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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Los dos Premios Nobel de la Paz

HAY ALGO de sarcástico en que la fundación que allega los fondos de los que se nutre el Premio Nobel de la Paz tenga su origen en el descubrimiento y comercialización de un poderoso explosivo, que ha sido utilizado también como eficaz arma mortífera contra la vida humana; y también que en las lista de los galardonados con dicho premio figure un maestro tan destacado, en la teoría y en la práctica, de la real politik y del uso ilimitado de los medios bélicos al servicio de una gran potencia como es Henri Kissinger. Y resulta muy comprensible que ese premio haya quedadó vacante durante buen número de años, a partir del momento en que el Viejo Continente fue asolado por la Gran Guerra.Se diría, sin embargo, que la concesión, prácticamente en el mismo acto, de los Premios Nobel de la Paz de 1976 y 1977 a las fundadoras del Movimiento para la Paz en el Ulster y a la organización Amnistía Internacional marcan el camino para que esa recompensa -honorífica y material- adquiera definitivamente perfiles claros e indiscutibles.

Amnistía Internacional, creada en 1961, es una organización que ha crecido de manera espectacular en sus escasos años de existencia. Dispone de secciones en más de 35 países -la española espera todavía el reconocimiento de la Administración-, cuenta con cerca de 200.000 miembros, y su popularidad aumenta a medida que se conocen su ideario y sus gestiones para defender la dignidad humana en los cinco continentes. Amnistía Internacional es un molesto testigo para quienes ejercen el poder en el mundo entero. Su sistemático no alineamiento con los bloques de poder, las ideologías políticas y los Gobiernos la sitúan éticamente por encima de la sospecha de que sus continuas y fundadas denuncias de las violaciones de los derechos humanos por los Estados persiguen el descrédito de unos sistemas políticos en beneficio de otros. Naturalmente, el Poder siempre tiene la piel lo suficientemente encallecida como para atribuir, con todo descaro, esos aguijonazos a maniobras del enemigo. Las denuncias hechas por Amnistía Internacional de las torturas y persecuciones en los países llamados socialistas son atribuidas a los malvados designios de los servicios de inteligencia del mundo capitalista. Y a la inversa, las indagaciones realizadas sobre las desapariciones y las violaciones de los derechos humanos en el Cono Sur o en el Africa Austral son desautorizadas como, maniobras comunistas.

Pero Amnistía Internacional sigue adelante con sus trabajos, que no hacen sino verificar los temores de sus fundadores. Efectivamente, la tortura se extiende con rapidez acelerada como medio habitual para tratar a los disidentes. Existen escuelas de torturadores; e incluso cooperación intergubernamental para la aplicación de métodos violentos de represión. Son decenas de miles los encarcelados por oponerse a sus Gobiernos, discrepar de la ideología o la religión oficiales, ejercer la libertad de expresión, negarse a aceptar la discriminación racial, y mientras, la pena de muerte sigue vigente en la inmensa mayoría de lbs Estados del planeta. Tal vez el Premio Nobel de la Paz de 1977 sirva, al menos en los países libres, para que nuevos sectores de la opinión pública conozcan la existencia no sólo de la organización, sino de los terribles hechos que justifican sunacimiento y crecimiento. Asimismo, puede potenciar la autoridad de Amnistía Internacional ante los Gobiernos que, practican o toleran la violación de los derechos humanos, aumentar el número de sus socios y colaboradóres y dar mayor eficacia a su estructura administrativa.

El Premio Nobel de 1976, por su lado, tiene aleccionadoras enseñanzas para países en los que el desbordamiento de las pasiones, los vínculos emocionales forjados por el recuerdo de los companeros muertos, la visión deformada y enconada de la historia y la desesperación de los condenados a convertirse en profesionales de la violencia puede mantener viva una irracional guerra a muerte entre dos comunidades dentro del mismo Estado. Betty Williams y Mairead Corrigan crearon, hace poco más de un año, un movimiento contra la violencia y en favor de la reconciliación y la paz en el Ulster, que cuenta ya con miles de seguidores. En más de una ocasión, EL PAIS ha mantenido la tesis de que la situación en Euskadi no es comparable con la de Irlanda del Norte. Y es seguro que las posibilidades de que ese fatal parecido llegara a producirse algún día -el crimen de Guernica y la falta de valor cívico de algunos partidos y sectores de opinión vascos para denunciarlo constituyen un mal augurio- desaparecerían si un movimiento como el iniciado por esas dos valerosas mujeres surgiera también en el País Vasco.

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