Europa: sonrisas y lágrimas
El primer viaje europeo del presidente Suárez terminó con pena y sin gloria. Las sonrisas triunfales de la primera etapa se fueron convirtiendo, poco a poco, primero en mueca y luego en enfado. La comitiva presidencial, inductora y corresponsable de la mala preparación y de los escasos resultados de la gira europea, llegó, por momentos, a perder la serenidad y a olvidar el elemental derecho a la información y opinión de las democracias, increpando artículos, a periódicos y a periodistas. Y ello contrastaba con la continua sonrisa y «fair play» de Suárez, a quien nunca le faltó la osadía.Al atardecer del lunes concluía en La Haya la primera jornada del viaje de Suárez. Los «hombres del presidente» (Oreja, Bassols, Aza y Rupérez) se deshacían en adjetivos: ha ido todo muy bien, ha sido un éxito, Holanda se ha volcado, etcétera. Y, así, confiados, volaron esa misma noche para Copenhague.
Quedó Holanda con su larga crisis de Gobierno. Quedó el «premier» Joop den Uyl convencido de que antes de ampliar la CEE había que retocar el apartado institucional del tratado de Roma. La reina Juliana, que no recibió a Suárez, «por estar de vacaciones», abandonó el aeropuerto de Rotterdam unas horas antes de la llegada del presidente. Madrid y La Haya siguen sin tener un simple acuerdo cultural y de cooperación, hoy sólo en proyecto. Holanda no quiso enterarse de la cuestión de la pesca. Tan sólo hubo un «sí» político de principio, que ya era público desde el pasado 15 de junio.
Y de Holanda a Dinamarca. De la crisis del Gobierno Den Uyl a la del Gobierno Joergensen, que saludó a Suárez con una sonada devaluación de la corona danesa. El presidente iba encontrando interlocutores débiles e inmóviles. Débiles por las crisis internas pero sin poder real y necesitados de consultas continuas al Parlamento para ejercer una política exterior, que siempre fue cosa del Gobierno.
En Copenhague se repitió la escena de La Haya. Las mismas declaraciones de «victoria» hispana y los mismos resultados: sólo apoyo político, advertencia sobre los problemas económicos e institucionales, nada para la cuestión. pesquera y, tampoco, ninguna novedad en la búsqueda de un acuerdo cultural Madrid-Copenhague que nunca existió por motivos políticos. En la capital danesa los «hombres del presidente» estaban ya menos optimistas. Oreja, muy serio, sufrió mucho en la conferencia de prensa final, donde Suárez resbaló con alguna imprecisión sobre la competencia de las Cortes en la eventual revisión del tratado Madrid-Washington, y en lo relativo a la descolonización del Sahara.
Por fin, en París, la etapa reina del viaje, todo quedaba claro: apoyos políticos todos los que España quiera. Sostén real para la integración de España en las comunidades o para sus problema actuales intermedios como pesca, emigración o agricultura: ni hablar. El presidente Giscard d'Estaing lo dejó claramente escrito en un comunicado oficial del Elíseo. La CEE debe «comenzar» por solucionar la reforma agrícola comunitaria y debe «interrogarse sobre la necesidad de reorganizar sus instituciones antes de toda ampliación. Suárez, sin perder la sonrisa, no entendió así el comunicado: «Le ha gustado. Hay matices importantes, y separa el proceso de acercamiento de los problemas comunitarios», nos diría al término de su conferencia de prensa.
Francia da, por boca de Giscard, el parón a España. El título de candidato «sine die». Un diario italiano titulaba en Roma: Giscard da largas a Suárez. Y, de la misma manera, lo hicieron los primeros rotativos europeos.
Pero ello no fue bastante. La «comitiva» perdió los papeles en Roma. Bassols diría: «Se equivocaron completamente, no han entendido nada; si no se hubiese hecho la gira habríais escrito: ¿Por qué no se hace la gira?» Aza y Rupérez insistían: «La mayoría de los periódicos españoles no ven más que éxitos en este viaje, os habéis equivocado.» Oreja, consciente ya quizás de la crisis política de UCD que comenzaba a husmearse en el ambiente, guardó un diplomático y justo silencio.
En la capital italiana la visita quedó mejor organizada. Suárez recibió el apoyo político del Gobierno y de todos los partidos políticos. Pero también oyó hablar de la traída reforma agrícola de la CEE, con una sutil y hábil variante a la italiana: «La ampliación y la reforma agrícola son cosas completamente diferentes.» Roma tomaba distancia de forma con París y no de fondo. Dejaba al Elíseo el turno de dar la cara a España en esta nueva etapa. En las recientes negociaciones comerciales, Roma ya dio su do de pecho por Francia y bloqueó toda concesión agrícola a España. El codiciado protagonismo geopolítico del Mediterráneo aparecía como tela de fondo de las generosas palabras de Andreotti.
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