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Reportaje:Corea del Sur, treinta años después / 2

Adiós a los soldados norteamericanos

«Estados Unidos no tiene ya razon es de peso para permanecer en Corea, dada la suficiente potencia militar y el formidable auge económico de este país», declaró a este periodista un representante de la embajada norteamericana en Seúl. Nixon y Ford -en su política de desamericanización de Asia- estudiaron ya el medio de reducir esta Presencia en Corea y Carter ha juzgado que el momento ya ha llegado. La retirada tendrá que hacerse en un plazo relativamente breve -cuatro o cinco años- de tal suerte que si Carter resultara reelegido para la presidencia de Estados Unidos, la retirada total culmine antes de finalizar su segundo mandato.Aunque recientemente anunció que la salida del primer contingente norteamericano sería tres veces menos de lo previsto para este año, no hay ninguna razón para pensar -salvo que se produzca una nueva tensión internacional- que Carter vaya a dar marcha atrás sobre el asunto: el había anunciado este plan durante su campaña electoral. El secretario norteamericano de Estado, Cyrus Vance, solicitó recientemente del Congreso que apruebe una partida de ochocientos millones de dólares para dotaciones militares a Corea del Sur, en el marco de un programa de retirada de las fuerzas terrestres norteamericanas de este país Asimismo, 275 millones de dólares han sido presupuestados este año en, favor de Seúl y el secretario de Estado, ante el Senado de Estados Unidos, y concretamente ante la Comisión de Asuntos Exteriores, advirtió a los senadores que no decidieran nada que pudiera inducir a Seúl a dudar del apoyo de Estados Unidos. Así, pues, a pesar de las restricciones patentes de las libertades políticas, Corea d el Sur, en contraposición a Nicaragua, por ejemplo, no verá disminuida la ayuda militar que recibe de Washington.

Las fuerzas de la ONU

Con el desencadenamiento de la guerra de Corea en 1950, las Naciones Unidas, que no tenían todavía las fuerzas de pacificación conocidas luego como cascos azules, encargaron a los ejércitos de Estados Unidos, a los cuales se sumaban contingentes militares de treinta países, rechazar la agresión del Norte contra el Sur y restablecer la paz.

Ahora, las fuerzas no americanas de las Naciones Unidas se encuentran reducidas a cifras simbólicas, con encargados militares que se mantienen en la zona como observadores.

Los 33.000 soldados pertenecientes a las unidades terrestres norteamericanas serán evacuados de aquí a cuatro o cinco años. En cuanto al apoyo aéreo y naval, será reforzado en el marco de un acuerdo bilateral de defensa. Pero, ¿de qué sirve este acuerdo cuando, en el otro confín del mundo, en Europa del oeste, un buen número de expertos militares juzga que una amplia franja del territorio alemán occidental, igualmente defendido por Estados Unidos, quedaría irremediablemente perdida en caso de una agresión del Pacto de Varsovia?

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Declarando ante la comisión de asuntos militares de la Cámara de Representantes el pasado verano, el general Rogers reveló que el comité de jefes del Estado Mayor conjunto había aconsejado en vano al presidente Carter que no retirara en los próximos cinco años más que 7.000 de los 33.000 del contingente militar norteamericano en Corea del Sur. El general Rogers recogía un argumento que le había originado a su mentor, el general John Singlaub, jefe del Estado Mayor en Corea, ser retrasladado a Estados Unidos, Rogers indicó que, a su juicio, la retirada total restringiría los riesgos de conflicto, si bien añadió que este riesgo podría ser minimizado si se tomaban las precauciones necesarias.

Rowland Evans y Robert Novak, reporteros del Washington Post, afirmaron que, según un memorándum secreto del Pentágono al presidente Carter, los norcoreanos podrían, en caso de un ataque sorpresa, apoderarse al menos provisionalmente de Seúl, a pesar de la presencia militar norteamericana en Corea del Sur. Siempre según el testimonio de los dos reporteros, el memorándum concluía: «Una vez que las fuerzas terrestres norteamericanas se hayan retirado de Corea del Sur, Estados Unidos transformará su presencia en Asia de una posición terrestre a otra marítima, la cual les daría sobre todo flexibilidad, permitiéndoles, llegado el momento, elegir entre ser o no implicados en una guerra local. »

«Ahí está el problema -dicen los funcionarios de Asuntos Exteriores en Seúl-. Los aliados militares de Pyongyang son sus vecinos -China y la Unión Soviética- mientras que nuestro aliado, Estados Unidos, se encuentra al otro lado del Pacífico.» La retirada americana de Vietnam ha traumatizado ostensiblemente a los surcoreanos. Vietnam del Sur, adonde Seúl envió un contingente de 50.000 hombres para ayudar a Estados Unidos a contrarrestar la presión del Norte, «es un país que ya no existe», decía recienteniente el ministro de Asuntos Exteriores de Corea del Sur en una conferencia de prensa. Para los asiáticos, únicamente Europa Central parece cautivar el interés de Washington. Sin embargo, en este asunto, los europeos también están vigilantes: algunos expertos de la OTAN en Bruselas se preguntan si para dar un suplemento de equipo militara Corea los americanos no quieren desguarnecer su arsenal en Europa, como ya lo sugirió la General Accounting Office, Oficina General de Contabilidad norteamericana .

«Si la política de Kissinger resultaba acrobática, la de Carter está llena de ira previstos », ha escrito un diario de Seúl, el Hankook Ilboo.

El viceministro de Asuntos Exteriores, Ha Jong Yoon, que concedió a este periodista una audiencia en Seúl, explica de esta forma el estado de ánimo del Gobierno surcoreano: «Marcharse es dejar el campo libre a Kim II Sung.Tememos que la retirada americana destruya el equilibrio militar en esta región del globo. Nosotros queremos preservar el equilibrio actual y lograr la coexistencia pacífica. El ejemplo alemán nos demuestra que no es imposible.»

«Hasta ahora -prosigue el viceministro- no hemos descubierto ningún indicio de disponibilidad de Kim II Sung para acudir a la mesa de negociaciones. Vemos un peligro muy grande en el hecho de que los norcoreanos formen una sociedad muy cerrada, aislada del mundo exterior como los albaneses, pero, peor aún, que reciban solamente a los visitantes que ellos desean y rechazando la información del extranjero. Kim II Sung es un hombre mal informado, lo que explica que pueda ser tan sorprendente. A los pekineses, empezando por Teng Hsiao-ping, se les ve paseándose con el último número de Time Magazine bajo el brazo y son incomparablemente más abiertos que los norcoreanos, que sólo creen en esa emisión tantas veces repetida por la radio de su país: reunificación bajo la bandera comunista. El norte concentró todos sus medios en su ejército, en detrimento del bienestar de su pueblo. Esto es absurdo por su parte. Nosotros nunca quisimos atormentar a los norcoreanos, pero tampoco queremos que nos atormenten. Queremos evitar a las generaciones que nos seguirán el vivir con las amenazas de hoy.»

Estados Unidos intentó en distintas ocasiones la instauración de una era de distensión a través de la apertura de contactos diplomáticos. En 1975, Henry Kissinger propuso una conferencia de los cuatro firmantes del armisticio de 1953: Estados Unidos, China y las dos Coreas. En septiembre de 1977 el presidente Carter encargó al mariscal Tito enviar un mensaje al mariscal Kim. II Sung, el número uno norcoreano, relanzando la idea de dicha conferencia a cuatro, pero todo pasó como si Pyongyang intentara excluir a Seúl de la maniobra y rehusara un pacto bilateral de no agresión. Esto es lo que, naturalmente, los surcoreanos no pueden admitir. El pasado verano, en una entrevista, la primera difundida por una cadena de televisión japonesa, Kim Il Sung decía que estaba aún «dispuesto a iniciar discusiones» con Estados Unidos, pero a principios de febrero envió un memorándum sorprendente a un cierto número de embajadores en Pekín, representando a «países socialistas, neutros y pacíficos». El texto, que reprocha a Estados Unidos y a Japón el querer mantener la ruptura entre el Norte y el Sur, significó para los observar dores diplomáticos no una simple operación de propaganda, sino una advertencia.

Dureza norcoreana

Pyongyang no propone nada, pero rechaza el mantenimiento del actual status quo, la idea de un pacto de no agresión y la propuesta de admisión de los dos estados coreanos en las Naciones Unidas (por lo menos mientras el país no esté reunificado). Textualmente, Pyongyang escribe: «La política de fuerza seguida por los partidarios del mantenimiento de la división coreana lleva en sí los gérmenes de una nueva guerra.» Nunca el tono de los norcoreanos había sido tan duro y, aparentemente, la decisión de Carter de retirar sus soldados no ha sido comprendida como un gesto de conciliación, sino como un signo de debilidad.

Otro acontecimiento curioso se produjo recientemente en Pekín. Por primera vez, el 6 de febrero pasado, el Diario del Pueblo acusó a la Unión Soviética de flirtear con el régimen surcoreano y de apoyar a Estados Unidos en su política de mantenimiento de la división coreana. Ahora bien, la URSS sigue estando considerada, política y económicamente, como el primer aliado de Pyongyapg, por delante de Pekín.

Es cierto que Seúl ha logrado últimamente, por intermedio de Alemania Federal y de Austria, entrar en relaciones comerciales con ciertos países del Comecon y espera poderlo hacer pronto también con la URSS. Pero, por otra parte, los testimonios de amistad por parte del campo soviético con Pyongyang han sido particularmente numerosos durante los últimos meses. Kim II Sung recibió en diciembre a Erik Honecker y fue condecorado, a finales de enero, con la Orden de Lenin.

«El problema de saber si Corea del Norte está influenciada en mayor medida por los chinos o por los rusos es una cuestión académica», afirmó el director para Europa del Ministerio surcoreano de Asuntos Exteriores. «Naturalmente, si los norcoreanos se acercan demasiado a los soviéticos, les será retirado el apoyo chino y viceversa. En este sentido, la división del campo socialista favorece a Corea del Sur. Pero si Kim II Sung, incapaz de poner en marcha el despegue económico del Norte y deseoso de extender su poder hacia el Sur, se lanza cueste lo que cueste a la aventura de una nueva guerra territorial, China y la URSS no podrán hacer otra cosa que ayudarle.»

Hay quien pretende, en las cancillerías occidentales, que en el delicado juego de influencias al que se dedican las grandes potencias en Asia, el presidente Carter ha derrochado su último cartucho decidiendo hacer regresar a sus Gl's. Hubiese sido una, buena ocasión, se dice, para hacer presión sobre Pyongyang. Los surcoreanos jugarán a partir de ahora una partida apretada para conseguir, en el mejor de los casos, una situación a la alemana.

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