Leopoldo Novoa
«Lo absoluto, aun en las cosas más pequeñas, conserva su carácter absoluto.» Con el mismo acento sentencioso con que dicta estas palabras Louis Aragón, cabe referir su contenido a las criaturas de Leopoldo Novoa, simples, esquemáticas, reducidas, más de una vez, a su mínima expresión. Concebidas y alumbradas a merced de repetición sistemática y con el ánimo de indicar el confín de la diferencia (el límite último de las cosas), las pinturas de Novoa son pura y unívica señal de lo absoluto: renuncia indeclinable a lo que aquí y ahora ven los ojos, y desenfrenada creencia en lo que, existente o no, desearían ver de una vez por todas, al margen del tiempo y del lugar.
«Los amantes de lo absoluto -insiste el poeta francés- rechazan lo que existe y quieren trocarlo por una creencia desenfrenada en lo que quizá no existe.» Y es, justamente, en la duda que imprime ese patético quizá donde el gusto por lo absoluto se convierte en vértigo de lo absoluto. Pocas sospechas hay de lo primero en las obras de Leopoldo Novoa. En verdad que su afición a lo absoluto llega a adquirir la forma de la exquisitez, del refinamiento, del buen gusto por lo absoluto, o de la morosidad y complacencia con que traza su ambigua panorámica, hasta desvanecer el vértigo que su sola proposición comporta y comunica.
Leopoldo Novoa
Galería Juana Mordó Castelló, 7
En el sistemático contrapunto, según dije, de las ideas de repetición y diferencia concibe Leopoldo Novoa y plasma sus pinturas. Cada uno de sus cuadros es minuciosa repetición de todos los demás, con la sola alternancia, igualmente repetitiva, de un blanco y un negro pertinaces, aisladamente aliviados por la fugacidad de un rojo apenas sugerido. La repetición constituye, además, el contenido de todas sus obras.
Rayas y familias dé rayas, filamentos y generaciones de filamentos, crestas, surcos, regueros meandros y huellas de meandros... se multiplican, reiteran y suceden con el solo propósito de remitir nuestra mirada a la región de lo diferente: vasta panorámica, cuyos accidentes nos resultan conocidos y escapa a nuestra memoria el mapa integral de su coherencia.
¿Logra Novoa, caso de proponérselo, conciliar el gusto de lo absoluto con el vértigo de lo absoluto? No. Lo uno prepondera sobre lo otro hasta extremo tal que la suma y sucesión de sus cuadros, lejos de procurarnos el menor de los sustos, viene a suscitar en nuestro ánimo sola y pura complacencia. Es el gusto, el buen gusto, de lo absoluto el que, a expensas de todo vértigo de trascendencia, urde y despliega estas incontaminadas panorámicas como océanos calmosos, remota y definitivamente sofocados, haciendo positivamente aplicable a su hacedor la sentencia negativa de Cézanne: «Quien no tiene el gusto de lo absoluto, se conforma con una mediocridad tranquila.»
Babelia
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