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La estrategia del Pacto de la Moncloa

Secretario de Información de la UCDSi la propuesta de un Gobierno de coalición la descartan todos los partidos interesados, lo cual convierte en impracticable y voluntarista su planteamiento, la tesis del Gobierno de concentración tiene sus partidarios y una mayor capacidad de argumentación y de lógica. Sin embargo, la propuesta de un Gobierno de concentración nacional es de difícil materialización, no porque deba ser excluida por principio, sino porque hoy por hoy la mayoría de las fuerzas políticas que habrían de integrarlo, con la sabida excepción del PCE, su principal sostenedor, no lo consideran necesario. Unos temen las consecuencias del eventual fracaso de un hipotético Gobierno de concentración; otros, como el profesor Tierno creen que no hay que quemar el «último cartucho», la última posibilidad en caso de emergencia. Otros aducen con lógica que comenzar a definir ahora an programa mínimo para un Gobierno de concentración paralizaría el país durante dos o tres meses, tiempo mínimo necesario para que ese Gabinete resultara operativo.

A todos estos argumentos, ciertamente de peso, hay que añadir otro que a mi juicio es fundamental, porque no sólo tiene en cuenta la gravedad de la crisis económica y las limitaciones del cuadro político actual, si no que trata de preservar las posibilidades futuras de estabilidad democrática. Todos estamos de acuerdo en que es preciso salir de la crisis económica para consolidar la democracia. Esto exige solidaridad y corresponsabilidad de las fuerzas políticas, pero no olvidemos que contemporáneamente a las soluciones económicas debernos definir un cuadro político estable dentro del cual las fuerzas que gobiernan deben diferenciarse de las que ofrecen una alternativa de mocrática válida.

Política de diálogo

Lo anterior vale tant o para la hipótesis de Gobierno de concentración como para la propuesta de Gobierno de coalición. Insisto que me parece más seguro para la democracia, más propicio a la futura normalización de una dialéctica Gobierno-Oposición, incluso más operativo, viabley práctico en las actuales circunstancias, la práctica de una política de diálogo, la definición por el Gobierno de un programa de consenso, negociado con y apoyado por las fuerzas políticas sin quemar por eso las posibilidades de alternativa política de la Oposición. La estrategia del Gobierno de pacto es la única que permite afrontar negociadamente la crisis sin aplazar peligrosamente la definición de un cuadro con alternativa democrática estable. Asumir la responsabilidad de Gobierno no es hoy un caramelo. Fuerzas políticas hay que renunciaron apriori para «no gastarse». Todos lo sabemos y muy pocos lo reconocen. Momentos hubo en que los socialistas podrían haber entrado en el Gobierno, tras las elecciones. Suárez no lo consideró oportuno y no explicó por qué. Pero quiero avanzar una hipótesis de análisis político personal. Metiendo a la principal fuerza de Oposición en el Gobierno, Suárez habría obtenido una amplia mayoría parlamentaria al tiempo que privaba a sus principales adversarios de los beneficios de la Oposición. La operación era posible cuenta que UCD practica una política de reformas y que los so cialistas llegaron a afirmar que el Gobierno estaba plagiando el programa del PSOE (o su primera fase). ¿Por qué, entonces, no se hizo la coalíción? Porque dejaba al país sin alternativa política y esto no le interesaba a UCD ni al PSOE, pero sobre todo no le interesaba al país. Suárez debió renunciar así a un beneficio circunstancial a cambio de no comprometer la estabilidad política futura Suárez intenta encontrar soluciones a libs pro blemas de hoy, pero sin perder de vista la definición de un cuadro político estable a más largo plazo. Probablemente así lo vio también Felipe cuando su partido se plantó en el no al Gobierno de coalición. Una alternativa válida habría sido el Gobierno de pacto (no coalición) UCD-PSOE. Ambos partidos, con gran mayoría de los votos en las pasadas elecciones, podrían haber organizado una relación bipolar y bilateral que hubiera sido a la vez de negociación y de oposición. Ese es el camino que presagiaban las buenas relaciones PSOE-UCD tras las elecciones. Pero después se ha vuelto impracticable por el apremio del PSOE en convertir la «alternativa de Poder» en estrategia para desplazar de inmediato a UCD después de intentar dividirla. En esta compleja cuestión debemos distinguir entre la responsabilidad del Gobierno y la gestión de la crisis. El primer deber de un Gobierno es gobernar, por lo cual recae sobre el que preside el señor Suárez la responsabilidad, como ejecutivo, de llevar la iniciativa en la acción política frente a la crísis. El Gobierno está respaldado por un resultado electoral y debe asumir plenamente la función de gobernar, que posteriormente serán los electores lis llamados ajuzgar. Pero el Gobierno y la UCD no pueden asumir aisladamente toda la responsabilidad política que requiere la gestión de la crisis. Igual sucedería si el PSOE estuviera en el lugar de la UCD o incluso si ambas fuerzas formaran Goblerno. Y no porque éste sea o no débil, tenga más o menos respaldo electoral, sino porque aún no estamos en una democracia normalizada, ni los problemas a los que nos enfrentarnos son los ordinarios en una dialéctica convencional Gobierno-Oposición.

Acción frente a la crisis

No equivoquemos el enfoque. Cuando oigo o leo que el problema reside en que el Gobierno no tiene la mayoría en el Congreso (sí en las Cortes), siento que oigo o leo una peligrosa simplificación del problema. Conseguir el apoyo permanente de los diputados con quienes lograr un Gobierno mayoritario es posible y conveniente, pero no soluciona por sí solo todo el problema. Lo que requiere esta fase de período constituyente, de consolidació n democrática en medio de amenazas de desestabilización y de urgente necesidad de saneamiento económico, es que el Gobierno, mayoritario o no, practique una política de consenso mínimo mediante el diálogo y la negociación con las fuerzas políticas del arco constitucional. Pero entiéndase bien: esta necesidad depende en primer lugar del Gobierno, a quien corresponde la iniciativa, pero tambiénde que las fuerzas políticas de la Oposición respondan con una actitud dialogante y con la disposición a ofrecer su contribución positiva a la gestión de la crisis. Negarse a ello porque supuestamente significaría facilitar la tarea del Gobierno sería infantil e irresponsable. En la etapa crítica que atravesamos hay que recordar la distinción entre área del Gobierno y área del Poder. Todos los partidos con representación parlamentaria tienen su cuota en el área del Poder, y todos pueden perderla si una desafortunada gestión de la crisis condujera a la búsqueda de soluciones ajenas al sistema democrático. Recientemente decía el presidente Giscard d'Estaing: «Es imposible gobernar en un clima de adhesión y de asentimiento nacional un país que tiene que hacer frente a las dificultades que conocemos, sólo con la mitad de la población. Yo estoy sorprendido de ver que los hombres de la Oposición creen que bastaría que consiguieran algunos puntos de ganancia en las elecciones para gobernar Francia como ellos entienden. Es un error profundo. Los mismos factores que explotan hoy contra la mayoría se volverían rápidamente contra ellos.»

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Una de las posibilidades del PSOE

Las frases del presidente francés son plenamente aplicables a la realidad española; como a la italiana, donde un acuerdo programático de los partidos políticos apoya un Gobierno minoritario. Una estrategia parecida es la que ha establecido Adolfo Suárez con su iniciativa para el pacto de la Moncloa. Por cierto que se trata de una de las cinco posibilidades que Luis Solana señalaba en El Socialista del pasado día 9 con estas palabras: «Se convoca a los partidarios para formar una empresa de programas básicos y políticos y unos plazos explícitos. Esta sería la operación política más ambiciosa que se pueda suponer pase por la cabeza de Suárez. Bien es verdad que los últimos pasos dados -sobre todo en las Cortes- están justamente en las antípodas de este modelo.» El mismo día que el diputado del PSOE publicaba esto Adolfo Suárez había tomado'ya la iniciativa para el pacto de la Moncloa.

Las reglas del juego

Opiniones que hasta ayer reprochaban a Suárez que no negociara con la Oposición, afirman hoy, después de haber dado comienzo la nueva estrategia de pacto, que se trata de una situación de debilidad. Un comentarista ha escrito: «Ya no es (Suárez) el jugador que decide y reparte el juego. Es, él mismo, una carta más entre otras muchas posibles.» Yo diría que esto no es negativo. Sería frívolo desconocer que Suárez no contaba con que el proceso democratizador que el impulsó como el primero iba a desplazarle de un dominio prácticamente completo, pero circunstancial, del juego político. Después de las elecciones las cosas tenían que ser forzosamente de otra manera y había que gobernar contando con las Cortes y con una Oposición potente. No es que Suárez sea menos capaz que antes, que «domine» más o menos, sino que sencillamente hay unas reglas del juego democrático que son limitadoras del Poder tal como éste se desenvolvía antes del 15 de junio; que hay un área del Gobierno y otra del Poder, que el Gobierno comparte con otras fuerzas con representación política; que el Gobierno, al avanzar en un sistema democrático, se ve forzado a un ritmo más laborioso y lento -dicho sea sin desprecio de la democracia- que el expeditivo y no más eficaz sisterila del régimen anterior; que estamos, además de todo esto, en una situación de crisis excepcional que requiere una acentuación de los mecanismos de diálogo y negociación de las fuerzas políticas con independencia de su carácter gubernamental o no. La estrategia del pacto de la Moncloa, perceptiblesin duda, es en líneas generales la más viable para las actuales circunstancias. Un diario de Madrid escribía recientemente: «Si la casi totalidad de las fuerzas políticas en presencia llegan a un pacto mínimo que permita gobernar y resolver la crisis económica, en España va a haber democracia para lustros.» Así es, en efecto, con la condición de no olvidar que la defensa de la democracia tiene que ser una actitud permanente y, diaria y que el acuerdo no puede reducirse a un pacto, sino extenderse a la aplicación del mismo.

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