La dicha de un papel firmado
Frente al palacio de las Cortes, antes de comenzar la función, había esta tarde una manifestación de farmacéuticos. Realmente era muy propia. Porque la sesión del Congreso se ha establecido hoy en un clima medicinal, lo que se dice una pura farmacopea económica. Es decir, que los líderes de los grupos parlamentarios, constituidos en equipo médico habitual, después de firmar el pacto de la Moncloa sobre el consabido tumor fibroso de este país, se han acercado al hemiciclo para explicar el cuadro médico. Sucedía una cosa rara. En el ambiente de las Cortes estaba establecido un optimismo reservado, una mezcla de consulta de cirujano y de despacho notarial después de la firma de unas capitulaciones matrimoniales. El alivio se deriva del hecho de que los doctores han coincidido en el daño, de que las partes contratantes no se hayan tirado los trastos a la cabeza. Se trata de esa clase de dicha que producen siempre las pompas de la formalidad, el descubrimiento de las minas de¡ rey Salomón llena de claves o soluciones sobre el papel. De momento ya sabemos que lo nuestro es cáncer. A ver qué vida.El turno ha comenzado por el cirujano mayor, Fuentes Quintana, que ha hablado con la mascarilla puesta, golpeando el síndrome de la economía con el puño en el vacío, a borbotones, con una tonadilla de revolución pendiente. Con una rudeza poco protocolaria, para abrir boca, ha quitado la venda y las gasas, como un catedrático que muestra a los internos la herida del enfermo, rodeando el camastro. El Gobierno en este sentido está equipado perfectamente. Fernández Ordóñez es el fino analista. Martín Villa está a cargo de la anestesia. Fuentes Quintana ejerce de duro cirujano. Y Suárez, por su parte, tiene una gracia especial para explicar la desgracia a los familiares.
En esta consulta médica en torno a la crisis económica, cada grupo parlamentario ha dado su opinión. Primero Sánchez Ayuso, del PSP, con un fru-fru de remedios con una voz opaca. Después Reventós, con una lección marxista contra el capitalismo en general, y contra los responsables de esta crisis, en particular. Luego ha llegado Carrillo, muy puesto en vedette, precedido por un murmullo de expectación. Y es que este hombre nunca defrauda al público. Habla con buena voz, matiza las tarascadas, divierte a la parroquia con una ironía campechana, emplaza al Gobierno y, al final, siempre acude, en un efecto que nunca falla, a su fijación predilecta de poner unas banderillas llenas de ternura a los socialistas.
Durante el entreacto en el bar, la gente removía el azúcar del té con un bisturí. Y comentaba que Carrillo habla con una autoridad de primer ministro, con una convicción de hombre de Estado que reparte consejos, da avisos, vaticina desgracias, promete venturas según sea el comportamiento de los muchachos. Lo mejor de Carrillo es la respuesta que provoca en los socialistas, que están siempre en eso de no dejarse pisar el terreno. Y la cosa queda establecida en el mismo rito: una lucha irónica entre los ardores del neófito y los malabarismos dialécticos de la veteranía, entre una voluntad apasionada y los resabios de un quinqueño.
La sesión del Congreso continuaba por la noche con la intervención programática de los grupos parlamentarios, una música de buena voluntad, un fondo de asentimiento al pacto económico sincopado de advertencias, de reservas, de deseos de que el papel firmado se cumpla. Lo más esperado eran las matizaciones de Felipe González. Y el cierre del diagnóstico del presidente del Gobierno. Tampoco es necesario oír más. Adolfo Suárez sube por primera vez a la tarima del Parlamento a representar un papel que le va a la medida. Lo suyo es lo del galán en peligro, lo del protagonista maravilloso en apuros que pide ayuda. Es como un duro que juega a antihéroe y disfraza sus habilidades con un toque de humildad y asume con resignación cristiana una culpa colectiva. Suárez tiene una dicción muy adaptada al relato de esta desgracia. Pero el parte médico se ha firmado, se ha explicado. Ahora hay que operar.
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