Hacerse el pan
Me lo dijo Alejandro Casona, cuando volvió del exilio -fue el primero- para acudir al palco de doña Carmen Polo de Franco (a la que ahora los gallegos quieren poner los muebles del Pazo en la calle) y besarle la mano:-Nuestra Natacha se hacía el pan ella misma.
Luego, Nuria Espert interpretó genialmente a nuestra Natacha, como es uso en ella, y fue cuando vimos que la restauración de la Segunda República tal cual era una cosa que ya no servía en España, porque los árboles mueren de pie y las Repúblicas mueren en el exilio. Aránguren y Valente se traen una lúcida corespondencia en este periódico explicando precisamente que volver a la Segunda República es tan anacrónico, como volver a Don Amadeo.
Pero lo cierto es que nuestra Natacha republicana era muy panificadora, y aunque la Segunda República no vuelva, lo que sí vuelve es la moda de hacerse el pan una misma en casa. Moda o necesidad ante una crisis del pan que no ha podido resolver mi amigo Munárriz. Yo no me hago el pan, pero voy a comprarlo todas las mañanas, como quizá les suene a mis lectores, y ayer iba yo a comprar el pan y en esto que me encuentró a una alta marquesa madrileña:
-Es usted un reaccionario, Umbral. Está usted explotando a unos obreros que trasnochan, a una señora que despacha y a varias familias. El pan hay que hacérselo a mano.
Parece que casi todas las marquesas de Madrid, y de ahí para abajo, se hacen ahora el pan, han descubierto el hobby panificador, se pasan la noche a pie de horno, como antes a pie de ópera, y lo que no sé es si orinan un poco en la masa, como es fama que lo hacen los buenos panaderos, para darle cochura a la corteza. En todo caso, le es más fácil a un panadero que a una marquesa orinar dentro de un horno encendido, y no sólo por razones de clase. Aunque Bernarda Alba las pondría a todas encima de las llamas al grito lorquiano de «fuego en el sitio de su pecado». Yo tampoco creo que las marquesas hayan pecado tanto como se dice.
Está bien esta revolución del pan hecho en casa, contra la carestía del pan, pero yo pienso que la mujer -marquesa o no, como dirían Ortega y Juan Ramón-, ya puesta a hacérselo todo a mano, podría hacer también en casa la merluza, los electrodomésticos y el caviar, que son cosas que han subido mucho, asimismo. Las heroínas de Mihura hacían en casa armarios de luna y anís del Mono. Mi querido maestro Mihura -¿cómo van esas dolamas, Miguel?- siempre ha sido un precursor.
Estos días hemos atravesado el cordonazo de San Francisco, que es como llamaban los cabreros del Guadarrama y como llaman hoy los hombres del tiempo (son los mismos, que se han puesto, corbata) a los fríos y cierzos que suelen venir por la fecha del santo, santo, al que venero mucho, entre otras cosas porque ha tenido la fortuna de llevar mi nombre. No ha habido cordonazo meteorológico de San Francisco, sino flagelo con el latigo de siete puntas del terrorismo, por parte de la extrema izquierda y la extrema derecha y, sobre todo, como cosa duradera, el cordonazo de los precios, que siguen subiendo, con lo que la madrileña en particular y la española en general vuelve a sus hogares, sus cocinas y sus cuartos de costura -contra la opinión de los feministas y de la retornada doña Victoria Kent, que cierra el ciclo de retornos iniciado por Casona-, porque más urgente que ir a las Salesas a pedir aborto y divorcio (lo van a dar ya mismo, según la cum bre de la Moncloa) es estarse- en casa haciendo pan, teléfonos de góndola y plátanos canarios, que todo ha subido en cantidad.
Vienen de la revista Ritmo a hacerme unas preguntas sobre el estado de la música en España y les digo lo de siempre, que yo me quedé en Machín, a pesar de lo cual sé que el título del Conservatorio madrileño no sirve de nada en el extranjero y te ponen en primero, a empezar otra vez. Todo eso lo va a arreglar mi admirado deuteragonista Jesús Aguirre, que le sobran facultades para ello, mientras se come el bocadillo de tortilla, ése que se come a media mañana en su despacho oficial. Pero las madrileñas, de momento, han tenido que dejar el solfeo y ponerse a amasar pan. Es la última respuesta del pueblo al reto inflacionista del gran capital. Con Victoria Kent vuelve nuestra Natacha, que encima era ligue.
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