Nuevo autor de viejo teatro
Un buen tema, aunque relativamente cercado ya por tratamientos dispares, generalmente más próximos a la visión cómica que a la dramática: el de las chachas españolas en París. Una construcción iniciada con lentitud, torpeza y vacilación, que va afirmándose con el transcurso de la obra y se aprieta en la segunda parte. Unos personajes definidos con agilidad, escasos en matices y seleccionados con gran eficacia. Un diálogo de excelente modulación en la nota cómica y de prudencia en las sentimentales. Un desarrollo excelente que tiende a preferir la vertiente de humor. Una instalación formal, cómoda, que busca la expresión tradicional del juguete cómico. Un autor novel, en fin, con capacidad de observación, sabiduría mecánica, sentido del humor y pocas pretensiones artísticas o intelectuales.Teatro de puro consumo. Pero esto no se dice peyorativamente: primero, porque Miguel Sierra está en su perfectísimo derecho de elegir el terreno de juego que le guste; segundo, porque esa zona teatral también está hoy abandonada, olvidada, indefensa, y es también necesaria para la eventual mejoría de nuestra salud teatral. Aunque sí se dice con pena. Incorporarse a la vida teatral española con Alicia en el París de las maravillas le abrirá, probablemente, a Miguel Sierra las puertas de los teatros, lo cual ya es enorme cuando se piensa en la desproporcionada lucha de los nuevos autores por llegar a estrenar sus obras. Pero es un poco triste que lo haga con un sentimentalismo viejo, de onda tan corta, de aspiraciones tan pequeñitas y de escritura tan fácil. Sierra, desde luego, ha dado en la diana. Es esa diana, precisamente, la que no resulta muy satisfactoria.
Alicia en el París de las maravillas
Autor: Miguel Sierra. Director: Angel García Moreno. Decorador: Vicente Vela. Intérpretes: Lola Herrera, Carmen Utrilla, Rafaela Aparicio, Celia Castro, Pedro Civera y Emilio Fuentes.En el teatro Lara.
Angel García Moreno ha comprendido perfectamente lo que tenía entre manos. Su dirección, descuidada con Civera, se vence del lado de Lola Herrera y su amplia familia, para favorecer a la chacha invasora y solfear un poco al desgraciado escritor francés. Lola Herrera trata de dignificar a su personaje como puede. Rafaela Aparicio campa por sus respetos. Ello quiere decir que su número, monumental y divertido, tiene todo el encanto de los viejos espectáculos en que los actores cómicos adorados por el público hacen las delicias de éste con la exhibición generosa de sus capacidades. Es imposible no reírse con Rafaela Aparicio. Y esto, naturalmente, vale. Carmen Utrilla cuadra su personaje corno puede. Celia Castro no puede hacer nada con el terrible embolado que le toca. Y un decorado plano, feo, inverosímil, mal iluminado y ambientado insensatamente enfría el trabajo general obligando a Civera a navegar por su increíble despacho, sin defensa y sin recursos.
Deseo mucha suerte al señor Sierra. Me alegraré de que su comedia le abra unas cuantas puertas. Y me sentiré todavía mejor si el señor Sierra, después de oír los aplausos, antes de presentar otra obra, mira el calendario y hace un pequeño acto de contrición.
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