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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La política de la cañonera

EN LAS últimas semanas el Gobierno francés, tan preocupado tradicionalmente por las libertades de los ciudadanos y los derechos de los pueblos a disponer de sus destinos, ha mostrado hasta dónde puede llegar la arrogancia del poder cuando estima que se hallan en peligro los intereses económicos del sistema neocolonial montado sobre los restos del antiguo imperio.El bombardeo de la aviación francesa a las columnas de los polisarios en un espacio aéreo sometido a otra soberanía no puede menos de recordar las tristes hazañas del Ejército francés en la vecina Argelia durante el período 1954-1962. Y la expulsión del pintor español Antonio Saura del territorio galo por su solidaridad de intelectual con el Frente Polisario nos hace retroceder a aquellos sombríos años, cuando el país que un día fue el albergue de la tolerancia volvió sus furias inquisitoriales contra sus propios intelectuales por el apoyo al FLN.

La airada reacción de un amplio sector de la opinión pública francesa en el caso Saura demuestra que sus muestras de solidaridad con otras causas y otros atropellos no fueron hipócritas. ¿Bajo qué luz cabe contemplar ahora, después del bombardeo de la columna polisaria, las protestas del señor Giscard por otros hechos del mismo signo ocurridos en otros rincones del planeta? Tras la expulsión del territorio francés de Antonio Saura ¿qué justificación puede dar el Ministerio del Interior francés de sus escrúpulos, pasados y presentes, respecto a los terroristas de ETA que convirtieron el departamento de los bajos Pirineos en su santuario?

La indiscutible protección que está dando Argelia al Frente Polisario no es la única explicación de la actitud del Gobierno francés en su comportamiento. La voluntad gala de convertirse en el gendarme de Africa se remonta a su participación en el conflicto de Zaire y hunde sus raíces en la decisión de ser la potencia hegemónica en el Mediterráneo occidental. No siempre hay una correlación entre las instituciones democráticas de un país y su comportamiento en política internacional. En vísperas de nuestra integración en Europa, tenemos que aprender muy bien esta enseñanza: países de vieja tradición democrática como Francia mantienen una política exterior animada por intereses no siempre confesables e instrumentada mediante procedimientos de dudosa ética.

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Por eso merece la pena aprender de una vez que los intereses de España en el Mediterráneo Sólo podrán ser defendidos por nosotros mismos. Desde, otras cancillerías se ha tratado de empujar a España, con la inocente aprobación de algunos sectores de la oposición democrática, a intervenir en el conflicto del Norte de Africa, utilizando nuestra mala conciencia por el vergonzoso abandono del Sahara después de los Acuerdos de Madrid de noviembre de 1975. Pero lo que se está rodando en el Magreb no es precisamente una película de buenos y malos, sino una intrincada jungla de intereses en la que la actitud de España es esencial para mantener, el equilibrio, por inestable que sea, en la zona.

A decir verdad, la trampa saharaui no puede ser mayor para los españoles. En Argelia, nuestro país tiene comprometidos intereses por casi 100.000 millones de pesetas, mientras debemos seguir soportando -¿hasta cuándo?- el apoyo evidente que los argelinos prestan al visionario Cubillo y a su MPAIAC, o viendo cómo propugna en los periódicos abiertamente la independencia de Canarias. Marruecos, donde, lamentablemente hemos dejado perder una tradición secular de cultura y presencia españolas, guarda permanentemente en la recámara sus reivindicaciones sobre Ceuta y Melilla. Y con Mauritania hemos arrastrado hasta hace poco un contencioso de pesca que ha afectado a la seguridad y condiciones de trabajo de no pocos españoles.

El interés español por no desequilibrar aún más la zona obligó en el pasado reciente a actitudes que nuestro Ejército asumió con una disciplina ejemplar. Pero ahí sigue el conflicto, y también España sufre la captura de rehenes, las agresiones a sus pesqueros y el incumplimiento de acuerdos. La flagrante intervención francesa es, no obstante, la primera que se produce de una potencia en el área. Un hecho lo suficientemente grave como para poner el primer jalón de generalización de un conflicto impredecible.

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