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Silencio mediterráneo

España y Yugoslavia ataron amarras. De la normalización de relaciones diplomáticas, los Gobiernos de Madrid y Belgrado han entrado en el terreno de la cooperación, al concluirse la visita del ministro yugoslavo de Asuntos Exteriores, Milos Minic. La estancia de Minic en la capital española, sigilosa frente a los medios informativos, tiene significado y posibilidades políticas que sobrepasan, con mucho, el apático y protocolario comunicado conjunto de siempre.

Si Yugoslavia no es satélite de la Unión Soviética y España tampoco gira en torno a Estados Unidos, ambos países tienen en su neutralidad comprometida una seria capa cidad de iniciativa exterior, con posibilidades de influencia al Este y al Oeste, en el área socialista y en el Occidente capitalista. Una capa cidad que se refuerza en el tablero geopolítico internacional por la si tuación estratégica de ambos Esta dos y, de manera especial, por su condición de naciones mediterráneas.

Desaparecido el conflicto de Vietnam, Africa y, de manera es pecial, el eterno conflicto del Oriente Próximo, constituyen el núcleo esencial del enfrentamiento político-ideológico de los dos grandes bloques o superpotencia: USA y URSS, OTAN y Pacto de Varsovia. El reparto de la escena y de los personajes, dibujado en Yalta y aún casi inmóvil, se mantiene con bastante precisión, a pesar de Chipre, de la primavera checa, de los claveles portugueses y de la ida y vuelta de la democracia en Grecia. El Mediterráneo permanece como el primer campo de crisis y de injerencias del Este y del Oeste.

La puesta en marcha de la democracia hispana, con sus naturales apetencias atlánticas, aún «castillo de naipes», como afirma el Washington Post, y el relevo de Tito, esperado y temido por los estrategas, son elementos de posible desestabilización del escenario, si no se decantan pronto estos impasses de Belgrado y de Madrid, en favor de órbitas imperiales, más o menos claras, o simplemente si los dos países aceptan, como mal menor, el silencio y la inactividad a la que sólo renuncia Francia en ocasiones de envergadura, confirmando su status real de aliado atlántico.

Y es este silencio o falta de iniciativa política y diplomática lo que parece desprenderse de la visita de Minic a Madrid. Un silencio yugoslavo, cauteloso y al amparo de los acuerdos de Helsinki y de la conferencia de Belgrado, a la espera de un desenlace a la herencia del Mariscal. Un silencio hispano por la ausencia de una política exterior, con enormes contradicciones en el área -véase el Sahara-, reducida ahora a la simple normalización o cooperación, como mucho.

La convocatoria de una conferencia mediterránea -con la que sueña París- y una organizada presencia de ambos países en la zona y al margen de las directrices de los bloques brilla por su ausencia, y pone en entredicho la supuesta neutralidad formal de ambos y el éxito o contenido de esta «fructífera» visita de Minic.

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