, procede del archivo de la catedral de Oviedo, ya en vías de recuperación gracias al esfuerzo: de diferentes personalidades de la capital del Principado, en especial del profesor de musicología de la Universidad, don Emilio Casares.

Los fragmentos elegidos, el Kyrie y el Gloria, causaron una magnífica impresión, por cuanto demuestran la existencia, a comienzos de la etapa clásica, de compositores españoles que habían adoptado el estilo moderno, abandonando la vieja tradición polifónica a la búsqueda de una mayor verticalidad homofónica, donde el acompañamiento instrumental va paulatinamente adquiriendo relieve.

El título completo de la obra es Misa a ocho voces con violines, trompas, vajones (sic) y órgano, a onrra (sic) y gloria de María Santísima del Pilar. Su autor, Joaquín Lázaro (1746-1786), nació probablemente en Aliaga (Teruel), según los trabajos del musicólogo francés Guy Bourligueux, sobre los músicos de la catedral de Oviedo.

Lázaro compone esta Misa el mismo año (1771) que toma posesión de su cargo como maestro de capilla de la basílica del Pilar, de Zaragoza, lo que comportaba, sin duda, una excelente preparación musical.

Una constante del barroco español que se da en la Misa de Lázaro es el empleo de doble coro. Un primero para tres voces de tiple y un tenor, que es el que predomina, y el segundo con la composición tradicional: tiple, alto, tenor y bajo, coro este segundo que, en muchas ocasiones, se limitaba a duplicar al primero, por una tendencia estética del barro; y del clasicismo, de ir perdiendo la antigua policoralidad en aras del color, buscando planos diferentes que creen un clima sonoro contrastante, al modo de la llamada pintura tenebrista de nuestro barroco, y es curioso, por ejemplo, en esta Misa, de Lázaro, cómo se procura un equilibrio entre las tesituras agudas de las voces del coro principal y la rica sección instrumental, en la que, salvo los violines, se utilizan instrumentos de timbres graves -dos fagotes, dos trompas y el contrabajo-. Hubo que sustituir el órgano de clarines por trompetas.

Debió ser Lázaro un hombre débil y enfermizo. No podía imponer su autoridad a los seises de la basílica zaragozana, por lo que decidió abandonar el servicio de la misma, por tranquilidad de su ánimo y menos trabajo que tendrá en el nuevo destino, según rezan las Actas Capitulares en el Archivo de la Seo de Zaragoza. El nuevo destino era la catedral de Mondoñedo, a cuyo carero se incorpora en 1777.

Tres años más tarde, contando él 34 años de edad, encontramos a Joaquín Lázaro como maestro de capilla de la catedral de Oviedo, ciudad donde permanecerá hasta su muerte, ocurrida en Mondoñedo, adonde había acudido para descansar y restablecer su precaria salud.

Benito Lauret, que previamente ofreció una equilibrada versión de la Sinfonía en re menor, de Arriaga, se volcó en el Kyrie y, sobre todo, en el extenso Gloria de la Misa de Lázaro. La Coral Polifónica cantó admirablemente su difícil papel, alcanzando momentos de extraordinaria calidad y sobriedad sonora en ciertos pasajes del Kyrie y de gran brillantez en el fugado In gloria. Alcanzaron un merecido éxito las dos sopranos, que hubieron de repetir al final el bello dúo Quoniam tu solus, así como orquesta y coro el Cum sanctu spiritu.

Lástima que Joaquín Lázaro muriese tan joven (a los cuarenta años), pues es un gran compositor, uno de los mejores de España en la etapa de transición del barroco al clasicismo. Si resulta, a veces, todavía barroco en el lenguaje y la dinámica, en muchos momentos logra un clima expresivo clásico.

Más de cien obras de verdadera importancia entre ellas himnos, misas, motetes, responsorios, salmos, etcétera) dejó Lázaro al cabildo de la catedral de Oviedo, a condición de que dispensara éste alguna ayuda a las sobrinas que vivían con él. Un legado que asombra y causa una agradable sorpresa, ya que demuestran la alta categoría que llegó a alcanzar nuestra música en los albores del clasicismo, así como su enorme originalidad.

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