En busca de la coherencia de mis actos
Decía el historiador francés Michelet, al comienzo de su Diario, que una vida en la que no hay tiempo de echar una mirada hacia atrás, era como un sueño o como una muerte. Este libro es un breve vistazo al ayer y concretamente al ayer cercano. Un paréntesis corto en que traté de buscar la coherencia de mis actos y de mis pensamientos, durante el período de alta tensión de nuestro pasado que fue al comienzo de la navegación de la Monarquía restaurada por el dar de la historia.Yo tomé parte como miembro de la tripulación que gobernaba el navío en el primer periplo. Zarpamos el 13 de diciembre de 1975 y desembarcamos -no todos- el 1 de julio de 1976. Fueron doscientos días de intensa y dramática tarea en que el ritmo trepidante de los acontecimientos y la densidad de los cambios sobrevenidos apenas dejaba sitio para la serenidad y la reflexión, ingredientes esenciales, sin embargo, para la acción política. Tomé desde el primer día la decisión de escribir un Diario. Una especie de confesión íntima, de apunte de urgencia, de instantánea hecha sobre el terreno, que me permitiese, siquiera durante un corto espacio de mi tiempo abstraerme del tráfago cotidiano con sus imperiosas exigencias y refugiarme obligadamente, en un ejercicio de rememoración de cada jornada vivida. Así nació este libro que hoy se presenta ante vosotros Está elaborado durante muchas madrugadas. Soy, a veces, tardón en la política, pero tempranero en mi existencia personal. Despunto, de costumbre, con el alba y me recoricentro en la memoria inmediata. A la libra de la lucidez mañanera, la imagen del ayer, se define con lirripia nitidez en la mente. Lo que se escribe, es reflejo de un recuerdo sin adulteración.
Porque en este Diario hay, ante todo, una serie de dudas, de desesperanzas, de frustraciones, de proyectos o de iniciativas no reafizados, junto a otros, llevados a buen fin, que yo vertía al papel cada día y que reflejan, con sinceridad. mi humilde condición humana que vacila, comete errores y trata de rectificarlos, si es posible.
Junto a ello hay, además del relato sintético o minucioso, inevitablemente, juicios críticos de situaciones o de personajes. Pero no exlIste ánimo, ni propósito de atacar a nadie, ni de herir la susceptibilidad de los demás. El Diario es un, reflejo de lo que yo vivía. Como testimonio directo, pienso que puede tener un cierto valor documental. Al fin y al cabo, la historia se escribe sobre documentos y testimonios, fundamentalmente. Este conjunto de notas, pueden servir, a mi entender, a las tareas de los historiadores del mañana.
Dicen los que lo han leído con espíritu crítico que el estilo de mi diario es, en ocasiones, esquemático; avaro de vocáblos o apresurado. Acepto la objeción. Pero todo Diario auténtico, no manipulado tiene esta concisión severa forzada por la escasez del tiempo. Yo he querido dejar el mío como estaba sin apenas otras eliminaciones que las relativas a las deliberaciones del Gabinete, que son reservadas por definición.
Otra crítica que he escuchado es la de que es - demasiado pronto y que los acontecimientos que yo comento están ahí, en la vecindad próxima y que hubiera sido mejor esperar a que el tiempo los desdibujara con la niebla de la indiferencia y de la lejanía. A esto debo decir que en el mundo entero sepublican memorias y diarios de los protagonistas de los acontecimientos históricos o políticos a los pocos meses oaflos de que sucedieran y que esa aceleración de la histo riograrla que es cada vez más actualidad es uno de los signos más característicos de la cultura de nuestro tiempo. Otra cosa son los documentos de los archivos diplomáticos nacionales, para los que cada país suele fijar un plazo de embargo publicitario.
No contiene este libro revelaciones sensacionales que modifiquen sustancialmente la historia que se ha contado de los primeros siete meses de la Monarquía. Sí, en cambio, puede su lectura ayudar a interpretarla. Si la política tiende a juzgar, la historia tiende a comprender y a explicar. Muchos se han preguntado por qué no se ganó tiempo en esos primeros meses, democratizando más deprisa y desmontando las instituciones del pasado de forma inmediata. En estas páginas se aclaran algunas de esas cosas.
Los libros políticos deben hacerse pensando en la colaboración con sus lectores. Un buen libro es el qué sugiere tanto como relata. Este Diario suscitará reacciones complementarias o contradictorias efimás de uno.. ¿Por qué no cuenta usted todo? ¿Por qué no tomó tal decisión? Pero no escribí este Diario para justificarme, sino para narrar unos hecho.
También contiene este trabajo un esbozo de lo que fue la política exterior de la Monarquía en aquellos primer os tiempos. Tiempos de tanteo; de rectificación de imagen; de apertura de líneas nuevas. Algunos me acusaron en aquellos tiempos de ser un iluso, un miendicante, un vende-patrias... «Este ministro -escribió un periódico -vende esperanzas inexistentes.» Pero ya Bonaparte había definido al gobernante como un mercader de esperanzas. Yo ofrecía en esos momento a los Gobiernos occidentales y sus opiniones públicas, profunda , ente escépticas todavía, lo único que tenía en mi mano: mi compromiso moral y mi fe absoluta en el cam no emprendido, cuya inspiración era el Mensaje de la Corona. «creemos en el propósito del Rey y en la palabra de usted», me dijeron en las nueve capitalel de la CEE, que visité.
Este Diario se escribió sin rencor, sin acrimonia, pero con el deseo de servir a la verdad. Mauriac, que gustaba de la fórmula del, diario, en el Bloc-Notes, para exponer su juicios y análisis políticos decía que las memorias se elaboran lentamente, Pero los diarios se consumían recién fermentados, desde el tonel, cono el vino nuevo. Hay que citar que se note en ellos el sabor de la uva y que exista un alto grado de acidez. Yo espero que en mi vino reciente, no se note uva y que nadie diga que tiene sabor amargo.
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