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Tribuna
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El misterio de la crisis

Manuel Vicent

Adolfo Suárez no estaba allí. Antes de comenzar la sesión, bajo una neblina azul de veguero, se había desarrollado al pie de las gradas un éxtasis de felicidad política: un ballet campechano de abrazos, un palmoteo orgiástico en el costillar de los próceres, ese ambiente de dicha en la cumbre. El Gobierno, entrelazado con los diputados sobre la alfombra persa de la pelouse, pretendía establecer el rito de la crisis ministerial en un aire consabido de antedespacho de consejo de administración en día de gran dividendo. Los nuevos ministros se dejan felicitar, buscaban los saludos profesionales de los líderes de la oposición en el banco azul con la mirada brillante. Rodríguez Sahagún, trenzada entre los corros celestiales la sonrisa de pájaro disecado bajo un pelo de cepillo. Sánchez Terán, con sus gafas de dorada montura, y Calvo Ortega, con un duro ceño de jabato, se dejaban mecer por la teoría del relevo, según el prospecto de mano. Fernández Ordóñez tiraba de puro como un Robinson Crusoe en una isla perdida. Pero Adolfo Suárez no es taba allí.Comenzó la sesión y habló la esfinge Abril Martorell, en ese tono que normal. mente se usa para narrar una broma pesada explicó rudimentariamente el sentido de la crisis. No pasa nada. Todo sigue igual. El pacto de la Moncloa se ha cumplido y se seguirá cumpliendo escrupulosamente. Es necesaria la unión clara de todos los partidos, Y cosas así de bonitas. Y después, como adorno de crema montada, una ristra de promesas linguopaladiales. Pero todo este material tan fino y antiguo enseguida se convirtió en una charada, en un jeroglífico baturro inscrito al pie del plinto. Y a los líderes de la oposición les han entrado ganas de interpretar el destino del héroe.

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Santiago Carrillo, entre ironías, pésames y parabienes envenenados, ha iniciado el debate. Y al instante las cartas se han puesto boca arriba. La mística del profundo pesimismo. Felipe González ha ido directamente al grano y le ha tirado de la nariz al oráculo. Si el Gobierno ha cumplido sus pactos y pretende seguir cumpliéndolos, ¿dónde está el misterio? ¿A qué obedece la clave del relevo ministerial? Las intenciones del poder se han convertido en pura criptología. De modo que si el Gobierno pretendía aliviarse ante el Parlamento con cuatro mantazos por la cara, se ha equivocado. Felipe González ha hablado con poderío. Nadie sabe qué diablos quiere el Gobierno, qué política va a seguir. Que se explique de una vez, porque a este paso el trabajo de la oposición se va a convertir en una labor de egiptología. Una teoría de lupas.

Y así todos los líderes, uno detrás de otro, en una sesión de capitanes y reyes. Reventós quería que le explicaran el lío, Jordi Pujol, sumido en la perplejidad de filosofía financiera, hacía espeleología política en los sótanos de la Moncloa; Manuel Fraga, radiante e inquisitivo, también ha bajado a los fondos de la crisis adornado con el polvo enamorado de Quevedo; Tierno Galván, en una lección magistral, ha recordado la razón de estado con un reparto de consejos de alta escuela; Arzallus, lo mismo, pero con acento patético. La oposición esta vez ha demostrado tener buenos reflejos. Ha montado sobre la marcha un debate improvisado y ha enganchado la pantorrilla del Gobierno. Pero Adolfo Suárez no estaba allí. El presidente había mandado a Yago para que hiciera una narración colegial a los padres de la Patria sobre esa bobada pasajera de la crisis. Pero la cosa no va a quedar así. Esto se hincha.

El presidente del Gobierno, en una próxima sesión, tendrá que ablandar ese perfil de héroe mudo y solitario para explicar a la Cámara el trabalenguas de Delfos en que se ha convertido su política. El Parlamento ha decidido que baje de la columna dórica y que explique la dirección de la derecha, el misterio de su programa, que muestre en público las vísceras esotéricas de su propio futuro, aunque sea el inmediato.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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