El testimonio temporal de Wolf Vostell
«Tengo que dar testimonio de nuestro, tiempo, tal como es nuestro tiempo; tengo que plasmar la sombra de la humanidad. Propongo con toda intención el aspecto negativo para orientar la conciencia de los demás hacia el lado positivo. Sin la denuncia de¡ primero, es imposible la propuesta de otro. Mi obra quiere ser memoria y acicate de la sociedad. El mundo está en crisis por exceso de estímulos que no puede digerir. O aprendemos a vivir, o nos volvemos locos de remate, o no tardaremos en acudir a otra guerra mundial. Estamos en manos de los políticos ( ... ) La creatividad verdadera no admite falsificaciones; la política sí.»Estas y otras parecidas razones declaraba Wolf Vostell a EL PAIS, hace unos meses, con motivo de la Documenta de Kassel y como símbolo y síntesis de su actividad creadora: una incesante propuesta de la sombra para que el contemplador acuda a la luz, un auténtico arte de la destrucción constructiva, cuyo precedente más verosímil no duda el afamado artista alemán en asignar a la pintura española. Fueron El Greco y Velázquez quienes, a juicio suyo, introdujeron las artes y los oficios de construir destruyendo, es decir, disociando el proceso pictórico, dando autonomía a cada pincelada. Goya fue el verdadero descubridor del impresionismo, y Picasso, genial destructor-constructor, es el padre del arte moderno.
Wolf Vostell
Galería Ynguanzo.Antonio Maura, 12
Raíces españolas
Me valgo de ambas referencias para dejar constancia del nivel' teórico y del carácter empírico de sus afirmaciones. Hace ya años que Vostell descubrió España y en su tierra echó raíces, hasta el extremo de compartir actualmente su residencia entre la macrópolis de Berlín y un pueblecito extremeño: Malpartida de Cáceres. Tempranamente adicto a la irrupción de las vanguardias y promotor de algunas de ellas (decollage, environment, arte-acción, happening, fluxus, estética del desperdicio... Wolf Vostell ha creado en Mal partida de Cáceres un museo al aire libre y otro bajo techo, en los que tiene lugar, al alcance del pueblo, lo que suele ser espectacular privilegio de las grandes muestras internacionales.
En la exposición que acaba de inaugurarse en Madrid no presenta Vostell, ni puede presentar, ninguno de sus habituales espectáculos abiertos, eminentemente participativos, en los que toma cuerpo y realidad inmediata el lema que rige todo su que hacer: Arte es vida; vida puede ser arte. Cuelga Vostell, aquí y ahora, la que podríamos llamar su obra de caballete, trasunto fiel, eso sí, de su actividad de mayores vuelos: lienzos de holgadas proporciones, cuya bien concertada medida da paso a la emulsión fotográfica, a la efusión del dibujo y la pintura, a la superposición de objetos de la vida cotidiana y a la verificación de los signos e índices reveladores de su impenitente actitud vitalista.
Se divide la exposición en cuatro grandes apartados: Noches de hormigón, dramáticamente alusivas al Mayo francés del 68; La lluvia, brutal cotejo comparativo entre la glorificación renacentista del desnudo y las descarnadas presencias de nuestro tiempo; El muerto que tiene sed, doméstico escenario en que los utensilios del hogar adquieren la trascendencia de los montes, y El huevo, cuya frágil y perfecta conformación natural se ve irónicamente confrontada con la aparente solidez y buen acabado de los ingenios tecnológicos (el avión a la cabeza) de nuestra edad, no menos frágiles, en un momento dado, ni menos portadores de catástrofe.
Admirable exposición, cántico tornasolado entre la pujanza de un origen y la inminencia de una catástrofe. A la vista de cuanto se alberga en el último de sus cuatro apartados, han venido a mi memoIria algunas de las resonancias que Vicente Huidobro dejó escritas en su Canción del huevo y el infinito: «El infinito sale de su huevo y pone otro huevo, y después otro huevo, una procesión de huevos, vías lácteas de huevos. Esto es hermoso como una naranja que abre sus puertas». Y el reverso de la medalla: «Un huevo danzando sobre la tempestad, entre los hoyos deslizantes de los naufragios. Entonces todas las mejillas se pusieron pálidas. Hubo un temblor en el cielo. Todos los huevos se rompieron y todos los ojos se cerraron ».
Babelia
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