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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Allen: un Edipo culto

Mientras con el tono básico de voz cantaba el hogar dulce hogar, la señora Ginsberg bañaba, vestía, peinaba, perfumaba y alimentaba el edipo de su Allen del alma. De sospechar que el niño le iba a salir rojo, drogadicto(1) y encima maricón(2), la señora Ginsberg hubiera sufrido un ataque al corazón, se hubiera muerto, y habría amenazado con decírselo todo a su marido.Gracias a Yavé que Allen tenía una mamá tan buena que no se moriría ni le contaría nada a su papá -porque ya sabía que era un bruto que no entendía a las personas delicadas y le encerraría en un correccional donde sufriría mucho-, pero nada de llorar como una niña, que ya ella se iba a ocupar de todo y no el señor Ginsberg, que, por su parte, andaba bastante atareado construyendo un buen, pero buen, superego para el crío.

Allen Ginsberg

América (1965-1971)Colección Visor de poesía. Madrid, 1977

Como el niño no era tonto, enseguida se dio cuenta de que las ganas que le entraban de matar a su papá no arreglarían nada las cosas, puesto que, al fin y al cabo, su papá sólo era uno más entre los maestros, los rabinos, el de la tienda de chocolates, el jefe de su papá, el alcalde, Mr. Pig, que era el policía del barrio, y todo el resto.

Así que Allen entendió que debía aliarse con su mamá en contra de su papá y les salió, efectivamente, encima de maricón, rojo, drogadicto y, como tenía estudios, para colmo, le dio por la cosa de la cultura. Se leyó a Pound, Eliot, W. C. Williams, Stevens, Cummings, y, por supuesto, William Blake y Walt Whitman.

Se hizo poeta de la Beat Generation (Gregory Corso, Lawrence Ferlinghetti, lamantia, Jack Kerotiac, Burroughs(3), de la que enseguida algunos de sus componentes empezaron a dudar que fuera efectivamente una generación -tan sólo amigos y amantes- y otros que ni siquiera fuera beat.

En medio de tal discusión, Allen se dedicó a romper moldes: abandonó la retórica, cultivó el lenguaje coloquial y la escritura automática, negó todo tipo de valores que vinieran de la sociedad establecida -o sea, de su papá-, defendió una vida social en contacto con la naturaleza, una especie de socialismo a pequeña escala y un individualismo a tope frente a la feroz rebelión del consumo de masas. Publicó libros. Se dejó crecer flores en la barba y el pelo. Se hizo famoso.

Aparte sus declaraciones privadas y etcéteras, situadas en el terreno extraliterario, emprendió sus actuaciones públicas con un aspecto más cercano al del presidente de la Copel o al del secretario de Adena: aparecía gordo, borracho, eruptando y tirándose pedos. No decía una sola palabra. Sólo estaba. Era. Se dejaba ver completamente colgado mientras su público aplaudía y tomaba buena nota.

Su mamá, que había ido a verle y leía sus libros, sufría mucho cada vez que tenía que recibirle de vuelta a casa de uno de sus frenéticos viajes con sus amigotes a través de USA, o por el Oriente o por América del Sur: dormía en un saco en el porche, levitaba, tenía visiones beatíficas y buenas vibraciones, hablaba con el perro, se pasaba las horas muertas cantando el prajnaparamita gaté gaté paragaté parasamgaté, ¡bodhi svada! y demás extravagancias.

La señora Ginsberg, definitivamente alarmada, dedicó todo su empeño en organizar una Generación de Mamás Golpeadas, junto con todas las mamás de beatniks, vagabundos, hippies y asimilados a la mentalidad square. La señora Lamantia se negó inmediatamente a aceptar lo de generación, alegando que ella, con todo su respeto y consideración para las canas de la señora Burroughs, era muchísimo más joven. Mientras, la señora Corso se opuso a lo de golpeadas y empezó a decir que lo que pasaba es que eran todas unas cochinas judías que les iba la marcha y ella tenía la conciencia bien tranquila, y qué se iba a esperar al fin y al cabo de una gente que había crucificado a Nuestro Señor, señor, señor lo que había que ver.

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