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Tribuna
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Del padre Vitoria a Torrejón

Manuel Vicent

Por fin le hemos visto los forros al famoso imperio hacia Dios. El reverso de la trama de aquel flato heroico del Imperio consiste en que nuestras limoneras son pisoteadas en el trayecto hacia Europa por agricultores provenzales y que Dios, por su parte, se ha convertido ya en materia de papel de barba, en un rebelde de Concordato. Sin duda fue un error de perspectiva desde las montañas nevadas: aquello que veíamos brillar en las altas noches estrelladas y famélicas de la postguerra no era la España hecha un lucero; aquello era simplemente un satélite disciplinado.En la sesión plenaria de ayer en el Congreso estaba el embajador de Estados Unidos, mister Stabler, allí arriba, encaramado en el balcón de invitados, con cara de amo de una finca que contempla complacido una reunión de aparceros. Francamente no puede tener queja, porque los paJires de la patria han demostrado saber lo que es geopolítica, ese masoquismo geográfico que admite como lógico que donde Dios crea Almusafes, los americanos ponen la Ford; donde la naturaleza pone Rota, la metrópoli planta polaris, y que Madrid es un páramo de ladrillo visto que dista unas tres cocacolas al oeste de Torrejón.

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Por lo demás todo muy bien. El Congreso fue ayer una freiduría dé tópicos de derecho internacional. Los problemas que tiene planteados nuestro país más allá de sus márgenes fueron dando vueltas como pollos al ast envueltos en una literatura tediosa en el púlpito del hemiciclo. Raúl Morodo sacó a relucir el listín de las pústulas del franquismo. Ignacio Gallego, dos semitonos más alto, llegó hasta. la osadía de citar a Francisco de Vitoria en esa escalada que los comunistas están haciendo por apropiarse del brazo de Santa Teresa. El socialista Luis Yáñez aplastó a la concurrencia con un ronrroneo de trivialidades, con una sarta cadenciosa de lugares comunes, con un reparto general de supositorios sedantes. Silva Muñoz rebajó el derecho internacional a un problema de lechugas y el Mercado Común a un sarpullido de envidias arancelarias. Antón Canyellas recitó un sermón de navidad, el long play de la paz mundial que uno escucha siempre mientras torna escudella y carne d'olla y prueba un cuerno de mazapán.

Nada, que estamos muy mal; que la política internacional durante el franquismo había garreado ya hasta el limo del pantano y que toda su iluminación consistía en obedecer. Pero no hay que desmayar, muchachos, que Dios a los países pobres siempre les regala mujeres guapas y buen vino y una situación estratégica privilegiada, cruzada de multinacionales. La OTAN, el Mercado Común, Marruecos, las aguas jurisdiccionales, el Sahara, el Polisario, el Concordato, las bases americanas, todo eso fue ayer amasado por los parlamentarios, cogidos por la resaca, con un sonsonete aburrido, de tarde gris y lluvia monótona tras los cristales.

Marcelino Oreja lo acabó de arreglar. Cogió un mazo de folios y se fue para arriba. Con toda la impunidad que conceden las leyes, se limitó a masacrar a la parroquia con una conferencia sobre el ius gentium, por si no lo sabían, con una rocíada de ejes conceptuales de la estrategia política española, con una ración de filosofía perennis elaborada en el palacio de Santa Cruz, marca de la casa, cien años de antigüedad al servicio de su distinguida clientela.

La sensación que daban estos señores es que en política internacional los españoles tenemos tantos platos rotos, que estan grande el cúmulo de desaguisados fuera de nuestros litorales, que son tan graves los problemas que lo mejor es olvidarse y barajar. Bien, yo les paso lo de las bases, pero no les perdono el tedio. Si lo sé, no vengo.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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