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Crónica colombiana: los peligros de la libertad

Seguimos en la prensa de aquí, de Bogotá, la política española. Y no sin inquietud. Las agencias informativas norteamericanas se encargan de exagerar todos los peligros. «Se espera que el desempleo alcance este año el 10%... La inflación se desarrolla a una tasa anual cercana al 30 %... En Bilbao, mil airados residentes invadieron una sesión del Concilio Citadino...», nos dice la UPL «La recién estrenada democracia española. parece estar haciendo agua peligrosamente... La grave situación económica y social ha empeorado, y la solución no se ve por parte alguna», advierte sesuda la AP, no menos experta y magistral en el juego constitucional.Se diría que, voluntariamente o no, obedeciendo o no a un designio, las agencias noticiosas de Estados Unidos dan expresión a la nostalgia sentida en el Pentágono y en Wall Street, y claro es, en la Casa Blanca, de lo bien que se arreglaban las cosas con un dictador, sin necesidad de discusiones en el Parlamento ni de informaciones en la prensa. ¡Felices tiempos en que se enviaba un vicealmirante a un país al que se había insultado negándole relaciones diplomáticas, y en una comida en El Pardo y dos conversaciones con Carrero quedaba bien amartillado un acuerdo con bombas atómicas en Torrejón y submarinos atómicos en Rota!

No podemos desde tan lejos, y con tan parcial información, opinar sobre política española. Prefiero presentar, aunque sea superficialmente, lo que veo en la política colombiana, que es la de un país parlamentario y democrático, con amplias libertades, ahora limitadas en algo por el estado de sitio, y con grandes peligros.

Hay quien, cuando contempla la problemática situación (inflación, inmoralidad y corrupción, descubierta con justicia a veces, a veces exagerada en la prensa), propugna soluciones extremas y simples, y pinta frente al edificio del Parlamento, en los muros del viejo palacio arzobispal, con esas feas letras negras que fatigan: «¡No vote! ¡Lucha!» O bien, piensa que lo que haría falta aquí es... un Franco.

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Colombia es un país que desde hace muchos años ha evitado con bastante éxito las dictaduras. La única que tuvo en épocas recientes, no se distinguió ni por su dureza ni por su inmoralidad, ni fue larga. Que este país sea ahora de los pocos que en América no han sucumbido a esa forma de gobierno, no quiere decir que haya alcanzado una democracia parlamentaria modelo. Es innegable que las libertades existen en Colombia: hay periódicos que expresan libremente las opiniones más encontradas y las críticas más duras al Gobierno. La falta de respeto a la ley permite el abuso en todo, en la anárquica circulación rodada, en el descuido del ornato urbano, en la falta de seguridad ante el robo.

Por mi parte, encuentro preferible una cierta medida de desorden a la injusticia de ocultar la verdad policíacamente, haciendo creer al ciudadano manipulado por la censura que vive en el mejor de los mundos posibles.

Pero no soy el doctor Pangloss en Bogotá, y quiero repasar los peligros que nos amenazan, que amenazan a esta democracia parlamentaria de Colombia, y que amenazan también a la nuestra restablecida, con las diferencias que la geografía y la historia imponen.

El régimen liberal y parlamentario de Colombia es quizá, si se permite una comparación distante, como lo fue el de España bajo la Restauración. La conciencia cívica no se ha extendido. Vota una parte del censo, menos de la mitad de los electores, me dicen. La clase política, parece, es demasiado reducida. Los altos cargos se heredan demasiado a menudo de los padres, y la baraja de apellidos en el poder es poco variada. En la antigua España parlamentaria se habló de yernocracia. Entonces se lamentaba Unamuno de que la política de España tuviera que ser cosa de ricos. Inconveniente ese que aqueja también a una democracia modelo, la que representan las citadas estadounidenses UPI y AP, una democracia ideal, que con un sistema de dos partidos, irremisiblemente turnantes en el poder, excluye a todo no conformista, todo crítico del sistema.

También aquí, en Colombia, el sistema de dos partidos, de antiguo arraigo y clientela, incluso pactando durante decenios para alternar. en la presidencia, cierra la posibilidad a otras opciones. Cierto que en una democracia parlamentaria suelen funcionar mejor dos partidos que un fraccionamiento excesivo.

Colombia tiene, además, nos dice un amigo que la ama y la conoce muy bien, peligros especiales. Por ella pasa una línea que surte de cocaína el gran mercado de Estados Unidos. Viene la coca de los países productores del sur, y aquí se elabora, y una red de aeródromos secretos y de agentes criminales la lleva hacia el porte, enredando al país en una corrupción que, unida al tráfico ilegal de esmeraldas mueve miles de millones de dinero que llaman «negro»-, que no paga impuestos ni puede entrar legalmente en los bancos, y que se derrama en el cohecho de funcionarios y el envilecimiento de ciudadanos.

Algo de esto ha comenzado en España hace tiempo con el turismo y la especulación en las playas y las islas. La aparición una vez en la televisión alemana de un «empresario» de la Costa del Sol, me acuerdo que me llenó de vergüenza.

Otro peligro de la democracia es que, casi como los regímenes autoritarios, puede ser blanda y condescendiente con las superpotencias. Ahí tenemos estos días la firma del nuevo tratado entre el presidente de Panamá y el de Estados Unidos sobre el canal. El presidente de Colombia asiste, y me es permitido decir que es lástima, pues con su ausencia podía todavía expresar el escozor por aquella amputación, que el coloso del Norte realizó sin contemplaciones hace 74 años. Mejor ha hecho el de México, que piensa sin duda que los hispanoamericanos no tienen por qué corroborar un acuerdo en el que el león guarda su parte, y la de los demás, y en el que está bien que asistan los Pinochet encaramados en las jefaturas del Estado tras incivil lucha.

Tales son los problemas, algunos de los problemas de este querido país colombiano. Problemas que, en parte, son los mismos nuestros y que nos guardamos mucho de mirar pues no somos de UPI o AP, con superioridad. Problemas, porque ya nos han dicho que la democracia en si no es el remedio y solución de ellos. No es más que la posibilidad de plantearlos y discutirlos de una manera racional y pública. Sin carismas y sin secretos, sin poder arrendar territorio nacional para bombas atómicas a cambio de unas lentejas o, un «éxito» diplomático.

Gracias a la democracia parlamentaria en España y en Colombia puedo pensar en voz alta sobre estos problemas que agobian a Colombia, que nos agobian a los españoles. Puedo publicar mis reflexiones en un periódico. Puedo aleccionar a algunos de mis conciudadanos, y contribuir a formar conciencia de los problemas que tenemos que resolver nosotros, que tienen que resolver nuestros hijos. Siempre será mejor que los ciudadanos puedan dar la voz de alarma, que creer en el timonel infalible o el padrecito o la lucecita de El Pardo.

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