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Compromiso de Washington y Moscú para limitar su armamento estratégico

El compromiso a que llegaron en Ginebra los negociadores soviéticos y norteamericanos, sobre los puntos esenciales de un nuevo tratado de limitación de armas estratégicas, fue recibido con recelo en los medios conservadores de Estados Unidos, que acusan a la Administración Carter de haber cedido a las demandas de la URSS y que intentarán torpedear en el Congreso este acuerdo inicial.

Después de siete meses de arduas negociaciones, en las que no pudo conseguirse la redacción de un nuevo tratado, SALT que sustituyera al que expiró el pasado 3 de octubre, Washington y Moscú parecen haberse puesto de acuerdo en las líneas maestras de un pacto para limitar las armas estratégicas. Este primer compromiso no significa, sin embargo, que el problema esté resuelto, y quedan aún meses de conversaciones para que el tratado SALT II sea una realidad.Mientras el jefe de la delegación negociadora norteamericana, Paul Warnke, se mostraba optimista sobre el curso de las conversaciones de Ginebra, aunque reconocía que «todavia existen serios problemas», una ola de críticas se levantaba en Estados Unidos, donde los sectores más conservadores calificaban el compromiso inicial como «inadecuado» y «desequilibrado».

Filtraciones

Aunque los términos de este compromiso permanecen oficialmente secretos, se han filtrado a la prensa algunos de ellos, sin que fueran desmentidos por la Administración Carter. El secretario de Estado, Cyrus Vance, informará el próximo viernes a un comité del Senado, reunido a puerta cerrada, sobre el alcance exacto del pacto.El futuro tratado de limitación de armas estratégicas tendrá una vigencia de ocho años y en él se fijará un número máximo de vectores atómicos, ligeramente inferior al que se acordó en el anterior acuerdo, firmado en 1972. Además, se incluirá un protocolo adicional, de tres años de vigencia, en el que se limita el desarrollo de nuevas armas, como el misil Crucero norteamericano y el proyectil intercontinental soviético SS-18.

En vez de las «drásticas reducciones» que el presidente Carter intentaba conseguir en marzo pasado, cuando Cyrus Vance volvió de Moscú con las manos vacias, el compromiso inicial alcanzado ahora parece mostrar una serie razonable de concesiones por ambas partes. Por ejemplo, de los 2.400 vectores atómicos que permitía a cada lado el anterior acuerdo se pasará a un 10% menos, entre 2.160 y 2.250, en el nuevo tratado.

Norteamérica podrá tener inicialmente 120 bombarderos armados con el nuevo misil Crucero, una especie de bomba volante que es capaz de viajar a muy baja altura y alcanzar su objetivo con asombrosa precisión. Por su parte, los soviéticos no reducirán sus proyectiles SS-18 de largo alcance en un 50%, como era la pretensión norteamericana, sino que su número se fijará en 308 unidades.

El «Backfire»

Respecto al polémico bombardero ruso TU-26, conocido como Backfire en el código de la OTAN, los norteamericanos parecen haber admitido que no tiene carácter de arma estratégica, aunque exigirán a Moscú un compromiso para no repostarlo en vuelo, lo que le haría capaz de alcanzar territorio de Estados Unidos, y una limitación en su producción. Mientras funcionarios de la Administración Carter reconocían que la eficacia real del Backfire se había exagerado, columnistas conservadores calificaban de «concesión» norteamericana el compromiso sobre este bombardero y advertían que Washington no podrá, en la práctica, controlar los términos del acuerdo.Los soviéticos accedieron a limitar a ochocientos el número de sus misiles nucleares de cabeza múltiple, mientras que los norteamericanos, por un período de tres años, reducirán a 2.500 kilómetros el alcance de sus misiles Crucero. Similares acuerdos en cada uno de los vectores atómicos de cada país se negociarán en las próximas semanas, hasta llegar a la redacción, definitiva del segundo tratado de limitación de armamento estratégico.

Aunque las expectativas de lograr este acuerdo son ahora bastante optimistas, la Administración Carter tiene ante sí la difícil tarea de convencer al Congreso de la bondad del nuevo tratado, lo que, habida cuenta de la reacción provocada por el acuerdo sobre el canal de Panamá, no parece algo próximo en el tiempo

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