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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Diseminar el poder

Vicepresidente de Acción Ciudadana Liberal

El Ministerio del Interior va a ser sometido a una nueva reestructuración en la que, al parecer, desaparecerá la Subsecretaría de Orden Público que creó Fraga en el primer Gobierno de la Monarquía. Se pretende, además, y esto me parece de enorme importancia, que la Guardia Civil pase, desde el Ministerio de Defensa, a depender del Ministerio del Interior.

La concentración del poder -político y económico- en las manos de un grupo de amigos que prácticamente lo monopoliza, es peligrosa, injusta y antidemocrática. (Y puesto que los partidos políticos parlamentarios son tan quisquillosos en este tema, no estará de más recordar que el actual titular no posee mandato parlamentario alguno, sino que ha sido nombrado a dedo.) Ya Aristóteles se mostraba partidario acérrimo de la diseminación del poder hasta que quedara reducido a una serie de instancias minúsculas. Y aconsejaba, incluso, para evitar la tiranía y asegurar la libertad, construir ciudades que no rebasaran un tamaño a partir del cual no pudieran conocerse los ciudadanos. Uno de los hombres más lúcidos que yo conozco, Xavier Rubert de Ventós, ha explicado en su libro Ensayos sobre el desorden que el sistema rotatorio ,de cargos públicos en la Grecia preclásica y en la América prehispánica impedía el monopolio del poder por parte de aquellos individuos que, al decir de Aristóteles, «se aferran a los cargos públicos como si estuvieran afectados de una enfermedad que sólo pudiera curarse con su continuidad en el poder». (Política, III, 3). Y añade Rubert de Ventós: «Las viejas instituciones del cargo rotatorio, el ostracismo, el potlach y la mayordomía parecen responder a la conciencia de que el poder no es lo que nos ha de salvar, sino aquello precisamente de lo que debemos salvarnos; que hay un orden más rico que el poder no asegura, sino que clausura. Pero desde que faltan o fallan estos mecanismos reguladores, es sólo el general quien puede mantener unido el pueblo que ha dividido, y es sólo el capital quien puede dar trabajo al pueblo que ha proletarizado. Es por ello que parece más económico controlar el nacimiento que soportar los beneficios de estos poderes, cuya primera y gran obra es siempre crear las condiciones de su propia necesidad.»

No presagia, pues, nada bueno la acumulación de cargos por una casta de profesionales de la política, por gentes que no conciben otra forma de vivir que no sea a costa del presupuesto del Estado, por aquellos que -en palabras de Freud- prohiben al individuo la injusticia no para abolirla, sino para monopolizarla «como el tabaco o la sal». El poder será tanto menos espectacular y deseado cuando más repartido esté. «Es preciso banalizar el poder compensando el estado actual por toda clase de contrapoderes múltiples, eficaces y diversos, capaces de equilibrar a aquél, de descentralizarlo », ha escrito con razón Roger-Gérard Schwartzenberg en L'Etat spectacle.

Si existe un ministerio sobrecargado de poder es el del Interior, o de Gobernación, como se le llamaba hace poco. De él dependen las alcaldías, las diputaciones, los gobiernos civiles, las jefaturas de policía. Controla las elecciones -y a veces hace más que controlarlas-, los partidos políticos, las escuchas telefónicas, los «dossiers», los servicios de información. Y tal vez otras cosas que no se pueden decir. En fin, que su poder es inmenso.

Cuando uno piensa que el almirante Carrero Blanco saltó por los aires y pasó a mejor vida siendo ministro de la Gobernación el señor Arias Navarro y que éste, en lugar de ser licenciado por ineptitud ocupó inmediatamente el lugar de aquél en la Presidencia de Gobierno; cuando uno reflexiona sobre tales extraños sucesos, se presienten, intuyen o adivinan muchas cosas.

No. El primer policía, el primer alcalde, el primer gobernador, el primer presidente de la diputación de España, no debe convertirse también en el primer guardia civil. Que aquellos santones del franquismo que se anuncian ahora como desodorantes quizá con la vana pretensión de quitarle el olor, el sabor y el color a alguna camisa vieja olvidada que ahora les parece anticuada, que los santones del franquismo no acaben de una vez su irresistible ascensión, intranquiliza y desasosiega. Mientras tanto, los policías van siendo tiroteados suciamente, cobardemente. Unos trabajadores pobres, hijos casi siempre de familias modestísimas, nacidos en las zonas más reprimidas y de menos oportunidades del país, con escasas posibilidades de acceder a la cultura y hasta al trabajo, caen constantemente muertos o heridos sin que se sepa poner remedio a la carnicería. Tácito -tan querido por muchos ministros- decía que las naciones que no soportan ni los males ni sus remedios, están condenadas a desaparecer. Muchos no estamos dispuestos a soportar los males y sí a exigir los remedios.

No atacar al empresario como si la creación de riqueza fuera un crimen y mantener a costa de lo que sea la seguridad de los ciudadanos -policías o no policías- son tareas primordiales que no admiten demora. Potenciar la autonomía de las colectividades territoriales, repartir los centros de decisión, diseminar el poder en lugar de concentrarlo en pocas manos: he ahí un proyecto moderno, atractivo, imaginativo y necesario.

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