La Mancha
Ya está, ya ha ocurrido, era inevitable, ya lo ha dicho, que no, que no quiero oírlo, pero lo ha dicho:-Cataluña no puede ser tratada como La Mancha.
Ya está, me lo temía, esto tenía que pasar, se estaba viendo venir, o sea de un día para otro, ya nos ha llamado manchegos el honorable, ya ha salido el subconsciente altivo, el ello freudiano con corbata, eso sí, con corbata, y nos ha llamado manchegos, nos ha mancheguizado para siempre, nos ha sumido en nuestra condición manchada, nos ha confinado en La Mancha. Tenía que pasar.
La, otra noche, en Barcelona, Luis del Olmo quería imaginar una entrevista entre Tarradellas y yo, por la radio, -y le dije a Luis:
-Desgraciad amente no hablo catalán, desgraciadamente no conozco a Tarradellas, desgraciadamente no llevo corbata.
Jamás he dudado del viento mistral de libertad, del viento garbí de catalanidad que recorre aquel litoral, y en la citada entrevista pedí que los chorros de la fuente de Canaletas manasen, «libertad para Cataluña». Pero el honorable ya nos lo ha dicho, era inevitable que nos lo dijese, pasa siempre, somos como una familia mal avenida, en esta Península, alguien acaba sacando los trapos sucios, pronunciando la palabra impronunciable, como me recordaba Simenon en Normadía una vez que fui a llevarle lumbre para la pipa:
-Toda familia esconde un cadáver en el armario.
Bueno, pues la familia española esconde tantos cadáveres como autonomías, y ahora todo el mundo está sacando el cadáver en procesión, que hay que ver quéjaleo, no es que esté mal eso de las autonomías, pero la gente aprovecha para refregarse los muertos por la cara unos a otros. «Cataluña no puede ser tratada como La Mancha.» ¿Y eso qué quiere decir, que tiene que ser tratada mejor o peor, que los manchegos son catalanes de segunda o los catalanes son manchegos de primera? Vaya lío, nada, que no me aclaro, o sea que no me oriento.
Esto es otra vez, como dice Paco Nieva, «la media España que le sobra a la otra media», o sea que han de helarte el corazón, tiesecito me lo ha dejado a mí el honorable, que La Mancha no es una provincia ni una nacionalidad ni una instancia unitaria ni una autonomía ni nada, que La Mancha es un sitio que se sacó Cervantes para pasear al loco, y gracias a Cervantes y al loco estamos todos aquí y ahora, o sea que no sé.
¿Será tan malo ser manchego? Madrid es el primer pueblo de La Mancha, claro. «Poblachón manchego», lo llamó Azorín. Azorín venía también del litoral, la periferia como si dijéramos. Otro honorable. Sólo que se vendió pronto al oro del centralismo, la calderilla de Maura y los duros de plata de La Cierva (no éste, el otro La Cierva, tampoco el del autogiro, otro que había). Yo he nacido en Madrid y vivido en Valladolid, soy castellano de ambas Castillas, soy manchego; Aranguren se confiesa abulense, y le dicen que si como Santa Teresa o como Adolfo Suárez. «Como Santayana, dice él, y les deja de piedra, claro, porque no han leído a Santayana. Santayana me dijo a mí una vez que fui a entrevistarle para el Flechas y Pelayos:
-Vivimos dramáticamente en un mundo que no es dramático.
Eso le pasa al honorable Tarradellas, al que tanto respeto y admiro: que vive dramáticamente en una Cataluña que no es dramática. Quiere -me han dicho- taquimecas que sepan catalán y no usen pantalones. Hace bien. Y que no sean manchegas, supongo. De ninguna de las maneras. ¿Por qué tiene que hacernos a nosotros esto, a nosotros que tanto le respetamos y queremos y admiramos? Dice Ramón Buckley que Ramiro Pinilla y Raúl Guerra Garrido no tienen que estar en las antologías con Delibes y Umbral, porque ellos escriben otro castellano, un castellano-vascuence. ¡Ah!, bueno. Y, así todo el rato, yo creo que ya no nos aclaramos, esto es mucho jaleo, ahora que si queremos nos sentamos en el Consejo de Europa (Oreja ya ha cogido sitio), el honorable nos recuerda nuestra innombrable condición inmunda de manchegos y nos confina en ella. Manchego perdido, me siento esta mañana. Y sin corbata.
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