La utopía concreta
El primer artículo de la Constitución está lleno de palabras sagradas, que han ensangrentado la historia. Hoy se han convertido en simples conceptos de Derecho Político adquirido. La lucha cruenta de la cultura occidental por conquistar estos símbolos verbales sólo se ha visto reflejada en una diminuta pelea académica en la comisión constitucional bajo el humor campechano del señor Attard. El Estado, la democracia, el derecho, la libertad, la justicia, la igualdad, el pluralismo, la soberanía popular, constituyen el zumo de la Revolución Francesa y el llanto político desde principios de siglo XIX hasta nuestros días, pero ayer por la mañana, la Bastilla era el diccionario y la bayoneta era la lengua calada, entre sofista y profesoral, de algunos diputados.El artículo primero de la Constitución es muy solemne, tiene un sonido de campana, es una aspiración histórica, una utopía concreta de la sociedad, de modo que tampoco extraño que los padres de la patria traten de cruzarlo con tanto esmero dibujando volutas alrededor de los conceptos totem, matizando cada palabra con una lección, extrayendo cada matiz con una parrafada. Pero tampoco hay que exagerar. Porque entre el costoso bordado del tapiz y el señor Attard, que pasa el tiempo dando las gracias con presapla antigua, enredado con la interpretación del reglamento, bien podría suceder que se echara el otoño encima y doraran los membrillos entre la tautología y la metodología. Animo, próceres, que es para hoy.
En el primer debate constitucional, ya en la carne del articulado, sus señorías comisionados han hecho saber lo que es España, cosa que al parecer no está clara, y sus diferencias escolásticas con los conceptos de patria, nación o estado. Han trenzado encajes entre la soberanía nacional y el pueblo español. Han elaborado un cruzado mágico con la forma política y la forma de Gobierno. El énfasis era puramente académico, así que por los escaños corría un orgullo sólo intelectual, como de profesor herido. Pero en el límite de esta dulzura del consenso acampan los diputados Barrera y Letamendía y ellos han llevado el contrapunto de la dialéctica, junto con Arzallus, para defender la teoría o la realidad de que España es un conjunto de pueblos que forman el Estado español y que si la soberanía reside en el pueblo, Cataluña y el País Vasco quieren su ración.
Pero no se la dan. La comisión oye con mucho interés los alegatos históricos de estos jabalíes constitucionales, que hablan con una dureza muy civilizada. El presidente les da las gracias con un ademán decimonónico, cita unos párrafos del reglamento y la enmienda pasa a la coctelera de la votación. Que se pierde, naturalmente. Por lo demás, todo bien. Algunas puyas divertidas, algunas ironías esfumadas de Peces-Barba y la cosa entre sonrisas suaves, queda como está. Con una corrección de estilo a cargo de Fernández de la Mora. Lo que se dice, un toque de distinción. El artículo primero de la Constitución ha sido disecado como una mariposa dulcemente en una lección de cátedra.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.