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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una antrología dialéctica

Con El hombre, actor de sí mismo, Carlos Gurméndez enriquece sus valiosas aportaciones al estudio del pensamiento marxista. Ser para no ser, El secreto de la alienación, El tiempo y la dialéctica, La alienación humana, son libros que muestran el interés de Carlos Gurméndez por los más candentes problemas filosóficos de nuestro tiempo. Son escasos los trabajos de nuestros pensadores más notorios que verdaderamente nos acerquen a un mejor conocimiento del marxismo. En cambio, al citar los libros de Gurméndez no puedo menos de señalar, tal vez para aviso de navegantes descuidados, un importante libro publicado en Madrid y en 1970: Marxismo y positivismo lógico. Su autor: Antonio Hemández Gil.El hombre, actor de sí mismo tiene un subtítulo: Ensayo de una antropología dialéctica. Ahora, Carlos Gurméndez estudia al hombre, casi como exento de los valores y de las dimensiones que sociedad y hombre se confieren -por cierto, dialécticamente-, aunque nos declara que «el vértigo de la dialéctica encuentra en la ontología su serenidad y eje de paz». El empeño de aislar al hombre es siempre arduo, y lo es, sobre todo cuando quien lo pretende es un materialista, habituado a considerarlo en sus numerosas relaciones dialécticas con la realidad. Pero todo estriba en tener afinados y a punto los instrumentos metodológicos que han de permitir la empresa. Para Gurméndez, «hay un actor, el sujeto humano, que opera la división múltiple de la totalidad dinámica del mundo». Y acabará descubriendo que «los sentidos internos, metafísicos, espirituales, son también materiales y concretos». O tal vez no acabe descubriéndolo, sino que se trate de un descubrimiento previo.

El hombre, actor de sí mismo

Carlos Gurméndez. Ediciones Akal Madrid,1977.

Se ha dicho que el actor es el ejecutante cuyo instrumento es su propio cuerpo: este cuerpo del que Gurméndez nos dice que «es una, totalidad diferenciada, la realidad experimental de una antropología dialéctica». Porque la antropología es dialéctica incluso en Edward B. Tylor, aunque Tylor lo ignorase. Y, con expediente tan simple como el de cambiar, en la raíz etimológica, el agere por el facere, concluiríamos, de acuerdo con el autor, que el hombre es el hacedor de sí mismo. Y no digo el Sumo Hacedor de sí mismo, por ahorrar ironías sobre cuestiones claramente estudiadas y definidas por el pensamiento marxista, y que caen dentro del «modo metafísico, es decir, antidialéctico de filosofar», de que nos hablaba Engels.

Es sabido que Marx consideraba que, hasta el advenimiento del socialismo, la humanidad viviría en, la prehistoria. Siempre he pensado que el término prehistoria debería ser sustituido, pues no revela el carácter conflictivo de este período. La idea de prehistoria dice de un tiempo neutro, de un tiempo ajeno al antagonismo de clases, cuando -es evidente que, si hay antagonismo de clases -y lo hay-, tenemos ya historia. Creo, pues, que no se trata de prehistoria, sino de antihistoria, o de contrahistoria, o de contrahechura de la historia, de la que será preciso eliminar los antagonismos que impiden el libre desarrollo y la plena realización del hombre, para acceder a un limpio mundo histórico. Y ese es un proceso que se inicia, dialécticamente, desde la pura antropología de la que Gurméndez parte para abrir paso a la comprobación de que el hombre, actor, intérprete de sí mismo, es, al propio tiempo, intérprete y agente de la historia. Por que, ¿es lícito, por mi parte, hablar de pura antropología? ¿Es posible imaginar a un hombre que no sea ya un homofaber? Recordemos una vez más, a Engels: «La especialización de la mano implica la aparición de la herramienta, y ésta implica actividad específicamente humana, la acción recíproca transformadora del hombre sobre la Naturaleza, la producción».

No terminaré sin señalar un valor contingente, pero hoy fundamental, del libro de Gurméndez. Creo que España se encuentra perentoriamente necesitada de grandes empeños de racionalización en todos los campos. Más aún: considero que la inteligencia de cualquier acción, de cualquier obra, de cualquier libro que se produzca en nuestro país debe medirse hoy por la corriente racionalizadora que aporta al caudal de nuestra vida pública, es decir, de nuestra convivencia. Y la contribución de Gurméndez, al tratar de familiarizar el mundo de nuestro pensamiento y de nuestra cultura con el marxismo, con la filosofía de nuestro tiempo (Sartre), es difícilmente superable.

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