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Mística y erotismo

Sobre un maravilloso poema, Noche oscura, y un aburrido texto escolástico, Subida al Monte Carmelo, el autor de este libro logra una interpretación originalísima y construye una dialéctica materialista de las pulsiones. Afirma que la mística no es un vuelo del espíritu, sino una pulsión erótica del cuerpo. «Lo ontológico - ya lo dijo Kierkegaard- es lo erótico.»Juan de la Cruz se aparte de la claridad turbadora y empañada de luz matinal e inicia su camino desde la noche oscura del alma. Pero su espíritu no renuncia a la vida por un acto intelectual, es una «reclusión de la fuerza apetitiva en su interior», dice acertadamente Ballestero, quien se apoya en la dialéctica de las pulsiones de Bloch para desarrollar un principio teórico: el místico parte del no desear absoluto, negación del deseo que es una afirmación categórica del mismo.

Juan de la Cruz: de la angustia al olvido

Manuel Ballestero.Edicions 62. Barcelona, 1977

De todas las pulsiones, Juan de la Cruz vive la Streben-apetito, que es la más vaga e indeterminada. Con exactitud nos dice Ballestero que la estructura del apetito es antagónica. Así, a la gana se opone la desgana, a la tensión la distensión. La mística descubre que el apetito, corno mero deseo, enturbia y agota. ¿Para no hundirse, el místico se lanza a las alturas, inicia el vuelo d el alma? Juan de la Cruz, por el contrario, se sume en la oscuridad de la noche. No buscará nunca la satisfacción del deseo, ni reposará, en la posesión que apacigua. Como estaba abierto se ha cerrado, encerrado para oscurecer su noche y precipitarse en una carrera anhelante, sin fin.

Esta insatisfacción permanente, pues no busca cosa ni persona, tan sólo una presencia oculta y lejana, crea lo que Ballestero llama la angustia, que es una aproximación finita del infinito. El mundano tiende a la exterioridad, pero el místico se sumerge íntimamente para buscar entre las sombras y crea la angustia más indecible, «entrada en un interior suelto y desligado cubierto de fe oscura», dice el autor. El alma es tensión, conciencia disparada sin límites que todo engloba. Más tarde descubre la luz en su noche, al adentrarse en su propio abismo, y espera el encuentro del personaje invisible.

San Pablo decía: «Cristianos son los que esperan.» El místico busca porque tiene siempre esperanza del hallazgo. «Espera que implica no visión, la espera implica conexión anhelante que avanza desde sí hacia su objeto», dice Ballestero. Así el Otro trascendente, que estaba muy distante, se aproxima y al interiorizarlo lo alcanza. «El Otro es ante todo la zona de paz del yo, quietud interior y descanso.» De esta forma Ballestero nos explica cómo el amor «perfile lo suyo antes de poseerlo», o sea, que lo anticipa imaginativamente.

Y tenemos la clave de la mística: posesión carnal, presencial de lo que no existe realmente. Porque el hombre no es uno, sino dos, y al desdoblarse ama el reflejo de su sombra, el otro que anhela y guarda en sí mismo como imagen. Más tarde fantasea y cree que su propia imagen es una realidad extraña y ajena. Para divinizar al hombre hay que sumirse en el silencio y la pasividad, es decir, olvidarse de sí mismo, pues la memoria trae siempre el sabor y presencia de las cosas idas, es tiempo recuperado. Pero el místico huye de la temporalidad porque el recuerdo aviva el apetito de la vida y el olvido es una liberación.

El fin de la mística no es el amor, la fusión unitiva, sino la aniquilación de todo presente, por lo que será el futuro que adviene.

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