Gerardo Delgado
«Grandes partes se desean para un gran todo, y grandes prendas para la máquina del héroe.» Reducidas un tanto sus dos primeras magnitudes, en verdad que el decir sentencioso de Baltasar Gracián cuadra casi textualmente a las bien nacidas criaturas de Gerardo Aparicio. Pequeñas partes, partículas, son sus obras, mínimos aspectos urdidos por el deseo (el del artista y el del agudo espectador) de convertir en un gran todo (más en atención a su intrínseca cualidad que a la simple adición cuantitativa) el amable espectáculo de la visión. La máquina del héroe, por otro lado, y las escuetas prendas que lo adoman nos remiten, sin mediaciones, al confín del sueño o a aquel radiante ventanal del mundo que sólo el mirar incontaminado de la infancia acertaría a definir.Las obras de Gerardo Aparicio (partículas, porciúnculas y homúnculos) constituyen una incesante enumeración repetitiva en cuyo buen concierto, de acuerdo con ciertas premisas de la Gestalt, el todo resulta harto superior a la suma de las partes. Es a usted, amigo espectador, a quien cumple ordenar las innumerables piezas (pruebe usted a contar cuántas y cuáles se congregan en alguno de sus grabados) del asombroso puzzle que Aparicio le propone por vía de cooperación, en la entera seguridad de que, si usted lo hace, se verá integrado en el gran todo, en el alegre cosmos de la creación. Bástele a usted, para ello, dejarse llevar por su propia mirada, cabalgando a sus anchas en la risueña máquina del héroe y convertido en héroe usted mismo.
Gerardo Aparicio
Galería EgamVillanueva, 29
Entre vegetales y mecánicas, pintadas en parte y en parte confiadas al artificio de unas maderas entretejidas, las máquinas de Gerardo Aparicio son como caballos sobre los que el héroe, usted mismo, se halla presto a emprender la aventura; máquinas como caballos, más afines, desde luego, a la afable condición de Clavileño que a la arrogante empresa de que fuera vehículo el famoso de Troya. Desde sus lomos se ve el mundo en su más genuina dimensión, resultando ser la Tierra -valga la contradicción del buen Sancho Panza- como grano de anís y como lentejas sus moradores.
Diseminadas como semillas o briznas al viento, las incontables figuras, los personajillos, que es capaz Aparicio de acomodar al reducido formato de cualquiera de sus creaciónes terminan por constituir un jocoso torneo en que la insignificancia de los competidores (usted y yo) viene a dar la medida del gran todo en que discurre la cotidiana y humana heroicidad. Una excelente exposición, adobada con aquella pizca de buen humor que tanto se echa de menos en los habituales menesteres del arte.
Babelia
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