La declaración de antiprincipios de Pío Baroja
En 1917, a la edad de 44 años, Pío Baroja decidió -en parte porque se lo pidieron y en parte porque debía responder a una necesidad íntima- publicar un libro cuyo tema central era él mismo. «Siempre he tenido un poco de reparo en hablar de mí mismo, así que el impulso para escribir estas páginas me ha tenido que venir de fuera», confiesa, aunque comprende que puede ser bueno, «higiénico», «sacar al aire mi vanidad y mi egotismo para que no me vaya ahogando la tendencia ascética». Así, con más de cuarenta años convertido ya en novelista, habiendo dejado atrás sus experiencias como médico e industrial, pisada, ya fuese levemente, la arena política, y, como señala Caro Baroja en el prólogo a esta edición, que hace al libro de entonces más asequible al lector actual, sintiéndose ya viejo, presenta a su público esta declaración de antiprincipios a la que titula Juventud, egolatría, en uno de esos títulos en los que Baroja, con gran acierto, concentraba toda la trascendencia que trataba de evadir en su prosa.Pero ni al título ni al contenido corresponde la edad del escritor, y siendo una obra concebida esa la madurez, su ánimo es, indudablemente, de juventud. Su intención, declarada, es la de escandalizar, y lanza, como siempre, con rotundos -adjetivos y frases que no admiten matiz, sus diatribas contra la sociedad. «La moral de nuestra sociedad me ha perturbado y desequilibrado», dice refiriendose a la moral sexual, respecto a la cual no puede ser más crítico ni más contundente, considerándose a sí mismo una víctima de ella, «la enfermedad y la histeria han venido a posarse en el fondo de mi conciencia», reconoce. "Escribir es, pues, una forma de venganza" sólo que «a veces» le «gusta dar a ese veneno una envoltura artística». Esas eran todas sus pretensiones. Como Ortega y Gasset señaló, y Baroja no se resiste a admitir, la gloria a la que aspira «se presenta reducida a las proporciones de una grata sobremesa». El propio Baroja añade que le parece «atrayente el poder pasar una tarde hablando con unas señoras en un gabinete confortable, con una buena temperatura». Baroja, que deseaba profundamente escandalizar, anhelaba, en la misma medida, la cálida acogida en una agradable tertulia. Y al mismo tiempo que se reconoce insobornable para las «cosas exteriores», confiesa que vendería su alma a cambio de «una promesa de simpatía, de efusión, de algo sentimental».
Juventud, egolatría, de Pío Baroja
Prólogo de Julio Caro.Taurus, 1977.
Como en Juventud, egolatría, Baroja da a la vez rienda suelta a su «veneno» y a su necesidad de «algo sentimental», el libro constituye algo así como un manual para detractores y partidarios. En el está, enunciado por el mismo autor, cuanto se ha dicho de él. Anticlericalismo, agnosticismo, anarquismo, etcétera, sin olvidar la peculiaridad de su estilo, que es, en su opinión, lo que más «choca al que lee mis libros por primera vez».
Baroja dudó en publicar estas declaraciones; un sentimiento de absurdo e inutilidad le invadió antes de verlas impresas. Le decidió -y ello es muy significativo- un comentario de una familia madrileña sobre ciertos sucesos callejeros. «Debían matarlos a todos», repiten todos sus miembros, refiriéndose a los revoltosos. Ante tal frase, su libro le parece «poco estridente», y le gustaría «que fuese más violento, más antiburgués». «Quiera uno o no quiera -concluye-, es uno eneffligo de esa gente, como esa gente es enemiga de uno. No hay duda»-. Su rebelión es, sobre todo, un rechazo de la vida cotidiana, a la que Baroja, desde pequeño, sentía una profunda aversión. «Al último no hubo más remedio que transigir», dice, resignado. Pero, al mismo tiempo que se resignaba, mostraba su descontento.
Babelia
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