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Reportaje:La contaminación del Mediterráneo/ y 3

En los últimos diez años se han duplicado los desequilibrios ecológicos

Hace diez años, la zona industrial que va desde la desembocadura del Ebro, en España, hasta Livourne, de donde salen los Iodos rojos de la casa Montedison, producía desechos industriales equivalentes a los de una zona urbanizada de dieciséis millones de habitantes. En 1977 la cifra ascendía al equivalente de veinticuatro millones.Hace diez años, y a pesar de los primeros incendios, subsistía la esperanza respecto de los restos del gran bosque mediterráneo. Pero, esperando las decisiones y la repoblación forestal, la tierra se ha encaminado hacia los ríos y hacia el mar arrastrada por las aguas y los vientos. De modo, que son numerosos ya los parajes en que no se puede repoblar forestalmente sobre la roca desnuda. Las superficies calcinadas aumentan cada año.

Hace diez años, en la Costa Brava todavía quedaban espacios libres. En 1977, España permite construir en las últimas playas inmuebles de varios pisos que caracterizan un universo muerto durante ocho meses al año. Los veraneantes, cansados de tanto hormigón, de tanta muralla gris, vuelven su atención hacia los países mediterráneos en vías de desarrollo, que están todavía casi intactos. Pero también en éstos se han empezado a construir a orillas del mar los inmuebles y hoteles de playa que sus exigencias hacen necesarios.

Todo esto y otras muchas cosas se halla en los múltiples informes y encuestas que producen, casi mecánicamente, todos los laboratorios, centros, institutos, organizaciones nacionales, regionales o particulares de la cuenca mediterránea. El público no sabe nada de todo ello, o casi nada. No es cosa de estropearle sus vacaciones o el resto de sus vidas por tan poca cosa. La ausencia de información y educación es la regla: las autoridades no creen tener el deber de prevenir a las poblaciones de una situación cuya realidad y gravedad no reconocen. Pero no se trata de asustar o de anunciar el fin del mundo, sino de explicar honestamente, francamente, las inquietudes y descubrimientos de los especialistas. Decir la verdad, reconocer la aceleración de todos los fenómenos que afectan al Mediterráneo, es ayudar a un máximo de personas a reaccionar.

No es irreversible

Dando a entender que las cosas no están tan mal, que los mecanismos de desequilibrio ecológico no han alcanzado todavía un ritmo irreversible, las autoridades adoptan la grave responsabilidad de permitir un desarrollo de tipo exponencial de las contaminaciones y destrucciones; pasar de dos miligramos de mercurio a 2,5 miligramos por kilo en una especie de peces no supone, simplemente, aumentar el riesgo en 0,5 miligramos, sino quizá trasponer el umbral que provocará un día los primeros locos, las primeras muertes.El público, hábilmente convencido de que tales perspectivas son producto más que nada de la imaginación de algunas Casandras profesionales, no se ve seriamente incitado a dejar de tirar botellas de plástico a las playas, de lavar los coches con detergente a orillas de los ríos, de tirar papeles grasientos, de exigir carreteras más anchas a orillas del Mediterráneo, de pretender reducir en unos cuantos metros más la distancia que le separa del mar, no se ve animado a rechazar el coche en pro de los transportes colectivos, a abandonar la captura, para sus polvorientas colecciones, de los pocos moluscos que quedan en las playas y roquedales, a dejar de perseguir a los últimos peces.

Un individuo mantenido en la ignorancia sobre la Importancia de los peligros, sobre todo en vacaciones, y conociendo vagamente su mínima importancia en relación con los vertidos de barcos, ciudad y fábricas, ¿por qué habría de conceder la menor importancia a su contaminación individual? Los turistas, enviados a las costas por las imposiciones de un sistema político y económico que ha transformado el sol, el agua y la arena en una tierra prometida, son solamente instrumentos de la destrucción.

De la guerrilla ecológica puede surgir una importante presión sobre todos los poderes políticos y económicos. La agitación y el alboroto deben ser tales que acaben por Inquietar a los Gobiernos induciéndoles a llegar a un acuerdo nacional e internacionaI. La salvación del Mediterráneo no podrá llevarse a cabo a no ser que una opinión pública adecuadamente informada y cada vez más consciente influya sobre los poderes establecidos a fin de que se tomen las medidas que permitan la transformación de la sociedad mediterránea. Para ello es preciso que la protesta de los «usuarios» llegue a un nivel insoportable y cercano al umbral de lo intolerable.

La inseguridad permanente; a la espera de la instauración de una sociedad industrial más ecológica, más descentralizada, corresponde al público luchar y formular sus exigencias cada vez mejor, decir no cada vez más vigorosamente. La guerrilla es precisamente esto: ocupar el máximo de territorio sin dejar el menor reposo al adversario, atacándole siempre donde menos lo espere. Y, mientras llega la victoria total, definitiva, es preciso que ese adversario se vea obligado a negociar continuamente, que ceda, que retroceda, que dé seguridades, garantías.

Y quizá llegue el día en que se invente una nueva sociedad en torno al Mediterráneo basada en estos «guerrilleros» de la ecología.

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