"Orfeo y Eurídice" de Gluck
«Pero si es precioso! ¡No lo conocia!» Estas y otras frases análogas podían escucharse la otra tarde en el Real. Y es que en materia operística. Madrid es fascinante. Lo permite todo. Incluso Orfeo y Eurídice, de Gluck como novedad. Bien está. Varios miles de asiduos a los conciertos han estrenado esta obra capital de la historia de la música y la cultura. Han tenido suerte porque la versión de concierto -con pequeñas acciones por parte de los cantantes- ha sido excelente. Lovro von Maracic, con sus 78 años a cuestas, se conserva voluntarioso y firme. Ha hecho brillar a nuestra ONE y ha seguido, con avezado criterio teatral, los quehaceres de solistas y coro. Este, el Nacional que dirige Lola R. de Aragón, cantó con perfección buen estilo y cuidado matiz.Ruza Baldani hizo y cantó un Orfeo de irresistible atractivo. La calidad de la voz, de tan bello timbre, es ya convincente, No menos la inteligencia que la mueve. Otra yugoslava, la soprano Branka Beretovac. defendió el papel de Eurídice con elegancia y posibilidades técnico-vocales no del todo satisfactorias. En España ha,,, suficientes Eurídices como para justificar la importación. El Amor (con su arco en la mano, como Orfeo con su lira en detalles un poco colegiales) encontró en la segura y decidida Paloma Pérez Iñigo matices muy expresivos.
Cabe, y es deseable, otra emoción, otro misterio, en la conmovedora partitura que el logrado por Maracic con su permanente mezzo forte, sólo abandonado para ascender al forte. Cabe, y es deseable, mayor encantamiento, mejor serenidad, más trabajada respiracion para que, por ejemplo, la introducción al Che faró senza Euridice no suena cuasi heroica. Pero con todo, gracias a la buena conjuntación, a la preparación de los coros y solistas y a la singularidad de la Balzani, amén de la evidente calidad de la Nacional, pudo escucharse, por una vez, el segundo gran Orfeo de la historia (el primero es el de Monteverdi) que tanto amaba Wagner y que había sido capaz de hacer llorar a gentes de todos los estratos sociales, en las cortes de Viena o de París.
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