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Cautela y desconcierto en Alemania Federal ante la visita de Brejnev

Ni los políticos ni las grandes empresas de la República Federal de Alemania están seguros de que la visita que realizará Brejnev a este país entre mañana y el próximo domingo, vaya a suponer un giro repentino en las relaciones entre los dos países. A diferencia de la anterior visita, en mayo de 1973, esta vez Leónidas Brejnev, convertido ahora en jefe del Estado y del partido de la Unión Soviética, no va a decir a los empresarios, como entonces, «buscamos cooperación para treinta, cuarenta o cincuenta años, empiecen ustedes la tarea y no esperen más».

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En la víspera de la visita, los empresarios se muestran cautos; los políticos, desconcertados (todavía no se ha elaborado un programa definitivo, por silencio oficial de los soviéticos). Más de veinte organizaciones políticas o sociales, dispuestas a manifestarse para protestar contra la presencia de Brejnev en Bonn y, entretanto, el hombre de la calle no sabe muy bien si esta segunda ocasión en que llega a la RFA el «primer hombre de la URSS» va a significar efectivamente una ocasión para reducir tensiones en Europa, incrementar negocios o, al menos, para recuperar parientes establecidos antaño en los actuales territorios que ocupa la Unión Soviética.

Condiciones de los empresarios

Los grandes empresarios no creen que desaparezcan de la noche a la mañana los impedimentos que, según ellos, lastran la política económica y comercial germano-soviética. Según el profesor Schmitt, miembro directivo de Telefunken-AEG, estabilizar el sistema de intercambios precisaría una transformación profunda de la economía estatal soviética. El mal dé una atonía en los intercambios radica en «la naturaleza y estructura del socio», según el profesor. Por su parte, el diario conservador Die Welt cree que debe aspirarse a la formación de consorcios mixtos, objetivo rechazado hasta ahora por la URSS, pero que, según el periódico, «deberá conseguirse por encima de todo».Se trata, en sustancia, de exportar al Este europeo, empezando por Moscú, el modelo de «multinacional alemana». A pesar de la «atonía» a que aluden los grandes empresarios, éstos no omiten que, desde la anterior visita de Brejnev, en 1973, las exportaciones alemanas a la URSS aumentaron de 5.000 a 11.000 millones de marcos, lo cual significa que los soviéticos compran la cuarta parte de los productos alemanes que se envían al bloque socialista y que Bonn es el primer cliente soviético dentro del mundo occidental.

El que en 1977 hayan decrecido sensiblemente los intercambios ha significado para Moscú reducir el desnivel de la balanza comercial, cuyo déficit respecto de la RFA se ha reducido proporcionalmente al de la URSS-OCDE (éste pasó de 8.000 millones en 1975 a 4.000 millones de dólares en 1976). Para devolver la agilidad a los intercambios germano-soviéticos los empresarios alemanes desean que la industria de la URSS mejore el terminado de sus productos, que se ofrezcan garantías para realizar negocios a largo plazo (mediante la formación de consorcios mixtos y dotando al rubio de plena convertibilidad, por ejemplo), y que el dirigismo estatal logre, además de mantener los salarios al nivel actual en, sus empresas, una mayor eficiencia en los centros de producción.

Las condiciones de los empresarios alemanes tocan, pues, de cerca el mismo carácter de la economía soviética. Moscú, a su vez, confía en poder ofrecer esta vez más garantías sobre la oferta de materias primas que formuló hace cinco años. Los alemanes, por su parte, no parecen muy convencidos de que ahora pueda convertirse en realidad la. oferta de tecnología nuclear a la URSS, a instalar en Kaliningrado. Este proyecto antiguo preveía el aprovisiona miento de energía eléctrica a Berlín occidental, tema este que ya entra en el plano político.

El problema de Berlín

En mayo de 1973, el entonces canciller Brandt y el secretario del PCUS, Brejnev, declararon en el comunicado conjunto de la primera visita de éste a Bonn que «el cumplimiento estricto del acuerdo cuatripartito sobre Berlín era condición imprescindible para una distensión duradera en Centroeuropa». Desde entonces la situación de los tres sectores occidentales de la ciudad no ha mejorado sensiblemente a efectos del reconocimiento. Ahora Brejnev podría aceptar que Berlín quedase incluido en el alcance de un acuerdo cultural pendiente de firma. Esto significaría un paso adelante en la negociación de un acuerdo de cooperación comercial, elaborado también hace cinco años, pero no ratificado. El optimismo también brilla por su ausencia respecto del problema de la reducción de tropas: la conferencia de Viena, según los alemanes, apenas ha significado un progreso, aunque en la declaración de mayo de 1973 Brandt y Brejnev dedicaron a, exponer sus buenos propósitos dieciséis líneas del comunicado conjunto.En conjunto, los políticos de Bonn siguen desconcertados. El canciller Schmidt mantendrá cuatro conversaciones con Brejnev, pero no sabe qué ofertas traerá consigo su interlocutor. Los democristianos Kohl y Strauss hablarán también con él, pero no se sabe aún si se limitarán al tema de los derechos humanos o si esperarán más bien a que Brejnev presente sus ofertas antes de atacar frontalmente al primer ciudadano soviético. No se sabe tampoco si los empresarios podrán hablar con Brejnev directamente o si deberán conformarse con entrevistarse con alguno de los 150 integrantes de su delegación, entre ellos el ministro de Exteriores, Gromiko, y el de Comercio Exterior, Patolischev.

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