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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La pureza, la dureza y la muerte

Armand Salacrou ha tenido escasísima presencia en nuestros escenarios. La cosa es chocante porque se trata de un antecedente tan inmediato y claro de, por ejemplo, Camus, que no se comprenden bien las postrimerías teatrales del existencialismo sin este Salacrou dubitativo y estupefacto ante el sufrimiento del hombre. El gran vigilante de la muerte que es Salacrou, el gran analista de la crueldad, el poeta del suicidio, es un determinista -un Heideggeriano- que niega, en general, la libertad y casi se burla duramente de quienes suspiran por ella. Anduvo a cuestas con Savonarola, según confesión propia, desde que lo descubrió, siendo estudiante en Florencia, en el más famoso texto de Gobineau. Bastantes años después redactaba La tierra es redonda en un instante, cuando sintió vivir a los personjes «durante una meditación sobre la pureza, una meditación sobre la dureza y otra, meditación sobre la muerte». Savonarola empujaba y era empujado por los personajes, pero no mezclaba con ellos, y el tanteo de Salacrou no intentó utilizar el siglo XV para entender el XX. Intentó, exactamente, lo contrarío.Pero, sencillamente, y como el propio autor reconoció, el drama planteado se anegó en el drama del público del estreno -1939-, de tal forma que todo el texto fue una alusión al fascismo y al hitlerismo. Sólo algún crítico raro adivinó que La tierra es redonda no era, según Salacrou, una propuesta política. Se puede adivinar el proyecto: un drama sobre la condición humana, insatisfecha, seducida por el mal, domada en un minuto histórico por el prior de San Marcos y recaída cuando el domador exigió demasiado a los hombres rendidos. Un esquema de las alternancias eternas. La tierra es, efectivamente, redonda.

La tierra es redonda

de Armand Salacrou. Versión española: Mdximo. Dirección: José Diez.Decorado; Juan Antonio Cidrón. Vestuario: Cidrón yJuan MigueIRuiz. Música: Angel Botia. Principales intérpretes: Julia Castellanos, Carmen de la Maza, Verónica Luján, Julián Argudo, Fernando Baeza, Víctor Valverde y Fernando Hernández. Teatro María Guerrero.

Y Salacrou ha visto a esa obraalejarse de su mano, desfigurándose cada vez más. (Al fin lo asumió cortando, definitivamente, la escena de la quema del judío.) Es una de las aventuras teatrales más esclarecedoras de cuantas sirven para arrojar alguna luz sobre el misterio de la relación entre una sala y un escenario. Tan serio es esto que he releído meticulosamente el original, después de asistir al María Guerrero, para seguir con fascinación, el trabajo de Máximo. Ha hecho, en esquema, lo siguiente: un dibujo sensorial de la Florencia anterior a Savonarola, una transposición lingüística leve que acerca bárbaramente la Toscana a nuestra piel de toro, un severo corte eliminando a Cognac, el joven soldado francés, la supresión del verdugo, el restablecimiento de los monólogos de Savonarola -el último, por miedo de Dullin, era casi un simple diálogo en la versión del estreno francés- y otro restablecimiento de la Florencia sensualizada, antes de cerrar el espectáculo. Máximo, además, ha recortado el lenguaje y ha utilizado equivalencias sonoras de plasticidad percutante.

Reversión de los fanatismos

Este espléndido trabajo suscita un directo entendimiento de un poderoso elemento del subtexto de Salacrou: la reversión de los fanatismos. El ser humano pasa fácilmente del bien al mal, en virtud de estímulos imprecisos, mal definidos, fatalmente sucios. Es el triunfo de la histeria sobre la razón. Gran drama. Drama, además, admirablemente escrito, como todos aquellos otros entre los más ilustres de la historia del teatro- en que un texto poético sostiene un discurso político. Drama de la ética. Drama de la duda. Drama de la existencia.Montaje desequilibradísimo. La verdad esique si aquella primera escena es el Renacimiento, yo soy Savonarola. José Díez, corto de imaginación y rutinario de técnica, se ha ahogado en el magma de La tierra es redonda. Raramente he visto un mejor ajuste de voz, brío, claridad y ponderación que el trabajo de Carmen de la Maza. Extraordinaria. Verónica Luján, excelente también, decidida, irónica, y eficacísima. Transparente y luminosa Julia Castellanos. Pero los hombres -sin más excepción que algún destello de Víctor Valverde-, flojos, flojísimos. Desde el momento en que Fernando Hernández no consigue intimidar a nadie con sus airados monólogos y sólo el texto respira la potencia del gran personaje, todo lo demás es un mediocre centón de esforzados caballeros que no calan los personajes,y si lo hacen no consiguen ni remotamente transmitir esas inda gaciones. Se pierde, ádemás, el famosísimo efecto dramático de los niños contagiados por el inhumano ardor del vitriálico dominicano. Y se evapora una considerable parte de la meditación de Salacrou.

Es importante este estreno. Nuestros saltos de programación, nuestras modas teatrales generan, una y otra vez, fallos, vacíos, lagunas crueles. Esta era una de ellas. Queriendo o no, Salacrou representó un grito europeo contra las amenazas fascistas. Está bien que oigamos ese grito. Está bien que sintamos la intemporalidad de esa constante amenaza a la libertad humana. Y está muy bien que ese grito se dé sin primariedad, sin esquematismo panfletario, desde una dramaturgia lúcida y hermosa. Con palabras de un escritor riguroso. Con la dramaturgia de un teatro de raíz y expresión europeas.

Es tonto ignorar que La tierra es redonda, programada por una compañía de carácter privado, llega al María Guerrero casi por casualidad. Probablemente, además, con rectificaciones y ajustes de decorados, actores e incluso dramaturgía, hechos para afrontar un escenario de tanta responsabilidad. Forma parte, todo ello, de la gran crisis de nuestra vida teatral. Pero el crítico, que cree haber conocido el trabajo de las cuatro compañías que han girado este verano por la vieja. ruta festivalera, se alegra de haber visto relampaguear a Torres Naharro y de haber oído a Salacrou. Este país ha estado a punto de santificar a Savonarola. Tamaño energumenismo no se destruye con una lanzada vulgar. La tierra es redonda llega a punto para evitar que los monstruos sean banalizados. Es una urgente necesidad de nuestra vida teatral.

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