Triste vida de Suzanne Simonin
Mala cosa las novelas de tesis. Las tesis suelen ser a menudo enemigas, cuando no verdugos de personajes, narración, situaciones, atropellados cuando no sacrificados en aras de una demostración, la mayor parte de las veces inútil.Denis Diderot, célebre, sobre todo por su famosa enciclopedia, intentó convencer a sus lectores, a través de La religiosa, de que la vida monacal iba contra natura en pleno siglo de las luces. «No creo -afirmará más tarde- que nunca se haya escrito una sátira más terrible sobre la vida de los conventos.»
Y, sin embargo, esta historia de Susana Simonin, profesa contra su voluntad, hija natural repudiada por sus padres y víctima más tarde de una superiora sádica y una priora propicia al amor lesbio, no llega a conmovernos. A esta muchacha, simple creyente y piadosa, su propio sacrificio nada le enseña. Se diría que -suspiros y lágrimas aparte los acontecimientos le resbalan, esas desgracias y accidentes que la hermanan con tantas heroínas de ficción, compañeras de siglo, en el teatro y la novela. Los mismos personajes que la odian o la compadecen son buenos o malos sin opción, esquemas impasibles de una acción que crece no en profundidad, sino episodio tras episodio, acumulando, desgracia tras desgracia.
La religiosa
Según la novela de Denis Diderot. Dirección: Jacques Rivette. Intérpretes: A nna Karina, Liselotte Pulver, Micheline Presle, Francine Bergey Francisco Rabal. Dramática. Francia, 1966. Local de estreno: Alexandra.
Siguiendo muy de cerca el texto original salvo en la última parte y sobre todo, en el desenlace cambiado de muerte natural -si es que natural puede llamarse-, en suicidio lo cual supone un acto de voluntad no pasivo añadido al personaje, el filme de Rivette, famoso, sobre todo, por su censura prolongada, más que una historia en sí da la impresión de una serie de momentos acumulados en un plazo demasiado breve. La acción corre mucho más que la vida de esta Anna Karina poco convincente.
Tal sucede con la pasión de la segunda superiora por la protagonista, bastante más duro y cruel en la novela. Naturalmente, meter a las dos monjas en la cama o mostrar las caricias de ambas era algo imposible de salvar hace años incluso para la censura francesa.
Hay momentos en que las monjas de Rivette no son las de Diderot. Se diría que se le van de las manos llevadas hacia lo grotesco o simplemente en un afán de acercarlas hasta nosotros, lejos de como en el libro nos las imaginamos. La tesis, mientras tanto, demostrada o no, priva a la narración, como al libro en, su día, de amor, sorpresa, incluso de erotismo, aunque a v eces pueda parecer lo contrario. La historia, como escribe Carlos Pujol en su introducción a la versión es pañola, no es ni obscena ni dolorosa. Diderot, «en su propósito de hacer un libelo eficaz, le hizo perder su identidad como literatura y aparece falto de un complemento artístico que lo justifique; hubiese podido ser un excelente libreto de música». Por las mismas razones, Rivette pensó, tal vez, que había en él un oportuno guión.
Babelia
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